Estética playera
Acabo de
volver de una pequeña escapada, unos días en la playa con la familia para hacer
un paréntesis entre el final del curso escolar y el comienzo del largo verano, que este año promete venir
cargado de cosas buenas: novedades, ilusiones, viajes…
A estas
alturas del año y de “mis años” no ando con la autoestima física para tirar
cohetes. Nunca es que la tenga por las nubes, pero el momento de ponerse el
bañador sobre la piel blanquecina del invierno siempre es demoledor. ¡Madre
mía, cómo voy a tapar tanto efecto de la ley de la gravedad…! Por mucho que las
anuncien como la panacea, aún no se ha inventado ninguna crema anticelulítica
que dé los mismos resultados que una buena liposucción. O sea, que aunque me
haya pasado dos meses dándome masajes en la tripa, ella sigue ahí, pertinaz y
redonda como al principio. Por no hablar
del diámetro de mis muslos, a los que parece haber ido a parar toda la materia
que antes rellenaba, tan mona, todo lo
que debería ser rechoncho y ya no lo es. ¡En fín!...me consuelo mirando los
modelitos que acabo de adquirir en las incipientes rebajas y que voy colocando
en la maleta con la esperanza de verme fantástica vestida con ellos una vez
pasado el trago de salir medio desnuda a la palestra…
Nada; no
hay para qué preocuparse. Todos los años sucede lo mismo. Sale una envuelta en
una camisa vaporosa y bajo las enormes alas de la glamurosa pamela, con las
gafas de sol bien ajustadas y un bolsito playero colgando del hombro, (vamos,
monísima), pero aterrada ante la proximidad del momento en el que habrá que
desembarazarse de toda esa parafernalia y dejar al descubierto la penosa imagen
que acabamos de encontrarnos en el espejo de la habitación. ¡Un momento! ¿Penosa?
Debajo de la sombrilla, con los pies hundiéndose en la arena mientras tomamos
posesión de nuestro lugar frente a la
orilla, los ojos nos muestran un panorama que hace crecer la fe en los que nos
aseguran a diario que estamos estupendas (hijos, amigas y demás personas que
nos miran con buenos ojos) a pesar de que les contestamos siempre con una mueca
de escepticismo. Es la “estética playera”, el mejor remedio que conozco para
sentirse miss mundo (o miss playa familiar) en dos segundos.
Reconozco
que este año no había mucha jovencita veinteañera maravillosa, salvo mi hija,
por los alrededores. La playa estaba llena de familias compuestas de bebés,
niños, padres y abuelos. De los señores no tengo nada que decir; sinceramente,
no me he fijado mucho en ellos, salvo para comparar la tripilla de mi marido
con los barrigones colgantes que lucían algunos. Pero, ¡ay!, las señoras…
Las de mi
edad han decidido todas que hay que enseñar el máximo posible, antes de que sea
demasiado tarde. Así que el bañador brilla por su ausencia. Es una prenda fuera
de uso (salvo para mí…) Lo que pita es el bikini. De todos los tipos, pero
siempre lo bastante pequeños para que por encima de la parte inferior rebose la
tripa celulítica, más o menos abultada. Y a esas damas no se las ve preocupadas
en modo alguno por ir encogiendo su anatomía para disimular un poco el
desastre…¡en absoluto! Van tan campantes, entrando y saliendo del agua con los
michelines al viento. Incluso hay alguna a la que se la ve esgrimir con orgullo
un buen “par de razones” para pavonearse entre el personal: ¿qué importancia tiene
la tripita ante la rotundidad de una buena delantera? Y se luce tan orgullosa
como si fuera Venus emergiendo de las olas.
Pero, ¿qué
decir de las señoras mayores? Por supuesto siguen el ejemplo de las más jóvenes
y muestran sus vientres orondos entre las dos partes de sus trajes de baño. Si
están flacas, lo cual sucede también a menudo (pues ya dice el refrán que la
que no se ajamona se amojama), lucen un perfecto acordeón repartido por todo su
cuerpo. Pero lo que me parece más atrevido es que esas mismas mujeres se
expongan en top-less sin ningún sonrojo, cuando lo que tienen que enseñar
sinceramente ya no tiene ninguna gracia. Una jovencita en top-less es una
alegría para la vista y para el ambiente playero; una anciana en top-less es
una imagen ciertamente penosa, aunque muy de agradecer por aquello de salir
ganando en la comparación.
(Ya sé que
habrá muchas personas que no estén en absoluto de acuerdo con lo que escribo, y
para las que es maravilloso que todos los cuerpos se muestren tal como son en
su sincera desnudez, viejos, jóvenes, maduros…pero para eso están las playas
nudistas, cuya filosofía yo respeto y alabo, y que es muy distinta de la de una
playa familiar en la que quien más quien menos se distrae contemplando a los de
la sombrilla de al lado).
Yo me
pregunto ante este panorama cómo se hubiera vestido Katherine Hepburn en un
momento así, ya mayor, cuando ocultaba su antes maravilloso cuello bajo
pañuelos de seda o camisas vaporosas. Esa mujer, sinónimo de elegancia, no
consentía enseñar una parte de su
anatomía que en tiempos fue divina y ahora delataba su avanzada edad. Me parece
un signo de discreción y de respeto por ella misma y por los demás. Una forma
de llevar con grandísima dignidad las señales de la vejez. De seguir siendo un icono
de estilo y de clase.
No es que
yo esté defendiendo aquí que nos bañemos ahora como en el siglo XIX, con
vestido largo de lana y gorros con puntilla. En absoluto. Existen muchos
estilos y modelos en ropa de baño. Creo que no estaría de más que cada uno
escogiera el que mejor le siente, el que más le favorezca. Realmente sería un recreo
para la vista.
Eso sí, ya
no me serviría a mí como piedra de toque para sentirme fantásticamente bien
conmigo misma, y considerar que he exagerado,
como todos los años, y que
realmente no estoy tan mal con mis trajes de baño que me ajustan como un guante
y que no dejan ver más de lo debido. Pero creo sinceramente que todos saldríamos ganando si nos miráramos de forma más objetiva (siempre existe un término medio entre el derrotismo infundado y el entusiasmo excesivo) e intentáramos ser parte de un conjunto armonioso, que no ofendiera la vista de los que nos rodean sino que ofreciera una imagen agradable y adecuada al lugar y el momento en el que nos encontramos.
Y es que un poquito de glamour nunca viene mal, ¿a que sí?
Ana, libe, aún con blusón y pamela. Ana, llena de ilusión el aire que comparte. Ana, a quien acabo de conocer y a quien encuentro tan diferente y tan parecida a mí. Ana, una bocanada de vida en un espacio de mesas y plantas y ventanas sin abrir y personas y sus necesidades y las nuestras. Ana, con quien empiezo a compartir un poquito de ese aire azul un una línea blanca.
ResponderEliminarAdmiro a los mayores que no renuncian a la vida de cada una de sus arrugas.Y admiro a los mayores que tampoco renuncian a guardar esa vida para ellos. Admiro a las mujeres que, como nosotras, no renuncian a sus sueños y se ponente a hacerlos realidad, a cualquier edad.
Hasta dentro de un ratito, compartido de nuevo.
Gracias Marisa! Aprendamos a querernos, porque así seremos más indulgentes con nosotros mismos y con los demás.
EliminarFantástico. Me estoy dando un atracón de tus posts, a cual mejor que el anterior. Pero éste en particular me ha conquistado :)
ResponderEliminarGracias, princesa! Me alegro de que te guste lo que escribo. Para mí tu opinión es muy importante.
EliminarTu blog si que es bonito y especial...
Besazos!