lunes, 31 de diciembre de 2018

Poniendo el árbol

Otra Navidad más, y ya son siete, en este blog que abandono de vez en cuando, pero al que siempre acudo para contar cosas que ocurren a mi alrededor, y también para infundir un poco de optimismo en el ánimo de quienes lo leen.
Hoy, con motivo de estas Fiestas en las que siempre escribo una entrada especial, quiero hablar de las ganas de disfrutar de la vida y de aquellas personas que nos ponen a veces trabas para conseguirlo. La verdad es que llevo desde el año pasado con el borrador esperando a publicarse, o más bien con la idea en el magín; ha llegado la hora de desempolvarla.
Las navidades pasadas el día de la lotería me pilló, como casi siempre, trabajando. Aunque ya no creo que me vaya a tocar a mí, como en otros tiempos en que me arreglaba especialmente por si aparecía por la oficina la tele para grabarnos a todos en pleno desenfreno y descorchando champán, sí que me gusta poner desde primera hora la radio para escuchar de fondo el soniquete de los niños de San Ildefonso, que aunque ya no es el clásico "cien miiil pesetaaas" que sonaba tan madrileño y tan musical, acompaña lo mismo y crea la misma ilusión. Además suelo llevar los números que jugamos en la familia (los décimos están guardados en una cajita de madera donde atesoro todas las sorpresas de roscón que me van regalando, aunque no me hayan tocado a mí, porque me encanta coleccionarlas) apuntados en una hoja para comprobar de inmediato si realmente he tenido suerte y me ha tocado el Gordo. Evidentemente, eso no ha ocurrido nunca. Pero una no desespera... Bueno, el caso es que toda esa parafernalia significa para mí el comienzo de la Navidad, de las vacaciones, y ese día procuro hacer el vago todo lo que puedo, adornar la oficina como ya he hecho hace días con mi casa y procurar estar alegre y de buen humor. Así intenté hacerlo el año pasado, pero me encontré con multitud de obstáculos para conseguirlo.
Aunque el trabajo que tenía entonces no era realmente pesado, complicado, excesivo o apremiante, continuamente había alguien que venía a plantearme problemas ridículos, que cualquiera hubiera sabido solventar; más cuando mis compañeros eran personas mucho más expertas que yo. No había manera de ponerse a adornar el árbol o colocar las figuritas del Belén. Interrupción tras interrupción, caras de pocos amigos, intención de meter prisas en lo que no las hay y azuzar cuando no es necesario terminar en ese momento la tarea. Es como si mis ganas de pasarlo bien y festejar resultaran impropias o incómodas a la gente que me rodeaba. Como si ofendiera a los demás por querer estar contenta. Nada, no me dejaban. Pero yo seguí impertérrita con mi tarea navideña, y al final de la mañana conseguí escaparme por fin de ese lugar tan agobiante y hostil y salir a la vida libre y abierta que a mí me gusta. Por supuesto, habiendo puesto el árbol.
Desde ese día, "poner el árbol" es para mí una metáfora de lo que significa querer disfrutar de las cosas. Es querer estar alegre a pesar de que alrededor el mundo se empeñe en echar basurillas a los pies para que uno tropiece con ellas. Es no dejarse arrastrar por los ceños fruncidos y las malas caras, la "mala baba", los Mister Scrooge que aparecen por doquier en Navidad y en cualquier época del año con la intención de amargarnos la vida. Porque la felicidad ajena hace que se ponga más en evidencia su fastidio, su impertinencia, su intransigencia, su excesiva continencia.
Así que para terminar este 2018, lo que deseo a todo el que lea estas humildes notas es que hagan lo posible porque nadie les impida, ni en Navidades ni en el resto del año, "poner el árbol".

