Buscar este blog

lunes, 31 de diciembre de 2018

Poniendo el árbol

Otra Navidad más, y ya son siete, en este blog que abandono de vez en cuando, pero al que siempre acudo para contar cosas que ocurren a mi alrededor, y también para infundir un poco de optimismo en el ánimo de quienes lo leen.
Hoy, con motivo de estas Fiestas en las que siempre escribo una entrada especial, quiero hablar de las ganas de disfrutar de la vida y de aquellas personas que nos ponen a veces trabas para conseguirlo. La verdad es que llevo desde el año pasado con el borrador esperando a publicarse, o más bien con la idea en el magín; ha llegado la hora de desempolvarla.
Las navidades pasadas el día de la lotería me pilló, como casi siempre, trabajando. Aunque ya no creo que me vaya a tocar a mí, como en otros tiempos en que me arreglaba especialmente por si aparecía por la oficina la tele para grabarnos a todos en pleno desenfreno y descorchando champán, sí que me gusta poner desde primera hora la radio para escuchar de fondo el soniquete de los niños de San Ildefonso, que aunque ya no es el clásico "cien miiil pesetaaas" que sonaba tan madrileño y tan musical, acompaña lo mismo y crea la misma ilusión. Además suelo llevar los números que jugamos en la familia (los décimos están guardados en una cajita de madera donde atesoro todas las sorpresas de roscón que me van regalando, aunque no me hayan tocado a mí, porque me encanta coleccionarlas) apuntados en una hoja para comprobar de inmediato si realmente he tenido suerte y me ha tocado el Gordo. Evidentemente, eso no ha ocurrido nunca. Pero una no desespera... Bueno, el caso es que toda esa parafernalia significa para mí el comienzo de la Navidad, de las vacaciones, y ese día procuro hacer el vago todo lo que puedo, adornar la oficina como ya he hecho hace días con mi casa y procurar estar alegre y de buen humor. Así intenté hacerlo el año pasado, pero me encontré con multitud de obstáculos para conseguirlo.
Aunque el trabajo que tenía entonces no era realmente pesado, complicado, excesivo o apremiante, continuamente había alguien que venía a plantearme problemas ridículos, que cualquiera hubiera sabido solventar; más cuando mis compañeros eran personas mucho más expertas que yo. No había manera de ponerse a adornar el árbol o colocar las figuritas del Belén. Interrupción tras interrupción, caras de pocos amigos, intención de meter prisas en lo que no las hay y azuzar cuando no es necesario terminar en ese momento la tarea. Es como si mis ganas de pasarlo bien y festejar resultaran impropias o incómodas a la gente que me rodeaba. Como si ofendiera a los demás por querer estar contenta. Nada, no me dejaban. Pero yo seguí impertérrita con mi tarea navideña, y al final de la mañana conseguí escaparme por fin de ese lugar tan agobiante y hostil y salir a la vida libre y abierta que a mí me gusta. Por supuesto, habiendo puesto el árbol.
Desde ese día, "poner el árbol" es para mí una metáfora de lo que significa querer disfrutar de las cosas. Es querer estar alegre a pesar de que alrededor el mundo se empeñe en echar basurillas a los pies para que uno tropiece con ellas. Es no dejarse arrastrar por los ceños fruncidos y las malas caras, la "mala baba", los Mister Scrooge que aparecen por doquier en Navidad y en cualquier época del año con la intención de amargarnos la vida. Porque la felicidad ajena hace que se ponga más en evidencia su fastidio, su impertinencia, su intransigencia, su excesiva continencia.
Así que para terminar este 2018, lo que deseo a todo el que lea estas humildes notas es que hagan lo posible porque nadie les impida, ni en Navidades ni en el resto del año, "poner el árbol".

