Rellenos de ternura
La otra tarde iba andando por una calle muy pija de la ciudad en que vivo. La más pija, podríamos decir. Me gusta pasear por ella, porque sus escaparates están abarrotados de objetos preciosos que me llenan la vista y me hacen sentir bien, aunque no los compre; la mayoría están fuera de mi alcance...esa tarde en concreto sí había comprado algo, de una forma un tanto impulsiva, pero con mucha base de sentido práctico...(era algo que necesito y que me cautivó nada más verlo. Además, me lo podía permitir, así que la decisión fue rápida).
El caso es que iba yo tan contenta con mi paquete, fijándome en todo lo que ocurría alrededor, como siempre: es algo que asombra mucho a mi hija, el que pueda pasar por un lugar y percatarme de todo: carteles, tiendas, indicadores, señales, gente...(eso me ayuda luego a orientarme y a localizar sitios de los que me hablan...) Y de repente, delante de mí aparecieron dos mujeres jóvenes (muy jóvenes), una de ellas empujando un carrito de bebé. Tenían todo el aspecto de ser de ese barrio (no como yo, que iba "de turismo"). El carrito también. Y el bebé...
El bebé, pobre, se desgañitaba a llorar. No tendría más de cinco meses. Iba monísimo, desde luego, con sus pelillos repeinados, digno hijo de su madre (supongo que la que iba empuñando el asa del cochecito). Pero eso, sinceramente, no le servía de mucho en ese momento. No sé si tendría sed, calor (la capota estaba plegada y le iba dando el sol), hambre, o estaría harto de entrar y salir de tiendas donde hacía frío y la muchedumbre se agolpaba a su alrededor, y el olor no era el de su casa ni el de su madre (o el de la nanny). El caso es que lloraba y lloraba. Cada vez más. A grito pelado.
¿Qué hacía su -supuesta- madre? Mirar la Tablet y enseñar lo que veía en ella a su amiga. Las dos muy animadas, muy contentas, muy "ideales". Y muy sordas, por lo que parecía, ya que no oían (o les daba igual) al pobre niñito en su cuco.
Ante esa escena cotidiana, sin importancia, en la que probablemente nadie más había reparado, se mezclaron en mi interior dos emociones contrapuestas pero igual de intensas:
Una, un sentimiento sordo de aversión hacia esas dos personas, esas dos gansas que habían sacado a pasear a su niño como se puede sacar a un perro, qué digo, mucho peor, porque a los perros sus amos les hacen caso y cucamonas, y al pobrecito ni le miraban. Para ellas parecía ser un elemento más de lujo, una posesión más, un simple objeto decorativo. Se podía uno imaginar que la madre había llamado a su amiga para lucir el bebé ante ella y luego atreverse a llevar a cabo, por compromiso, la incómoda tarea de dar un paseo con él por la calle.
La segunda, mucho más apremiante, una inmensa ternura hacia esa criaturita que reclamaba atención. Me hubiera lanzado sobre el cuco y rebuscado entre las sabanitas un chupete, un juguetito, un biberón con agua...o simplemente le hubiera tomado en los brazos y le hubiera salmodiado un "ea, ea, ea..." de esos que se dicen con la voz hueca, meciéndose atrás y adelante, y que consuelan tanto.
Esta anécdota me impactó bastante, y la retomo ahora al hilo de otra más reciente.
De vez en cuando acudo a un centro de fisioterapia para reparar mis músculos maltrechos y entumecidos. Allí me cuida una muchacha dulce como un arcoíris. Es todo lo contrario a las dos chicas del otro día: una persona amable, delicada, receptiva, que escucha lo que le cuentas sin perder detalle, y que vuelca también sus sentimientos con la persona que nota que la escucha. Muchas veces me ha relatado historias que demuestran que en ella la ternura rebosa. No hay más que oir cómo habla de los ancianos a los que trata y visita, de las personas mayores de su familia, con un cariño infinito, de los que perdonan las pequeñas faltas en los demás. No la he visto nunca triste, siempre con la sonrisa en los labios y en los ojos. Todo ese amor lo traslada a sus manos, calientes y firmes pero suaves, reparadoras.
Mientras me arregla los desperfectos hablamos de todo un poco, y la otra tarde comentábamos lo vacía que está mucha gente, y cómo para reparar esos huecos abarrotan su vida de cosas absurdas. Lo ideal sería rellenarlas con montones de cosas interesantes, de las que ensanchan el alma y nos hacen mejores. Pero reflexionando sobre el contraste entre la dedicación a los demás de mi fisio y la banalidad de las dos petardas del bebé, pienso que por lo menos todos deberíamos rellenarnos de ternura. Quien posee esa cualidad, ese sentimiento, debe a la fuerza ser bueno, y por ende tener sensibilidad para captar la emoción de la belleza, la grandeza de lo sencillo, la eternidad de lo efímero. No hay que hacer grandes estudios ni acudir al Ateneo para que nos mueva por dentro un ser indefenso, una flor, una mariposa.