domingo, 2 de diciembre de 2018

Violencia de género

Otra vez me tenéis por aquí, con ganas de comentar lo que pasa por nuestras vidas. Y aunque el tema del que voy a hablar está muy trillado, y de un modo u otro lo he tocado en anteriores entradas, hay muchas circunstancias y personas que me rodean que me hacen pensar a menudo en él. Y por qué no confesarlo, para mí es un tema obsesivo. Así que me pongo a ello.
Aunque yo las critique ferozmente por otros motivos, creo que las nuevas feministas tienen razón en oponerse a esa violencia que llevamos sufriendo las mujeres desde tiempo inmemorial sobre la forma de nuestro cuerpo. Como objeto de deseo, nos hemos tenido que adaptar (cada cual en la medida de sus posibilidades, mejor o peor) a ese ideal propuesto por las modas imperantes, modas creadas por los hombres y para los hombres. En algunas épocas (y en algunas culturas) se llevaban (aún se llevan) los cuerpos redondeados y exuberantes, como sinónimo de abundancia y buena vida. Pero desde que apareció en el horizonte madame Chanel, para desgracia de muchas de nosotras, hemos tenido que someter a nuestros organismos a numerosas violencias: tomar ansiosamente (y al principio sin protección química) el sol para ponerse morenas es una de ellas, que está costando hoy día a cantidad de mujeres padecer cáncer de piel. Pero la peor de todas es tener que acomodar nuestros cuerpos a un modelo de mujer perfecta que, en palabras de Bibis Samaranch, nunca está suficientemente delgada. Es la mujer que adoran los diseñadores, porque sus vestidos no se ven alterados por las curvas de quienes los llevan, simples perchas de las que cuelgan las últimas creaciones, no pensadas para favorecer a la mujer, sino como obras de arte que lucirán mucho más si lo que las rellena no desvía la mirada de aquellos que las contemplan.
Esta obsesión por la delgadez se ha visto fomentada año tras año, desde mediados del siglo pasado, por las revistas "femeninas", expositores de esos modelos a la última que número tras número nos descubren la última dieta milagro, los nuevos superalimentos, los trucos de última hora para perder tres kilos (que siempre se acumulan de tres en tres, no se por qué).Y alaban a esas "chicas bien" que están escuálidas y que llevan trajes imposibles para nadie que tenga un cuerpo normal, aún a sabiendas de los estragos y dramas, e incluso muertes, que provocan las enfermedades de trastornos alimentarios, que se ceban con las chicas más inteligentes y perfeccionistas, con aquellas que pasan de ser el mayor orgullo de sus familias a la mayor preocupación de todos los que las rodean, que sufren hasta llorar lágrimas de sangre al verlas marchitarse y consumirse sin poderlo remediar.
Y por si fuera poco esta presión estética, ahora se añade a la compulsión por la delgadez la presión médica. Todas las enfermedades están relacionadas con el exceso de peso (determinado por unas estrictas reglas matemáticas que no entienden de genética ni de estructura corporal); sobre todo el cáncer, ese monstruo terrible que nos amenaza a la vuelta de la esquina. Los medios, de nuevo, nos hacen sentir culpables, muy culpables, si no hacemos deporte, si no llevamos una "vida sana", si no suprimimos de nuestra dieta el azúcar, el alcohol, el pan blanco, la mantequilla, la bollería del desayuno, los bocadillos de la merienda, las comidas grasientas de las celebraciones familiares o festivas...y aun suprimidos todos estos elementos, si no conseguimos el objetivo de la figura "juncal" seguimos sintiéndonos culpables, porque si no llegamos a la cifra marcada por la ciencia, si no tenemos un cuerpo perfecto, seguro que es culpa nuestra, de nuestra falta de voluntad, de nuestra dejadez, de nuestra desidia, de nuestra incultura, de nuestra molicie. Nos hacen sentir basura. Gusanos.
Una vez machacado el ánimo, si a una persona obesa se le ocurre acudir a un endocrino, a un especialista, se va a encontrar con la última y más perversa de todas las violencias posibles. Como la ciencia médica no dedica dinero a investigar las causas auténticas de la obesidad o del sobrepeso y darles una solución medianamente coherente y eficaz, porque a las farmacéuticas les interesa mucho más dedicar su presupuesto a fabricar productos "de adelgazamiento" milagroso (barritas, cremas, pastillas) carísimos, la medicina ha tirado por el camino más fácil: reducir los estómagos de las personas obesas, bien introduciéndoles un balón de aire, o lo que es peor, cosiéndolo como si fuera una bolsa de tela, y a base de dobleces y costuras convertirlo en un órgano minúsculo. Sí, el estómago se convierte en una pequeña bolsita que no admite prácticamente nada de alimento, por lo que la persona que se somete a esta operación agresiva y violenta se convierte inmediatamente en anoréxica y bulímica: no puede comer apenas, y si se pasa de cantidad (o bebe más agua de la debida) vomita inmediatamente. ¿Es que estamos locos? ¿Por qué someternos a esta carnicería? Meses de recuperación, una vida condicionada, la tristeza de saber que ya no se podrá disfrutar del placer de la buena mesa...y todo en aras de la salud y de la estética. Tengo que reconocer que cuando miro a algunas de las mujeres que conozco que han padecido esta tortura siento envidia de sus nuevos cuerpos; pero cuando me cuentan lo que les ocurre, me horrorizo y me rebelo ante esta última forma de agredir a las mujeres, de agredirnos para que consigamos el objetivo de la mujer ideal, de la mujer sana, delgada y sin michelines.
Y es que cuando una ve crecer en su cintura un rollo de grasa que la rodea como si nos hubiéramos tragado una boa que se enrosca en nuestro cuerpo, atrapándolo dentro de ese aro voluminoso; cuando cada día los faldones de las blusas se alejan más uno de otro, porque existe un bulto redondo que crece y crece entre ellos; cuando aunque se sigan los consejos de la ciencia, de los medios y de los gurús modernos nuestro cuerpo va por su lado haciendo lo que le parece mejor, independientemente de lo que nuestro cerebro y nuestros actos le ordenan...seguimos sintiéndonos culpables, culpables, culpables...
¿Cuándo acabará esta tortura? Yo ya he desistido de zafarme de ella. Han sido muchos años (todos los de mi vida) de machaque continuo, que como la gota malaya acaba por atravesar la cabeza y penetrar en lo más profundo de nuestra psique. Está instalada ahí dentro y ya no va a salir por mucho que lo intentemos. Pero, ¿y las que vienen detrás? ¿Tendrán que seguir sufriendo lo mismo? ¿Someterse a violencias, distintas en cada época según lo que a la ciencia y a los entendidos se les vaya ocurriendo?
Por favor, distingamos la salud de la estética. No forcemos a las muchachas a ser ramitas quebradizas de las que cuelga la última moda. No exageremos las bondades del deporte de competición, animando a personas que no lo han practicado nunca a realizar esfuerzos que no están a su alcance. No hagamos de lo excepcional la regla. 
La vida ya es bastante difícil y dura de por sí como para permitir que los demás nos la amarguen y nos pisoteen como a pobres escarabajos redondos y lentos que no consiguen convertirse en etéreas y transparentes mariposas. Es que en mariposa se convierten los gusanos, porque es su naturaleza; pero por mucho que lo intente, cualquier otro insecto no podrá hacerlo. ¿Por qué en cambio no nos dedicamos a buscar la belleza, o al menos "cierta belleza", en otros modelos? ¿Tan feo es un cuerpo abundante? ¿Es más agradable abrazar un manojo de huesos que un cuerpo carnoso?
¿Son repulsivas las mujeres de Botero...?

