El peso de la vuelta
Como quien no quiere la cosa, ya estamos a mediados de septiembre. El verano ha pasado sin sentir, a pesar de que hemos intentado aprovecharlo al máximo, y el otoño está llamando a la puerta en forma de chaparrones imprevistos, rebequita mañanera y noches de edredón. Es el momento de la vuelta: vuelta de vacaciones, vuelta al cole, vuelta al gimnasio, "Vuelta a España"... y esa vuelta nos pesa.
¡Sobre todo, por los kilos que nos hemos traído de "suvenir"! Hay que ver qué martirio, siempre luchando con los "tres (¡!) kilitos que me sobran". Y que siempre se instalan en el mismo sitio (le han cogido cariño a esa zona de nuestra anatomía y vuelven impenitentes una y otra vez...)
Pero este año he decidido ir zafándome de esos huéspedes de vaivén con filosofía. Sobre todo, porque representan lo mejor del verano: el placer de una cervecita o un delicioso vino blanco bien frío; el maravilloso tour gastronómico en que se han convertido mis vacaciones, en las que he probado desde las más humildes sardinas asadas hasta el más británico roast-beef, pasando por toda clase de postres ultracalóricamente deliciosos; la pereza de la siesta tumbada al sol en la playa; en fín, toda clase de sensaciones maravillosas de las que no estoy dispuesta a prescindir. ¿Hay que pagar luego por ello el peaje de unos meses estoicos bebiendo sólo agua hasta que podamos meternos en esa falda icónica que sólo nos entra cuando estamos en forma? Bueno. Pero la verdad, no estoy nada de acuerdo con un preparador personal, de esos tan de moda hoy día, que escuché el mes pasado en la radio, y que decía que en vacaciones hay que llevar una vida similar a la del resto del año: comida sana, ejercicio, nada de excesos...¡vamos, menudo aburrimiento! Para unos días que tiene una de soltarse la melena...hay que disfrutar de los placeres que podemos permitirnos, porque si los dejamos pasar quizá dentro de un tiempo sean muchos menos, y hayamos perdido la oportunidad de gozar de otros.
La que no me pesa nada, sino todo lo contrario, es la vuelta al cole. Claro, que no soy yo la que tiene que enfrentarse a nuevos profesores, nuevas materias, el aburrimiento de las clases monótonas...Pero a mí me encanta ese olor de los libros recién comprados, de las virutas de los lapiceros afilados, de la goma de borrar que se quedó olvidada en el estuche...es un olor melancólico y dulce, como la niñez. Me hace una ilusión tremenda volver a pisar el patio, ver a los chavales salir en tropel, reírse y abrazarse el primer día como si no se hubieran visto en años...me da una sensación de familiaridad contemplar a los profesores afanarse en reunir las filas yendo de un lado a otro, chocar las palmas con sus alumnos mayores, besar a los chiquitines. Me trae recuerdos propios, pero sobre todo recuerdos de los años que llevo viendo esa misma escena con mis hijos como protagonistas. Luego vendrá el aluvión de cosas que contar: cómo han visto a sus amigos y compañeros, que el profesor preferido este año no va a darles clase, que "hay uno que es un estúpido y no puedo soportarlo y me va a ir fatal con él", que "este profesor es genial, me va a encantar su asignatura", mamá hay que llevar una foto, comprar material, forrar los libros...La más amable de todas las vueltas es sin duda para mí la vuelta al cole.
Pero no he dicho nada de la vuelta al trabajo...que me espera dentro de dos días...en fín, en esa hoy prefiero no pensar. Cuando llegue el lunes, me tiraré de cabeza a la piscina. Espero que haya agua...
leido!! genial como siempre Ana!! un beso tu fisio
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