Dolce far niente.

"Mamá, me aburro..."
 
Fatídica frase, que todas las madres hemos escuchado con horror un montón de veces en boca de nuestros hijos. Y enseguida nuestra cabeza se ha puesto a echar humo pensando qué podríamos sugerir a los retoños para que se entretuvieran un ratito más...porque no les valen normalmente recursos fáciles como "ponte a leer", "ponte la tele a ver si echan algo que esté bien", "ponte a dibujar algo bonito", o lo que de verdad querríamos decirles y sería mucho peor, "ponte a ordenar tus papeles y selecciona los mejores para tirar el resto".
 Normalmente los críos, a no ser los muy bebés, enseguida encuentran algo que les vuelva a enganchar a la actividad. Pero ellos, y los adultos mucho más, deberíamos no huir de esa sensación de "¿Qué hago ahora que no encuentro nada que hacer?", sino aprovecharla al máximo. O sea, deberíamos aprender a encontrar placer en aburrirnos.
 
Para una persona tan activa como yo esto es realmente muy difícil. Desde pequeña me agobiaba la sensación de que tenía grandes cantidades de tiempo que no sabía cómo iba a llenar. Al principio de las vacaciones me hacía un horario en el que marcaba a qué iba a jugar en cada momento del día y de la semana. Afortunadamente, luego no lo seguía, y los juegos iban surgiendo con naturalidad según me apeteciera más o menos complicarme en sacar múltiples "cacharritos" o en si tenía a mi lado alguien con quien compartirlos. Pero sí recuerdo ratos largos y tediosos en los que el calor de la siesta parecía que no iba a acabar jamás y en los que la pereza paralizaba la escasa imaginación que quedaba a esas horas para encontrar algo con qué entretenerse.
Aún hoy, las raras veces en que me encuentro con un ratito en que no tengo ninguna obligación urgente o programada, me pongo rápidamente a buscar algo que hacer: ordenar un armario, limpiar zapatos, repasar papeles, y en cambio me cuesta dedicarme a mí misma ese momento de ocio inesperado. La falta de costumbre de tantos años...
Solo en la playa soy capaz de tumbarme y no hacer nada. Allí sí me concedo la indulgencia de no tener prisa. De dejar pasar las horas a la orilla del mar sin más ocupación que mirar al horizonte. En esa situación "horizontal" no me apremia buscar una actividad. Simplemente estoy.
 
¡Qué "dulce hacer nada", qué dolce far niente! Cómo me gustaría trasladarlo al cuarto de estar de mi casa. Cómo me gustaría aprender a aburrirme. Eso que tantas veces les he dicho a mis hijos, "es que tenéis que aprender a aburriros, no hacer nada es buenísimo y más en vacaciones, que hay que descansar de todo el curso...", y que al final ellos han asimilado haciendo el vago todo lo que pueden, y yo no llevo a la práctica casi nunca.
 
Deberíamos dejar transcurrir las horas como si fuéramos protagonistas de una novela de Scott Fitzgerald, indolentemente, como arena que se escurriera entre nuestros dedos entreabiertos. Y vivir un verano dorado, tamizado por la galvana y el lujo (que en este caso, es el lujo de saber aburrirse).

Comentarios

  1. No sabes bien cuánto me gustaria aburrirme alguna vez...pero me temo que tendré que seguir esperando a que ese momento llegue.No obstante, lo tendré en cuenta este verano y procuraré vivir ese lujo!!

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    1. Qué alegría que sigas mi blog! Así tengo la impresión de que estamos más cerca. Ojala pronto podamos vernos y charlar largo y tendido como antes.
      Muchos besos!

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  2. Encuentro varios puntos de la entrada con los que me siento identificado("mamá, me aburro"; "haciendo el vago todo lo que pueden")...Es genial tu forma de escribir, y te animo a que continúes con este fantástico blog.

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