"Elogia, que algo queda..."

Una boda. Cuando termina la cena, todas las chicas salimos escopetadas al baño, aunque sólo sea para estirar un poco las piernas, que se han quedado entumecidas después de casi dos horas de estar esperando el próximo plato. Y también a repasar el carmín...
En los lavabos somos multitud. Allí encuentro a gente de la familia, a mujeres que me suenan  de vista y a perfectas desconocidas. (¿Eres del novio o de la novia...?) Una de las últimas me ha llamado la atención ya en la ceremonia. Va preciosa: un vestido negro años cincuenta, moño estilo Audrey Hepburn, collar y pendientes de perlas que aunque siempre quedan serios no pueden ocultar lo jovencísima que es. Ahora que estoy frente a ella me fijo en otros detalles: pequeñas flores amarillas que adornan su pulsera y sus zapatos, a juego con un bolsito de fiesta estilo bombonera totalmente amarillo canario. (Qué mezcla tan atrevida, y tan alegre...) Una amiga la está admirando y le echa piropos, quizá esperando un elogio recíproco. Y yo no puedo evitarlo; me vuelvo y le digo: "No te conozco de nada, pero vas de diez; ya me he fijado en tí en la Boda y ahora te lo tengo que decir: estás genial; me encanta tu vestido, el bolso y las flores amarillas, y el fantástico moño con diadema."
La chica me mira atónita, y cuando reacciona me da efusivamente las gracias, muy contenta, y me pide que le permita darme un abrazo, a lo que por supuesto accedo de buena gana. "Usted también va muy elegante", me dice sin mucha convicción; más bien para agradecerme el detalle de haber ensalzado su look de fiesta.
A todos nos gusta que nos regalen de vez en cuando el oído, sobre todo si hay razones objetivas para ello: ropa nueva, unos kilos de menos, un cambio de peinado...llegamos al trabajo o a una reunión esperando que los que nos rodean (y suponemos que nos estiman) hagan grandes alharacas al comprobar un cambio a mejor en nuestra apariencia, cambio del que somos conscientes y en el que hemos puesto intención y empeño. Y la mayoría de las veces nos llevamos un buen chasco: sólo encontramos un silencio indiferente, y en ocasiones alguna tímida constatación de los hechos: "ah, te has dado mechas..."
Sin embargo, cuando uno sabe que ese cambio a mejor existe, porque todos tenemos ojos en la cara y espejos en las paredes que nos dicen si ese día estamos fantásticos o penosos, resulta chocante cuando no enojoso que nadie se fije (o parezca fijarse) en eso de positivo que nuestro aspecto presenta hoy. Y nos preguntamos, "¿pero cómo es posible que no se den cuenta de que los pantalones me quedan más sueltos?"  "¿Es que no ven que llevo una blusa nueva?"  "¿Será que mis zapatos son tan vulgares que pasan inadvertidos?" Por el contrario, en alguna ocasión califican como atractivo y novedoso  algo que de tan antiguo y usado ya ni uno mismo toma en cuenta.

Esta actitud tan generalizada (aunque a todo hay excepciones y en este caso siempre muy gratas) hace que uno intente explicarse cuál es la razón de un comportamiento tan caprichoso y aleatorio. En primer lugar, se piensa  en la envidia. Hay muchas personas que aun siendo fantásticas tienen tan baja estima de sí mismos que cualquier detalle significativo en los demás les sumen en la tristeza del bien ajeno. Y aunque estén viendo algo que les parece estupendo, como creen carecer de ello, prefieren no ponerlo de manifiesto para que su falta no sea evidente. Pero ese tipo de gente no es mayoritario, afortunadamente; aunque alguno siempre encontramos en todo grupo humano, no solemos vivir rodeados de envidiosos... En segundo lugar, están aquellos que aunque se dan cuenta del detalle novedoso se callan con intención de fastidiar. Esta actitud podría  ser  asimilable a la del anterior,  porque no produce beneficio al que se calla más que el de no dar una alegría al otro. Por otra parte está  la falta de atención. Hay personas muy poco observadoras que sin tener intención de hacer daño simplemente no reparan en lo nuestro. Esto sienta bastante mal a los que sí se fijan en lo bueno que tienen los demás. Y por último, hay a quienes les da pudor hacer comentarios elogiosos del resto, porque piensan que si lo hacen van a crear una situación embarazosa de la cual no sabrán salir airosos.

Todos estos motivos para el silencio son frecuentes, pero debería hacerse todo lo posible para no caer en ellos. ¿Qué trabajo cuesta decir lo que pensamos? (Siempre que sea algo bueno, claro está, no se trata aquí de denostar a nadie: lo que no nos gusta, mejor callarlo). Al que escucha le haremos sentir bien, y  nosotros también recibiremos de vuelta parte de ese bienestar. Si nos gusta que nos halaguen, ¿por qué no empezamos por dedicar alguna palabra bonita a los que tenemos más cerca, si realmente lo merecen? Perdamos el miedo a ser agradables; eso no nos va a hacer más vulnerables, ni menos respetables ni peores personas; todo lo contrario. Los que reciban el elogio que yo ahora aquí reivindico reaccionarán como la chica de la boda: al principio con cierta sorpresa, pero enseguida con gratitud y cordialidad recíproca.

Hagamos el mundo un poco más amable, un lugar en el que sentirse apreciado y valorado. Hagamos todo lo contrario de lo que aconseja el refrán, y siempre que surja la oportunidad cambiémoslo por este: "Elogia, que algo queda".





Comentarios

  1. no estoy segura de que te haya llegado mi comentario me ha encantado el último escrito me identifico con ulagunas de las frases escritas.Enhorabuena!!! un beso Laura tu fisio.

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    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, Laura, tu comentario ha sido el primero que recibo. Te deseo todo lo mejor porque te lo mereces, eres una chica estupenda. Muchos besos y hasta la próxima contractura...

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  2. Qué razón, y qué preciosidad de comienzo y final para una reflexión que entiendo. Lo que pasa es que yo soy de las despistadas que no se fijan, sin malicia...
    Cualquier día te cuento mi visión psicológica del asunto, ¿vale? :)
    Un beso!
    P.

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