jueves, 30 de agosto de 2018

Calor, en cuerpo y alma

Agosto. Ya llevamos dos meses de caluroso verano (tautología repetida hasta la saciedad); eso, porque el mes de junio fue lluvioso y más bien fresco... si no, hubieran sido tres. Pero a estas alturas seguimos instalados en los treinta y tantos grados, (que tampoco estamos a cuarenta), lo que me permite escribir esta entrada que debería haberse publicado en julio... no tengo remedio. (Perdón, fieles lectores). Como casi cada año, para hacer una loa al calor. Y es que no soy la única que considera que el calor es sinónimo de algunas emociones intensamente positivas.
El verano pasado (desde entonces vengo alargando este artículo; qué manera de procrastinar...) leí en el periódico la columna de una mujer cuyas opiniones normalmente comparto, y que además siempre utiliza un cierto deje humorístico que me encanta. Se llama Luz Sánchez Mellado. En ella asociaba la estación que ya empezaba a llegar a nuestras vidas (era junio) con la pasión sentimental, a cuento de que una escritora famosa se había declarado recién enamorada a una edad provecta: "algo, o alguien, te hace entrar en calor aunque hiele fuera (...) Ese calor, ese anhelo, ese abandono. Que nos exciten los sentidos, que nos llenen los huecos, que nos acaricien el lomo. (...) ¿Soy yo, o ya huele a verano?"  Cuando lo leí, pensé enseguida: una más de mi club. Para ella el verano (y por ende el calor) es sinónimo de bienestar, de plenitud sentimental, de exaltación de los sentidos. Asocia esa sensación térmica al confort emocional.
Fueron pasando los meses y por pereza o falta de tiempo no hice aquí la reflexión que me había sugerido ese artículo, aunque lo tenía bien guardado en mi recámara. Y de pronto me encuentro en Semana Santa, escuchando el sermón de la Misa de Jueves Santo. Un sacerdote joven comienza a pasearse arriba y abajo por el pasillo central de la iglesia (algo que yo no había visto antes; voy rara vez a Misa) y a explicarnos cuál es su visión del supuesto "infierno". Y nos dice que para él, como para muchos otros a lo largo de la Historia, ese espacio consagrado al padecimiento de todos los males no está hecho de fuego, sino todo lo contrario. Es un lugar helado, como el infierno de Dante (y añado yo, como el Polo de Mary Shelley en Frankenstein o de Poe en Arthur Gordon Pym). ¿Por qué? Porque la mayor desgracia es no albergar calor en el corazón. Que el corazón esté frío. Que no tenga el calor del amor hacia los demás y del amor recibido. Que sea insensible, rígido e inconmovible como un témpano. El infierno es la falta de amor, la falta de calor. El frío insoportable.
 
Dos profesiones distintas, dos maneras opuestas de ver el mundo: una apegada a los sentidos y otra apelando a la espiritualidad. Ambas, coincidiendo en asociar el calor al bienestar físico y emocional.
 
 
Me apunto a esta estela cálida y propongo encender una llama. Una llama de sensualidad y una llama de emocionado amor por lo que me rodea. Un rescoldo que mantenga mi espíritu en comunión con lo bueno que hay en los demás. El calor de los sentimientos más excelsos y generosos. La llama de la pasión por la vida.
 
¿Hace calor? ¡Disfrutémoslo!
 