domingo, 2 de diciembre de 2018

Violencia de género

Otra vez me tenéis por aquí, con ganas de comentar lo que pasa por nuestras vidas. Y aunque el tema del que voy a hablar está muy trillado, y de un modo u otro lo he tocado en anteriores entradas, hay muchas circunstancias y personas que me rodean que me hacen pensar a menudo en él. Y por qué no confesarlo, para mí es un tema obsesivo. Así que me pongo a ello.
Aunque yo las critique ferozmente por otros motivos, creo que las nuevas feministas tienen razón en oponerse a esa violencia que llevamos sufriendo las mujeres desde tiempo inmemorial sobre la forma de nuestro cuerpo. Como objeto de deseo, nos hemos tenido que adaptar (cada cual en la medida de sus posibilidades, mejor o peor) a ese ideal propuesto por las modas imperantes, modas creadas por los hombres y para los hombres. En algunas épocas (y en algunas culturas) se llevaban (aún se llevan) los cuerpos redondeados y exuberantes, como sinónimo de abundancia y buena vida. Pero desde que apareció en el horizonte madame Chanel, para desgracia de muchas de nosotras, hemos tenido que someter a nuestros organismos a numerosas violencias: tomar ansiosamente (y al principio sin protección química) el sol para ponerse morenas es una de ellas, que está costando hoy día a cantidad de mujeres padecer cáncer de piel. Pero la peor de todas es tener que acomodar nuestros cuerpos a un modelo de mujer perfecta que, en palabras de Bibis Samaranch, nunca está suficientemente delgada. Es la mujer que adoran los diseñadores, porque sus vestidos no se ven alterados por las curvas de quienes los llevan, simples perchas de las que cuelgan las últimas creaciones, no pensadas para favorecer a la mujer, sino como obras de arte que lucirán mucho más si lo que las rellena no desvía la mirada de aquellos que las contemplan.
Esta obsesión por la delgadez se ha visto fomentada año tras año, desde mediados del siglo pasado, por las revistas "femeninas", expositores de esos modelos a la última que número tras número nos descubren la última dieta milagro, los nuevos superalimentos, los trucos de última hora para perder tres kilos (que siempre se acumulan de tres en tres, no se por qué).Y alaban a esas "chicas bien" que están escuálidas y que llevan trajes imposibles para nadie que tenga un cuerpo normal, aún a sabiendas de los estragos y dramas, e incluso muertes, que provocan las enfermedades de trastornos alimentarios, que se ceban con las chicas más inteligentes y perfeccionistas, con aquellas que pasan de ser el mayor orgullo de sus familias a la mayor preocupación de todos los que las rodean, que sufren hasta llorar lágrimas de sangre al verlas marchitarse y consumirse sin poderlo remediar.
Y por si fuera poco esta presión estética, ahora se añade a la compulsión por la delgadez la presión médica. Todas las enfermedades están relacionadas con el exceso de peso (determinado por unas estrictas reglas matemáticas que no entienden de genética ni de estructura corporal); sobre todo el cáncer, ese monstruo terrible que nos amenaza a la vuelta de la esquina. Los medios, de nuevo, nos hacen sentir culpables, muy culpables, si no hacemos deporte, si no llevamos una "vida sana", si no suprimimos de nuestra dieta el azúcar, el alcohol, el pan blanco, la mantequilla, la bollería del desayuno, los bocadillos de la merienda, las comidas grasientas de las celebraciones familiares o festivas...y aun suprimidos todos estos elementos, si no conseguimos el objetivo de la figura "juncal" seguimos sintiéndonos culpables, porque si no llegamos a la cifra marcada por la ciencia, si no tenemos un cuerpo perfecto, seguro que es culpa nuestra, de nuestra falta de voluntad, de nuestra dejadez, de nuestra desidia, de nuestra incultura, de nuestra molicie. Nos hacen sentir basura. Gusanos.