Es muy fácil. Dejémonos llevar, rellenémonos de ternura, porque así viviremos más cerca de la bondad, que a fuerza de su dócil carga de razón deshace imperios y conmueve montañas; de la que debería ser el auténtico motor de la Humanidad.
(Gracias, Laura, porque tú ya la tienes en tus dedos y la repartes a manos llenas).
Ante esa escena cotidiana, sin importancia, en la que probablemente nadie más había reparado, se mezclaron en mi interior dos emociones contrapuestas pero igual de intensas:
Una, un sentimiento sordo de aversión hacia esas dos personas, esas dos gansas que habían sacado a pasear a su niño como se puede sacar a un perro, qué digo, mucho peor, porque a los perros sus amos les hacen caso y cucamonas, y al pobrecito ni le miraban. Para ellas parecía ser un elemento más de lujo, una posesión más, un simple objeto decorativo. Se podía uno imaginar que la madre había llamado a su amiga para lucir el bebé ante ella y luego atreverse a llevar a cabo, por compromiso, la incómoda tarea de dar un paseo con él por la calle.
La segunda, mucho más apremiante, una inmensa ternura hacia esa criaturita que reclamaba atención. Me hubiera lanzado sobre el cuco y rebuscado entre las sabanitas un chupete, un juguetito, un biberón con agua...o simplemente le hubiera tomado en los brazos y le hubiera salmodiado un "ea, ea, ea..." de esos que se dicen con la voz hueca, meciéndose atrás y adelante, y que consuelan tanto.
Esta anécdota me impactó bastante, y la retomo ahora al hilo de otra más reciente.
De vez en cuando acudo a un centro de fisioterapia para reparar mis músculos maltrechos y entumecidos. Allí me cuida una muchacha dulce como un arcoíris. Es todo lo contrario a las dos chicas del otro día: una persona amable, delicada, receptiva, que escucha lo que le cuentas sin perder detalle, y que vuelca también sus sentimientos con la persona que nota que la escucha. Muchas veces me ha relatado historias que demuestran que en ella la ternura rebosa. No hay más que oir cómo habla de los ancianos a los que trata y visita, de las personas mayores de su familia, con un cariño infinito, de los que perdonan las pequeñas faltas en los demás. No la he visto nunca triste, siempre con la sonrisa en los labios y en los ojos. Todo ese amor lo traslada a sus manos, calientes y firmes pero suaves, reparadoras.
Mientras me arregla los desperfectos hablamos de todo un poco, y la otra tarde comentábamos lo vacía que está mucha gente, y cómo para reparar esos huecos abarrotan su vida de cosas absurdas. Lo ideal sería rellenarlas con montones de cosas interesantes, de las que ensanchan el alma y nos hacen mejores. Pero reflexionando sobre el contraste entre la dedicación a los demás de mi fisio y la banalidad de las dos petardas del bebé, pienso que por lo menos todos deberíamos rellenarnos de ternura. Quien posee esa cualidad, ese sentimiento, debe a la fuerza ser bueno, y por ende tener sensibilidad para captar la emoción de la belleza, la grandeza de lo sencillo, la eternidad de lo efímero. No hay que hacer grandes estudios ni acudir al Ateneo para que nos mueva por dentro un ser indefenso, una flor, una mariposa.
Es muy fácil. Dejémonos llevar, rellenémonos de ternura, porque así viviremos más cerca de la bondad, que a fuerza de su dócil carga de razón deshace imperios y conmueve montañas; de la que debería ser el auténtico motor de la Humanidad.
(Gracias, Laura, porque tú ya la tienes en tus dedos y la repartes a manos llenas).
Pero Ana que bonito!!!!! me has emocionado muchisimo estaba impaciente por leerlo. Muchas gracias me has hecho muy feliz. un beso laura tu fisio
ResponderEliminarPero Ana que bonito!!!!! me has emocionado muchisimo estaba impaciente por leerlo. Muchas gracias me has hecho muy feliz. un beso laura tu fisio
ResponderEliminarAna, tú encarnas la ternura; hace muchos años que te conozco y recuerdo de entonces ... (casi la prehistoria ya) ... que la primera palabra que me vino a la mente para definirte fue esa, "ternura" contigo y con los demás. Siempre me ha "interesado" ser tu amiga, y digo bien, "interesado", aunque suene frio y materialista, para mí no lo es, es simplemente eso, compartir la vida con personas que te enriquezcan. Muchos besos Anita.
ResponderEliminarMi querida Pilar, nunca hubiese pensado que esa era la primera imagen que habías tenido de mí, ni que nadie pudiera decirme cosas tan bonitas. Se me han saltado las lágrimas. Sólo por este mensaje ya merece la pena haber creado este blog.
EliminarEn estos años he conocido a muchas otras personas y he hecho buenas amigas, pero tú siempre serás la primera y la mejor. Nuestra amistad es tal que pase lo que pase siempre será como si hubiéramos estado juntas ayer. Contigo me siento como en casa.
Un beso muy fuerte.
Tengo que fijar día para los dichosos Macchiaioli...