lunes, 18 de junio de 2018

La Feria de las Vanidades

Otra vez primavera, otra vez lloviendo, otra vez llega la Feria del Libro de Madrid: tres acontecimientos que siempre suceden juntos. 
El año pasado por estas fechas acudí a la Feria con mi hijo, absoluto fan de Lorenzo Silva, en una mañana bastante calurosa. El quería que el autor le firmase los ejemplares de varias de sus novelas que ya tenía él releídos, y comprar la última para seguir los avatares del famoso Bevilacqua. Y nos presentamos en la caseta mucho antes de la hora fijada para la firma. Muy amables, los responsables nos ofrecieron un par de banquetas y nos colocaron detrás, a la sombra de los árboles, en la zona ajardinada que bordea el Paseo de Coches. Allí se fue formando una fila considerable de personas que esperaban igual que nosotros a que llegara el escritor. Por fin apareció puntual y se acomodó dentro de la caseta para ir recibiendo a sus lectores. Así que todos los que estábamos en la parte posterior dimos la vuelta y nos colocamos frente a él, ya esperando poder saludarle: mi hijo el primero. Y de repente aparece un energúmeno que a base de empujones lo retira a un lado y se dirige al autor. No pude remediarlo: monté un escándalo. (No soy yo de las que suelo protestar por estas cosas, pero me pareció tan mal educado y tan caradura el tipo...) Y al final para nada... Lorenzo Silva miraba el espectáculo con cara de resignación, mi hijo estaba abochornado y yo procuré apartarme y dejar que el pobre muchacho charlara tranquilamente con su ídolo mientras a mí se me pasaba el calentón. La consecuencia es que al final no compramos el libro allí, porque yo, que era la que manejaba el tema económico, no quería acercarme de nuevo. Lo conseguimos después en una librería del barrio.
Por fin mi hijo se despidió del escritor y vino hacia donde yo lo esperaba, un tanto mosqueado por lo sucedido pero contento con sus libros firmados. Y con la tarea cumplida, nos dimos una vuelta por el resto de la Feria, a ver qué nos encontrábamos.
Y nos encontramos con un panorama variopinto:
Muchísima gente haciendo cola para que les firmaran ejemplares de los títulos más peregrinos (por ejemplo, libros del programa "Master Chef" -si, ya sé, ya sé que le tengo mucha manía);  personas desconocidas para mi, pero presumiblemente famosas, alrededor de las que se arremolinaba una enorme afluencia de público; montones de adolescentes haciendo cola para ver a autores que escriben única y exclusivamente para consumo adolescente; casi los mismos libros en los expositores de casi todas las casetas...pocas "joyitas" de las que a mí me gusta encontrarme.
No recuerdo que compré ese día. Quizá nada. La verdad es que volví a casa con la sensación de que me habían estado tomando el pelo. Que esa Feria era un invento consumista más de los que nos rodean hoy en día. Que pocos de los que estábamos allí nos tomábamos la cultura en general, y la lectura en particular, en serio, y como algo inmanente a la persona, no como un producto de usar y tirar. Que todo aquello era un circo montado para vender lo más posible, y en consecuencia, para vender lo que se anuncia, lo que se promociona, lo que está de moda...no para sacar a la luz a los clásicos, esos libros que uno debería leer y no ha comprado aún, o de los que en algún momento ha tenido referencias y se han quedado ahí pendientes, dando vueltas en la memoria o apuntados en algún papelito amarillo dentro del bolso.
Cuando llegué a casa me propuse hacer una entrada en este blog sobre el tema. Estaba muy decepcionada y también enfadada. Pero como siempre, por falta de tiempo lo fui dejando y cuando quise retomarlo ya no venía al caso...lo hago ahora, un año después, y de nuevo indignada. Entro a ver la página web de la Feria para curiosear y me encuentro con un listado (poco intuitivo y nada manejable) de autores que van a firmar estos días. En él se indica claramente qué titulo firmará cada día el autor indicado. Además, habrá un sistema de espera por turnos (como en el supermercado)
¡Qué título! O sea, que si tu pasas por allí de casualidad y no compras o llevas ese ejemplar, mejor ni te acerques. Y si no tienes intención de que te firmen nada, solo de saludar, ya ni sueñes con esperar a que te toque tu numerito. Afortunadamente, en el listado de marras había algunos autores para los que se indicaba que firmarían tal título "y el resto de su obra", o bien "toda su obra". Menos mal. Aun queda algo de dignidad en los escritores serios. Supongo que la mayoría no tendrían inconveniente en que sus lectores se acercaran simplemente a saludarlos. Como no he ido por allí, no sé si las editoriales habrán puesto algún servicio de control para inspeccionar si la gente que se acerca lleva el ejemplar indicado o se va de rositas...
En fin, este año no iré a la Feria. Prefiero pensar qué me apetece leer y acercarme a la librería del barrio, encargar los ejemplares y llevármelos a la playa, en papel por supuesto, para comprobar cómo se abarquillan con la humedad del mar. Y luego traerlos de vuelta a casa con el recuerdo de haberlos estado leyendo tumbada en la arena.


 

domingo, 18 de febrero de 2018

..."Conunpoo-coo-deazúcar..."

Eso es lo que cantaba mi adorada Mary Poppins cuando tenía que darles el jarabe a Jane y Michael Banks. "Con un poco de azúcar, esa píldora que os dan pasará mejor". (Y era verdad...)
Toda mi vida he asociado el azúcar al bienestar y el placer. Y no sólo porque sea especialmente golosa, que lo soy además por herencia familiar; creo que es algo que llevamos impreso en nuestro inconsciente.
Como no me gusta hablar por hablar sin saber de qué lo hago, he hecho una incursión por Wikipedia, que aunque está muy denostada hay que reconocer que nos saca de muchos apuros y es una fuente de cultura general nada desdeñable. Y así me encuentro los siguientes datos:
 
La fórmula química del azúcar simple es C12H22O11 ¿Casualidades de la madre Naturaleza, o me da la impresión de que es muy parecida a la del agua, sustancia que compone el mayor porcentaje de la materia orgánica que compone nuestro cuerpo, añadiendo carbono, la otra sustancia mayoritaria de la que estamos hechos?

