Vive la Différence!

Carnaval y Día de la Mujer. Muchos acontecimientos en el principio de este mes de marzo primaveral y lúdico. Y todos ellos nos hablan de igualdad, de igualarnos. ¿Igualdad...? Me pongo a reflexionar sobre dos eventos tan diferentes, pero con tantas concomitancias. 
 
En el Carnaval se trata de que todos nos disfracemos de lo que más nos gusta, es decir, de lo que quisiéramos ser -al menos, en ese momento; no creo que a la gente le apetezca ser una caja de galletas, pongo por caso-. (De esto ya hablé en otra entrada de 2015...) Se nos da, por tanto, la oportunidad de ser "iguales a otros" que no somos nosotros: de ser "distintos" de lo que somos e iguales a aquello que deseamos. Es decir, el pobre puede disfrazarse de millonario y el rico puede disfrazarse de torero o de prostituta o de pirata. El Carnaval nos iguala porque nos da la "oportunidad" de ser lo que queramos. Todos somos iguales en la posibilidad de cambiar de rol, de apariencia, de sexo y de todo. El disfraz, como en el teatro, nos ayuda a jugar un papel que de otro modo quizá nunca hubiéramos representado. Por un momento todos hemos sido iguales, hermanos casi, bajo la máscara; nadie ha preguntado por qué, con quién ni a dónde. En la marea humana del Carnaval sólo existe el cambio, el truco, la incógnita. Da igual si se es rico o pobre, si se es buena persona o un malvado. La máscara nos hace iguales, todos culpables o inocentes. Pero eso sí, es un juego breve; cuando acaba, como Cenicientas, todos debemos volver a nuestra cocina aunque hayamos dejado el zapato atrás. Se acabó la ilusión de que se puede alcanzar lo inalcanzable. De que todos somos iguales.
 
El Día de la Mujer, a diferencia del Carnaval, que varía su fecha según la luna llena de marzo, que rige toda la parafernalia de la Pasión de Cristo y de la resurrección de la Naturaleza y la Primavera, se celebra siempre el ocho de marzo, aunque el primer Día de la Mujer trabajadora se proclamó el 28 de febrero de 1909 (hay que ver lo que se aprende con la Wikipedia), dos años antes del espantoso incendio en que murieron las camiseras en huelga y que siempre se ha señalado como el origen de esta celebración. Aquí no hay máscaras que valgan. Se reivindica la igualdad y punto. Una igualdad que aún está lejos de conseguirse, a pesar de las desenfrenadas y radicales arremetidas de las feministas de última generación. Igualdad en todo. "La igualdad de la mujer". Mujeres iguales a hombres. ¿En serio? Esto me recuerda a aquel viejo chiste que decía, "pues aquí hay de todos y nos lo pasamos de bien..." (perdonadme la tontería).

Las declaraciones de Derechos Humanos, las Constituciones, la política; en todas estas instancias tan serias se asevera que "todos somos iguales". Iguales ante la ley, ante el Estado, ante los demás, ante la oferta y la demanda, ante las leyes del mercado...

Últimamente he visto un anuncio (no me acuerdo de qué era, ropa o perfume o champú) en el que se resaltaba la diferencia: cada mujer es única, decía. También hace unos años Dove hizo una campaña en la que mostraba cómo las diferentes formas de cuerpos femeninos podían ser hermosas todas, siendo distintas unas de otras. ¿No estamos hartas, pues, de quejarnos de esa uniformidad que nos imponen los cánones de belleza y de moda? ¿No estamos hartas de que la moda maneje nuestros gustos y que Zara nos obligue a comprarnos un pantalón rojo cuando lo queremos verde? La tendencia, en cualquier aspecto de la vida, marca, iguala, pasa un rasero y deja fuera lo que sobresale o lo que no llega a él. Pretende que todas seamos iguales. Si se lleva depilarse, todo el mundo a depilarse y a sufrir para parecer un bebé; si ahora lo guay es ir con los pelos puestos, depilarse está out, es pijo, antiguo y lo que es peor, poco reivindicativo. ¿No sería mejor que cada uno hiciera lo que le diera la gana, sin tener que sufrir estigmas por ser consecuente con sus gustos o ideas? ¿No sería mejor que en vez de pretender parecer todos iguales fuéramos iguales en nuestra capacidad de decidir? ¿Qué nadie tuviera que criticar a nadie por lo que haga o deje de hacer? (Benditos años ochenta en los que podía uno ponerse el rabo de un borrico sin que a nadie le pareciera mal...)