Una vez machacado el ánimo, si a una persona obesa se le ocurre acudir a un endocrino, a un especialista, se va a encontrar con la última y más perversa de todas las violencias posibles. Como la ciencia médica no dedica dinero a investigar las causas auténticas de la obesidad o del sobrepeso y darles una solución medianamente coherente y eficaz, porque a las farmacéuticas les interesa mucho más dedicar su presupuesto a fabricar productos "de adelgazamiento" milagroso (barritas, cremas, pastillas) carísimos, la medicina ha tirado por el camino más fácil: reducir los estómagos de las personas obesas, bien introduciéndoles un balón de aire, o lo que es peor, cosiéndolo como si fuera una bolsa de tela, y a base de dobleces y costuras convertirlo en un órgano minúsculo. Sí, el estómago se convierte en una pequeña bolsita que no admite prácticamente nada de alimento, por lo que la persona que se somete a esta operación agresiva y violenta se convierte inmediatamente en anoréxica y bulímica: no puede comer apenas, y si se pasa de cantidad (o bebe más agua de la debida) vomita inmediatamente. ¿Es que estamos locos? ¿Por qué someternos a esta carnicería? Meses de recuperación, una vida condicionada, la tristeza de saber que ya no se podrá disfrutar del placer de la buena mesa...y todo en aras de la salud y de la estética. Tengo que reconocer que cuando miro a algunas de las mujeres que conozco que han padecido esta tortura siento envidia de sus nuevos cuerpos; pero cuando me cuentan lo que les ocurre, me horrorizo y me rebelo ante esta última forma de agredir a las mujeres, de agredirnos para que consigamos el objetivo de la mujer ideal, de la mujer sana, delgada y sin michelines.
Y es que cuando una ve crecer en su cintura un rollo de grasa que la rodea como si nos hubiéramos tragado una boa que se enrosca en nuestro cuerpo, atrapándolo dentro de ese aro voluminoso; cuando cada día los faldones de las blusas se alejan más uno de otro, porque existe un bulto redondo que crece y crece entre ellos; cuando aunque se sigan los consejos de la ciencia, de los medios y de los gurús modernos nuestro cuerpo va por su lado haciendo lo que le parece mejor, independientemente de lo que nuestro cerebro y nuestros actos le ordenan...seguimos sintiéndonos culpables, culpables, culpables...
¿Cuándo acabará esta tortura? Yo ya he desistido de zafarme de ella. Han sido muchos años (todos los de mi vida) de machaque continuo, que como la gota malaya acaba por atravesar la cabeza y penetrar en lo más profundo de nuestra psique. Está instalada ahí dentro y ya no va a salir por mucho que lo intentemos. Pero, ¿y las que vienen detrás? ¿Tendrán que seguir sufriendo lo mismo? ¿Someterse a violencias, distintas en cada época según lo que a la ciencia y a los entendidos se les vaya ocurriendo?
Por favor, distingamos la salud de la estética. No forcemos a las muchachas a ser ramitas quebradizas de las que cuelga la última moda. No exageremos las bondades del deporte de competición, animando a personas que no lo han practicado nunca a realizar esfuerzos que no están a su alcance. No hagamos de lo excepcional la regla. 
La vida ya es bastante difícil y dura de por sí como para permitir que los demás nos la amarguen y nos pisoteen como a pobres escarabajos redondos y lentos que no consiguen convertirse en etéreas y transparentes mariposas. Es que en mariposa se convierten los gusanos, porque es su naturaleza; pero por mucho que lo intente, cualquier otro insecto no podrá hacerlo. ¿Por qué en cambio no nos dedicamos a buscar la belleza, o al menos "cierta belleza", en otros modelos? ¿Tan feo es un cuerpo abundante? ¿Es más agradable abrazar un manojo de huesos que un cuerpo carnoso?
¿Son repulsivas las mujeres de Botero...?

Entrada destacada

Mujeres que escriben

Hoy es el día de la mujer escritora. La Biblioteca Nacional de España (BNE), la Federación Española de Mujeres Directivas (FEDEPE) y la Aso...