Si buscamos el origen del uso de la caña de azúcar, parece encontrarse, según indican unos manuscritos chinos del siglo VIII a. C., en la India. Fue allí donde se descubrieron métodos para convertir el jugo de la caña de azúcar en cristales granulados, más fáciles de almacenar y transportar. En la lengua indígena local, estos cristales se llaman khanda (supongo que de ahí la denominación comercial actual de "azúcar candi...") Los marineros indios, que llevaban mantequilla y azúcar como suministros, difundieron el conocimiento del azúcar por las diversas rutas comerciales que frecuentaban. A China llegó su uso gracias a los monjes budistas y a los enviados diplomáticos indios, que introdujeron en ese país los métodos de cultivo de la caña de azúcar en el siglo VII a.C. Así, en el sur de Asia, en Oriente Medio y en China, el azúcar se convirtió en un elemento básico de la cocina y de los postres.
 
Las tropas de Alejandro Magno, en su imparable labor de conquista, se detuvieron por fin a orillas del río Indo, negándose a ir más allá. En ese lugar pudieron ver a la población local cultivando la caña y fabricando un dulce granulado, localmente llamado sharkara (शर्करा, sarkara), pronunciado como saccharum (ζάκχαρι). En el viaje de regreso, los soldados macedonios se llevaron con ellos aquellas "cañas de miel", pero la caña de azúcar se mantuvo como un cultivo poco conocido en Europa durante más de un milenio. El azúcar era un bien escaso y los comerciantes de azúcar eran ricos. ​(Esa riqueza debe indicar que aunque escaso era muy deseado...)

Los cruzados trajeron con ellos el azúcar a Europa después de sus campañas en Tierra Santa, donde se encontraron con caravanas que transportaban esa "sal dulce". A principios del siglo XII, Venecia adquirió algunas aldeas cerca de Tiro y estableció fincas para producir azúcar para exportar a Europa, donde se complementaba con la miel, que anteriormente había sido el único edulcorante disponible. (Es decir, que el ser humano buscaba poder endulzar los alimentos, y lo primero que encontró a mano fue la miel, también compuesta por moléculas de oxígeno, hidrógeno y carbono en distinta proporción que en el azúcar). El cronista de las cruzadas Guillermo de Tiro, en un escrito de finales del siglo XII, describió el azúcar como un producto "muy necesario para el uso y la salud de la humanidad".
 
 
 
No me quiero extender más con mi copia y pega de internet. Lo que está claro es que desde los albores de la Humanidad se ha buscado dotar a los alimentos de este sabor, que forma, junto con el amargo, salado y ácido, el sentido del gusto.  
Debe ser que lo dulce efectivamente ha ido siempre muy ligado al amor y el bienestar, ya que si nos paramos a pensar encontramos mil y una expresiones que utilizan este sabor como sinónimo de lo mejor: Dulce queremos que sea una mirada, una caricia, una sonrisa; queremos que nos hablen con dulzura; en inglés, ¿quién no recuerda esa canción: "sugar, oh honey honey"?, y mil más; nos gusta que la lluvia caiga dulcemente; nos encanta la dulce luz del atardecer o de las velas en una cena romántica; los poetas nos hablan del dulce trinar del ruiseñor, el más bello de todos; el seno de la amada es dulce; hasta el propio "Nombre de María" es llamado Dulce en las oraciones católicas.
Y ¿cómo se han celebrado las fiestas de todo tipo en todas las civilizaciones antiguas y modernas, y contemporáneas? Con dulces. Los árabes utilizaban la miel, pero los católicos nos aficionamos al azúcar por contraste, y enseguida nos pusimos a inventar miles de recetas que se preparaban en las fechas señaladas: rosquillas, flores, buñuelos, mermeladas, almíbares, merengues...todos ellos golosinas que, como algo precioso y exclusivo, suponían un regalo para alguien querido, un agasajo para los allegados, un premio para los niños... Y es que como dice una amiga, el dulce "va directo al corazón".
 
Todo esto supone el azúcar en nuestras vidas. Está claro que no es solamente obra de los grandes empresarios azucareros que poseían grandes "ingenios" en Cuba el que "a nadie le amargue un dulce".  Y ahora, todos esos miles de años de Historia, toda esa tradición, todo ese placer inmenso encerrado en unos simples cristalitos de hidrógeno, oxígeno y carbono, colapsa de repente y se da la vuelta: el azúcar es veneno, es cancerígeno, es oxidante (ya sabemos que nos morimos porque nos oxidamos; pero es que desde que nacemos nos estamos oxidando por el solo hecho de respirar...) Nada de azúcar. Y tampoco edulcorantes, ¿eh?, que son productos químicos artificiales mucho peores. ¿Y la miel? Pues lo mismo; aunque la fabriquen las adorables abejas es igualmente perniciosa para la salud. Dulce = muerte. Seamos sanos, no seamos dulces. Ahora nos echan en cara algunos organismos pseudooficiales de los que se dedican a "controlar" nuestra nutrición (o sea, nuestra forma de comer) que en España desayunamos "postres". Pues sí, mire usted: churros, o pan, o bollos que antes hacían las madres y ahora compramos porque no hay tiempo, o la ahora tan vilipendiada Galleta María, (que como todo en nuestra civilización occidental contemporánea tiene por origen la corte Victoriana), que era lo que tomaban los enfermos y les dan a los internos "en los hospitales" para merendar con su descafeinado... La primera vez que yo vi a un nuevo miembro de mi familia desayunar fruta se me pusieron los ojos como platos. Hace años, ¿en qué familia se tomaba uno un melocotón con el desayuno? Eso sí que era un postre.
Reconozco que yo he adoptado la costumbre de la fruta en el desayuno porque me sienta genial, me quita la sed y la disfruto más que después de la comida o la cena. Pero sigo tomando pan, y no tomo bollos porque engordo, que si no...Sin embargo, ahora los gurús de la nutrición y la dietética nos explican que podemos desayunar legumbre (vale, los ingleses lo hacen con sus "beans"), proteína animal (no sólo huevos revueltos: se desayuna salchichas...) y cualquier otro alimento. Y que el desayuno no es la principal comida del día, y que los niños se pueden ir, como hacía uno que yo me sé, con una manzanilla bebida al colegio, que ya tomarán allí el bocadillo o la fruta o lo que les hayan puesto en casa.
 
