La prisa
Hoy es quince de agosto. La Virgen de agosto en casi todos los pueblos de España. También en Madrid: la Paloma. Verbena, churros, olor a fritanga, sangría de garrafón y charanga y chunta-chunta en las Vistillas. La poca gente que queda en la ciudad está de fiesta. Los que recorren las calles abrasadoras son visitantes, turistas de paso admirando las bellezas (¿cómo se verán la primera vez, con los ojos nuevos del que llega?) que los naturales nos sabemos de memoria (eso creemos, pero casi nunca es cierto...)
"Agosto, frío en el rostro"; ya no, eso era antes del cambio climático. Ahora por estas fechas vuelve la ola de calor, y uno aprovecha la fresca para salir a dar un paseo antes de tumbarse a sudar las sábanas. Sin embargo, los días comienzan a acortarse de nuevo y ya no nos despierta el amanecer, sino que vemos el sol saliendo por el horizonte con el café en la mano. Pero lo que parece no haber cambiado aún (no sé cuánto durará) es la sensación de que en agosto todo va mucho más despacio.
Hace muchos años, en Madrid no se encontraba en estas fechas ningún comercio abierto. Recuerdo un verano en que busqué infructuosamente un estanco para comprar sellos con que franquear las cartas que escribía a mi novio (sí; entonces no había móvil, ni ordenador ni nada). Tuve que irme fuera del barrio, andando por calles desiertas... (Ese mismo verano y esa misma tarde encontré por casualidad una tienda de regalos en la que compré unos pendientes de aro de pasta roja que estrené cuando él volvió de viaje y fui a buscarle al aeropuerto; hacían juego con mi vestido, rojo también). La sensación era de absoluta soledad en lugares que en otras fechas siempre estaban muy concurridos. Nadie llamaba al teléfono. No había nada que hacer. El mundo estaba cerrado por vacaciones.
En mi lugar de trabajo, recién estrenado, el calor se deslizaba por las paredes blancas y huía por la ventana, grande, hermosa, que daba a un patio fresco y destartalado. El cuartito donde me instalaron era umbrío y recoleto, y se estaba muy a gusto allí con los papeles que empezaba poco a poco a conocer. El tiempo fluía lentamente hasta la hora de salida. Nada ni nadie parecía querer alterar esa pereza de las horas pasando morosas una tras otra. Todo parecía fácil; no había prisa.
Parece como si por ser agosto, aún hoy en que ya cada uno coge las vacaciones cuando quiere y no hay necesidad de irse obligatoriamente este mes, de repente todo pudiera esperar. Las cosas no son urgentes, ni siquiera la rutina es urgente. No pasa nada si cenamos fiambre tres días seguidos, si se come de lata o de precocinado de la pastelería. Es más, esa sensación de provisionalidad hace que nos sintamos un poco de vacaciones, que rompamos la normalidad del resto del año. El polvo se amontona en los rincones y habría que pasar la fregona, pero nada corre prisa, a los habitantes de la casa parece no importarles convivir unos días más con las pelusas. Es como si de repente nuestra casa no fuera la de siempre, sino un lugar de paso en el que disfrutar sin obligaciones de este mes caluroso. La galbana se apodera de nosotros, y hacemos cosas inverosímiles, como poner una peli después de comer mientras los cacharros nos esperan en la pila o sentarse en el sofá sin hacer nada a la hora en que normalmente estaríamos preparando la cena.
Es maravillosa esta sensación de estar fuera del tiempo y de la cotidianeidad, de permitirnos ser un poco vagos, un poco indolentes, de hacer "lo que nos da la gana"... incluso en el trabajo, donde los cuatro gatos que quedan en cada oficina buscan cualquier excusa para levantarse de la silla, acercarse al compañero y comentar cualquier nadería. Por las mañanas se madruga menos, los horarios se relajan, hay un ambiente como de víspera de fiesta...parece que las preocupaciones y el estrés se han metido debajo de las piedras.
En un curso de relajación al que acudí hace tiempo contó la profesora que un filósofo chino decía algo así como que los europeos siempre teníamos prisa por que sucedieran las cosas: prisa por que llegue el fin de semana, o una cita esperada, o mi cumpleaños, o una fiesta, o las vacaciones...siempre estamos corriendo hacia algo que pasa casi sin sentir para volver a correr hacia la próxima meta...y claro, tanto corremos que acabamos llegando mucho más pronto al final. ¡Qué reflexión tan acertada! Aunque tengamos muchas ganas de que llegue algo, es mejor no despreciar el tiempo que debe pasar hasta ese momento, porque si no lo perderemos por el camino. Así pasa con las vacaciones: aún no me he marchado este año, salvo unos pocos días, y estoy deseando que lleguen, pero sin prisa ninguna, sino intentando disfrutar de este tiempo de estío dorado y lento que sólo tenemos una vez al año. Y no me lo pienso perder.
Es maravillosa esta sensación de estar fuera del tiempo y de la cotidianeidad, de permitirnos ser un poco vagos, un poco indolentes, de hacer "lo que nos da la gana"... incluso en el trabajo, donde los cuatro gatos que quedan en cada oficina buscan cualquier excusa para levantarse de la silla, acercarse al compañero y comentar cualquier nadería. Por las mañanas se madruga menos, los horarios se relajan, hay un ambiente como de víspera de fiesta...parece que las preocupaciones y el estrés se han metido debajo de las piedras.
En un curso de relajación al que acudí hace tiempo contó la profesora que un filósofo chino decía algo así como que los europeos siempre teníamos prisa por que sucedieran las cosas: prisa por que llegue el fin de semana, o una cita esperada, o mi cumpleaños, o una fiesta, o las vacaciones...siempre estamos corriendo hacia algo que pasa casi sin sentir para volver a correr hacia la próxima meta...y claro, tanto corremos que acabamos llegando mucho más pronto al final. ¡Qué reflexión tan acertada! Aunque tengamos muchas ganas de que llegue algo, es mejor no despreciar el tiempo que debe pasar hasta ese momento, porque si no lo perderemos por el camino. Así pasa con las vacaciones: aún no me he marchado este año, salvo unos pocos días, y estoy deseando que lleguen, pero sin prisa ninguna, sino intentando disfrutar de este tiempo de estío dorado y lento que sólo tenemos una vez al año. Y no me lo pienso perder.
Ana, espero que estas pinceladas a la vida,sí pinceladas, porque con ellas compones un cuadro maravilloso,lleguen a muchas personas.
ResponderEliminarEs una delicia leerte, además yo tuve la suerte de que me regalaras un relato tuyo, primero narrado y luego escrito, que guardaré como un tesoro.
Un besazo enorme.
Mil gracias, princesa. Tú si que eres una persona deliciosa y tu amistad un tesoro para mi corazón.
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