Parémonos a pensar un momento, por favor. ¿Realmente queremos ser iguales? ¿O lo que queremos es "tener los mismos derechos, las mismas oportunidades"? Porque lo segundo sí nos da la capacidad de ser quienes queramos, mientras que lo primero nos obliga a ser como "alguien" (llamémosle los grupos de poder, lobbies, etc) quiere que seamos. Por naturaleza, el hombre quiere ser distinto de sus vecinos, destacar, hacer cosas diferentes, que lo identifiquen, que le den carácter propio, unicidad, algo en lo que poder reconocerse. "Todos los hombres iguales" no debe equivaler a "todos los hombres idénticos". Debe equivaler a todos los hombres con la misma capacidad de ser quienes quieran ser. Debe equivaler a todos los hombres con el mismo derecho a expresar sus ideas, gustos e intereses por muy distintos que sean de los del vecino. No me interesa vivir en una sociedad que pretende igualarnos. ¿Igualarnos por dónde, dónde van a poner el rasero, el listón? ¿Cómo sabemos que al pasar la criba no vamos a quedarnos fuera, y consecuentemente, vamos a estar proscritos?  Y todo este párrafo lo escribo refiriéndome a "los hombres" como al género humano, no a los individuos masculinos. Sigo empeñada en utilizar la lengua castellana como la aprendí, y para mí "los hombres" representan la Humanidad.

En este sentido, no me interesa personalmente para nada ser igual que los hombres. Prefiero ser muy distinta, (por favor no me recordéis el chiste tonto de antes) en mi forma de sentir, en mi forma de relacionarme con el mundo, en la forma de ver las cosas, en los gustos...ni creo que hombres y mujeres seamos iguales ni lo deseo. Prefiero poder intercambiar pareceres, me parece mucho más enriquecedor. Pero, y eso sí, defiendo a ultranza que tanto unos como otras tengamos las mismas obligaciones y derechos hacia y para los demás y recíprocamente: que compartamos tareas, que colaboremos en los cuidados y en el hogar, que en el trabajo se nos reconozca igualmente nuestra valía (si la tenemos), que las mujeres podamos ocupar puestos de primera fila igual que los hombres, unas y otros si lo merecemos y no por nuestro sexo; que no haya profesiones masculinas o femeninas. (Hace poco le recordé a mi hija que uno de sus primeros regalos de Reyes fue un camión. Era tan grande que se metía ella dentro. Nunca intenté que fuera una princesa Disney. Así que no creo que se me pueda tildar de machista...)
Pero ojo, tampoco quiero ser igual que las demás mujeres. Quiero poder ser distinta. Quiero poder tener mis propias opiniones sobre el feminismo. Quiero poder arreglarme y sentirme guapa. Quiero poder no hacer huelga sin que algunas piensen que estoy fomentando el machismo. Quiero poder no ser radical. Quiero, como dice el anuncio, ser única. Mujer, reivindicativa de mis derechos, de la igualdad de deberes y obligaciones, pero no parte del rebaño. No quiero ser masa. No quiero que me dirijan. Quiero pensar por mí misma y hacerme un hueco en el mundo con mis propias manos.

Quiero reivindicar
 
lo hermoso de la frase del título de esta entrada: "¡Viva la Diferencia!"

 

Comentarios

  1. Me ha encantado esta entrada: Única y diferente!
    Así somos.
    MB

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  2. Hola. Yo soy defensora de la igualdad entre hombres y mujeres, pero bien entendida. Y para mi, cómo tú dices Ana, se trata de igualdad de oportunidades, de libertad, de derechos y deberes ante la ley, de ciertos modelos educativos.... No consiste en igualar a los individuos ni de enfrentar a los sexos. Por otro lado siempre habrá diferencias mientras existan los XY los XX, bueno, hasta que alguien invente otra cosa. Yo no pondría la mano en el fuego. Un abrazo, Conchi

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  3. ¿Volverá "Un aire de vida"?
    Era muy agradable leerte,

    J.

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