¿Con qué nos quedamos? ¿Por qué nos tienen sometidos continuamente a este martirio de idas y venidas en torno a nuestra alimentación? ¡Qué hartura de afirmaciones científicas que a los dos días son refutadas por otras mucho más sesudas y experimentadas! Antes, el aceite de oliva era un veneno; ahora es oro. Antes, los aguacates no podían ni probarse porque eran pura grasa; ahora es una grasa, sí, pero magnífica, que untamos con devoción en las tostadas (con fruición no puede ser, ya que no sabe absolutamente a nada). El jamón ibérico es carne procesada, por lo que no se debe ni probar. Los huevos antes producían colesterol; ahora se debe tomar uno diario. El pescado azul hace años era alimento de pobres y malísimo para la salud. Ahora hay que hincharse a caballas y jureles, que tienen mucho omega 3. ¡El pan integral!, recuerdo a mi padre que cuando lo veía, se acordaba de la Guerra Civil y no quería ni olerlo; ahora lo que no queremos comer es el pan blanco, también igual a veneno. Y así podría seguir con una lista interminable...
 
Nos bombardean con las advertencias sobre la necesidad de llevar una vida saludable: ejercicio, dieta sana (o sea, la que en ese momento se crea que es sana) con poca grasa y poca cantidad de pocos tipos de alimentos. Como dice el chiste, desde luego larga vida se va a hacer, de tan aburrida. Aburrida de llevar, y harta de consejos contradictorios que nos manejan y nos adoctrinan para el mayor beneficio de los que mueven los hilos de las industrias alimentarias.
 
Yo personalmente pretendo hacer una vida lo más sana que puedo, que consiste en tomar alimentos de calidad, combinados sabiamente y con amor, adecuados a lo que en cada momento me pide mi organismo, que es muy sabio, y si es posible consumidos en una buena compañía, que es el mejor aderezo de todas las salsas.
 
Y permitidme que acabe este texto con una exclamación propia de Celia Cruz: "Assssúcarrrrr"!!!!! 
 

domingo, 11 de febrero de 2018

La Codicia

“Muchas mujeres se quejan de ser vistas con codicia, lo que llaman hoy “como objeto de satisfacción”, y casi ninguna admite cuán fastidioso resulta, por no decir cuán vejatorio, y deprimente, y desalentador, no ser vista nunca así, o no serlo por quienes determinamos que tienen esa obligación.”
Esta frase de la novela “Berta Isla”, de Javier Marías, se basta por sí sola para describir algo que llevo muchos meses queriendo expresar, y no me atrevo porque es tan complejo, tan poliédrico y tan delicado… y tan subjetivo, que no sé muy bien cómo abordarlo. La verdad es que después de leerla, todo lo que yo pueda aportar será secundario. Ante una sentencia tan esclarecedora y definitiva, lo que yo pueda poner negro sobre blanco no tendrá ninguna importancia. Pero en realidad yo escribo para expresarme; si lo hiciera sólo para conseguir lectores, estaba apañada. Y esa necesidad es la que me mueve a plasmar mis ideas en este humilde blog, que a modo de estrado me sirve para alzar la voz y difundir mis opiniones, evidentemente personales y subjetivas,  y en modo alguno pretendiendo “sentar cátedra” ni pontificar.
Cuando era muy joven, y por edad me tocaba ir a la vanguardia en casi todo, creía que esa rabiosa modernidad me vacunaba para siempre de la sorpresa de lo nuevo por venir. Me veía a mí misma tan audaz, tan avanzada, que daba por sentado que cualquier conducta, cualquier tendencia, ética y estética, que trajeran los tiempos (“los tiempos”, cuando se es tan joven, siempre están muy lejos; esa expresión implica “dentro de mucho tiempo”), encajaría sin problema en mi sistema ideológico, moral, y sería por tanto capaz de hacer propios los modos futuros.

Craso error, que “los tiempos” han puesto al descubierto. Ahora me topo con una realidad que no comparto y apenas comprendo. Supongo que no hay vuelta atrás; que por mucho que otras personas piensen igual que yo, los modos ya nos son ajenos, aunque los tengamos que aceptar y asumir para sentirnos parte del mundo en que vivimos y no quedarnos anclados en el pasado regodeándonos con los buenos recuerdos y rumiando nuestro desacuerdo con la deriva de la actualidad. Acepto, por tanto, lo que viene, pero me reservo el derecho a protestar y como digo, a no compartir. Actitud nada moderna, como se puede ver, y que contradice todo lo que en “aquellos tiempos” creí que ocurriría cuando llegaran estos.  (Ultimamente me estoy contemplando a mí misma en situaciones que siempre afirmé que no protagonizaría; ya no me atrevo a decir “no haré esto” o “no pensare aquello”, aunque a veces la prudencia me falta y sigo afirmando verdades que a la postre se vuelven del revés).
1.      Siempre me he considerado feminista, al menos siempre “en aquel entonces”; hoy, y a la vista de los acontecimientos, comienzo a dudar de la “pureza” de mis ideas… Soy absolutamente partidaria de la igualdad de derechos, de oportunidades, de que hombres y mujeres compartamos tareas, trabajo, obligaciones… (ya expuse todo esto en la entrada “Un café en el ascensor”). De hecho, mi más frecuente motivo de enfado es la impresión (posiblemente sólo es mi impresión) que tengo de llevar a diario sobre mis hombros “femeninos” toda la carga de la rutina doméstica de todos los que me rodean. Soy muy reivindicativa en este tema.
2.      Por supuesto, siempre me ha parecido que un hombre que “levanta la mano” a una mujer es abominable; sólo pensar que algo así era una costumbre aceptada, e incluso bien vista en algún caso, hace no tantos años -pensemos incluso en nuestros propios abuelos; pero también las abuelas utilizaban la zapatilla con nuestros padres, vaya universos domésticos violentos- me pone la carne de gallina. Ya no digamos la violencia verbal, que tanto asusta a cualquiera y más a los niños; los insultos, las palabras sucias, agresivas y vejatorias; el desprecio, la humillación…que sume a los seres indefensos en el terror y el desamparo. Todo ello es lo más oscuro y denigrante que puede suceder en el secreto de un hogar. O a la vista de todo el mundo, si lo hace el marido con su mujer y sus hijos delante de otras personas, familiares o no, despreciándolos y destrozando su autoestima (pero también he visto a mujeres hacer lo mismo con sus maridos delante de sus amigas o sus madres…) La violencia entre personas que supuestamente se quieren y comparten su vida es algo que da asco y pena. Y mucho miedo.
3.      En la época de la transición era muy frecuente escuchar historias sobre violadores y violaciones. ¡Hasta Ana Belén tenía una canción sobre el tema…! Parecía que este tipo de delincuencia era más frecuente que años atrás. A mí, que estaba despertando al mundo, me aterraba la idea, y siempre, cuando se me hacía de noche al volver a casa, iba por medio de la calzada si la calle era estrecha y solitaria, porque me parecía que así tenía más escapatoria ante cualquier ataque; y en las calles concurridas caminaba pegada a la espalda de alguna persona con aspecto respetable,  para poder echar mano de alguien que me ayudara en caso de necesidad. Mi miedo a que pudiera ocurrirme algo así era visceral y tremendo, como el de una indefensa Caperucita que se siente amenazada por la posible presencia del lobo.
4.      En mi colegio hubo durante algunos meses un profesor suplente que a todas las chicas nos gustaba. Algunas decían que era un “sobón” y que se aprovechaba de las circunstancias. Yo me sentía muy halagada cuando me dedicaba más atención… pensaba que lo hacía por mis cualidades intelectuales… y eso me hacía sentir importante.  Hasta que un día me pareció que el “abrazo” que yo consideraba fruto de una “moderna” camaradería tenía más de rijoso que de amistoso… quizá estuviera influida por los comentarios de mis compañeras. Pero si me acuerdo todavía es porque me impresionó (me asqueó) lo suficiente como para a partir de entonces poner mucha más distancia… no volvió a suceder ni oí comentarios que fueran “más allá”. Afortunadamente, nunca hubo ningún caso de abusos en el colegio. 
5.      En la piscina donde los últimos meses he estado haciendo ejercicio hay muchos hombres mayores (casi ancianos, diría yo) que chapotean con sus bañadores playeros, nada adecuados para el ejercicio,  y se dedican únicamente a “monear” y “hacer que hacen”, mientras se fijan descaradamente en las señoras (mayoría) que intentan esforzarse para realizar los movimientos indicados por la monitora; señoras también ya de edad, con ningún interés en pegar la hebra, por no decir otra cosa, con ese tipo de babosos. Una tarde escuché a uno que le decía a otro según salían del agua algo así como: “anda, que será por mujeres…todas las que hay aquí!” Me sentí tan ofendida que he procurado no estar nunca cerca de ese tipo.
Hago estas reflexiones tan personales para “justificarme” de algún modo, y presentarme como una mujer con “principios”, antes de exponer mi opinión sobre los últimos movimientos feministas, tales como el “Me too” y  las tendencias e ideas de moda entre las chicas más jóvenes de nuestro mundo occidental.  A esto es a lo que me refería más arriba cuando hablaba de aquello que hoy por hoy no comparto ni comprendo.
No comprendo que se promueva una “caza del hombre” como en su día se llevó a cabo una “caza de brujas” en el mundo de Hollywood; no admito que simplemente porque una mujer acuse a uno (movida quizá por ánimo de venganza) se le condene en el acto en los medios de comunicación, lo que significa condenarlo a nivel global, demonizarlo universalmente, sin tener en cuenta la presunción de inocencia ni darle la posibilidad de defenderse; no comprendo que se compare la actitud insinuante de un hombre que quiere ligar con una  mujer, con la violencia, el abuso impune o la rijosidad zafia; no puedo entender que una mujer se sienta agredida porque en algún momento un hombre la mire con “codicia”, como dice Marías en su novela, si esa mirada se hace de un modo no ofensivo, invasivo ni denigrante. Tampoco comprendo a aquellas otras mujeres que se pintan como una puerta y se ponen escotazos para luego decir que de ningún modo consentirán que las miren de ese modo. ¿Cuál es la razón entonces de comportarse así? ¡Y que conste que no estoy justificando ninguna actitud violenta con esta frase!, ya lo he dicho bien claro. Simplemente, me parece una actitud hipócrita la de exhibirse pero prohibir que se las mire, como si en un escaparate un orfebre mostrara su obra, joyas maravillosas, y se ofendiera si alguien las contempla con admiración. (Por el contrario, y siguiendo a Marías de nuevo, a ciertas edades -y supongo que eso no podrán comprenderlo muchas chicas jóvenes de hoy en día, seguidoras de las “lideresas” de la nueva mujer-,  sentirse mirada así es todo un baño de autoestima…! )

Tampoco comparto la actitud de la “nueva mujer liberada” que parece no preocuparse de su aspecto, que defiende un cuerpo “natural” y sin aderezos y que desprecia aquello cuyo fin sea “ayudar a gustar”, estar más atractiva. No lo comparto porque a mí como mujer sí me gusta sentirme atractiva, me hace estar segura de mí misma y pisar más fuerte por el mundo (aunque a veces vaya hecha un desastre, que una cosa no quita la otra). A mí me ha encantado y me encanta “vestirme” para mi pareja, ponerme lo que sé que le gusta más, como parte importante del juego erótico que tiene que darse en toda relación amorosa. Una cita a la que se acude especialmente vestida es una cita especial.
No comparto que se entienda el coqueteo como un ataque o una invasión. ¿Qué hay más divertido y más estimulante que  ese tira y afloja entre un hombre y una mujer, insinuándose y poniendo freno a la vez?
Estoy de parte de Catherine Deneuve y las otras mujeres francesas que han escrito el controvertido manifiesto. Estoy de parte de Simone de Beauvoir, reconocida feminista a la cual ahora las activistas estadounidenses tachan de todo lo contrario, simplemente por defender el juego amoroso, o erótico, en el cual el hombre  y la mujer se buscan y se alejan, se ofrecen y se rechazan, para al final, si ambos lo desean, acabar encontrándose.  
Y ¿qué pasa con nuestros jóvenes, perdidos y angustiados porque piensan que en cualquier momento su actitud puede considerarse equívoca, puede atemorizar a alguna chica que llevada por un extremo de corrección feminista los considere acosadores?
En este sentido, destaco algunas frases leídas en el manifiesto francés:

“Del otro lado, se convoca a los hombres a encontrar, en lo más profundo de su conciencia retrospectiva, un "comportamiento fuera de lugar" que podrían haber tenido hace diez, veinte o treinta años, y del cual deberían arrepentirse. (…) Al borde del ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente notificado a cualquier candidato para tener relaciones sexuales…”

En la época del empoderamiento femenino, ¿por qué renunciar a uno de nuestros poderes, el poder de gustar a los hombres -y en general a todo el mundo-?
En fin; no me voy a extender más, que ya lo he hecho bastante. Supongo que algunos de mis lectores más jóvenes tendrán muchos reparos que hacerme; pero después de llevar meses pensando en escribir esta parrafada, me siento mucho más liberada como persona y como mujer. Esto es lo que yo creo. Si el mundo que viene convierte las relaciones amorosas en una simple transacción, aséptica, tasada, firmada y convenida a través del móvil, no tendré más remedio que aceptarlo como una realidad. Por suerte, yo ya tengo al lado alguien con quien puedo jugar a ser quien quiera.

P.D. Añado unas últimas líneas a esta entrada el día 8 de mayo, después de que el filósofo Slavoj Zizek, en un discurso pronunciado el día anterior en el Círculo de Bellas Artes, con motivo de la entrega de su Medalla de Oro, dijera esto: (Me halaga y reconforta ver que hay personas de altísima talla intelectual que opinan exactamente lo mismo que yo...)

"Cuando las mujeres se visten provocativas, se objetualizan para atraer al hombre, están jugando activamente. Y esto es lo que molesta a nuestro chovinismo masculino que se indigna contra una chica que provoca y luego no quiere acostarse con nosotros. Rechazo la crítica a la objetualización que hace el feminismo; estoy a favor, es uno de los mayores logros de la liberación sexual. Las mujeres tienen derecho a objetualizarse; deberían tener el control del juego de la seducción”.

Pues eso, juguemos!! 

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