Buscar este blog

viernes, 23 de diciembre de 2016

Cemento armado

Es la víspera de Nochebuena. Como cada año, estoy dedicada a la cocina para que mañana y pasado, Navidad, podamos disfrutar en familia de algo especial y hecho con cariño. Y hoy estoy muy emocionada porque más allá de las palabras huecas y los estereotipos estoy viendo y sintiendo mucho amor, que me acompaña en mi tarea. Me han enviado un video por wasap que me ha parecido sincero, lo que ya es mucho en estas fechas de clichés; y otro con el que he empezado riendo y he terminado llorando. No me gusta felicitar de este modo las fiestas si puedo evitarlo, pero recibir estas imágenes me ha encantado, pues además llegaban de dos personas que quiero y que sé que lo han hecho de corazón.
Pensaba desde hace unos días escribir sobre algo que me llamó la atención, pero me daba un poco de miedo resultar cursi o que mis palabras fueran el típico tópico navideño. Como he comprobado que se puede hablar de cosas auténticas siendo auténtico, voy a intentarlo; os pido perdón si no lo consigo: podéis cerrar esta página y ver la de Zara, que es mucho más entretenida, aunque a la larga mucho más cara...
No recuerdo en qué carretera fue; supongo que viniendo de camino a casa desde el trabajo. El caso es que luego no lo he vuelto a ver, o no me he vuelto a fijar, o ha desaparecido misteriosamente. Lo que me llamó la atención fue una plantita verde, una simple hierba de campo, saliendo erguida y orgullosa de entre el cemento gris que cubría una de esas incómodas rotondas. E inmediatamente pensé: yo quiero ser esa planta. Qué valiente, qué fuerte, ha luchado contra toda esa capa pesadísima y asfixiante y se ha ido colando por algún resquicio, para salir al exterior y recibir el sol en sus hojitas humildes y ponerse verde y lozana. A saber de qué se alimenta la pobre; seguramente bajo el hormigón quedó un sustrato de tierra, aunque no sea muy rica, suficiente para tomar de ella lo necesario. Y ahí está, desafiando a la tristeza de una rotonda sin adornos, sin espacio para la vida, aguantando el peso que le han puesto encima adrede para que no surja, para que no exista.
¡Qué lección! Yo quiero ser esa planta. Aguantar lo que me va arrojando el devenir de los días: las penas, los disgustos, la tristeza, la amargura, el desaliento, el dolor. Porque quiero resistir, quiero sonreír, quiero seguir estando alegre, disfrutando de las cosas buenas que me ocurren, de los pequeños momentos en que puedo ser feliz. No quiero que la vida me convierta en una persona huraña, ni dolida, ni rencorosa, ni agresiva...quiero conservar esa cierta inocencia que aún me hace sentirme una niña en muchos momentos, quiero conservar la capacidad de hacer bromas malas, de atreverme a estrenar unos pendientes en forma de bola de Navidad que una amiga me ha regalado, de meter bulla, de hacer el vago, de reivindicar la fiesta y la diversión. Y atravesar cada día esa capa espesa, pesada y gris que se nos va depositando encima y que si la dejamos puede llegar a paralizarnos, como si actuáramos en un video de esos que ahora se llevan tanto y que son más viejos que la tos (¿recordáis cómo se jugaba a las estatuas cuando éramos pequeños?). Mi arma para salir afuera, asomar la cabecita y decir "no puedes conmigo" es muy conocida, todos la tenemos al alcance de la mano: el Amor.
Y esto es lo que me asustaba al empezar a escribir, que se pueda pensar, "ah, sí, vaya novedad; pues no está trillado eso ni nada, lo que está diciendo..." Cierto, cierto, ya digo que es un arma conocidísima y muy reivindicada, sobre todo en estas fechas. Pero, ¿de verdad nos paramos a recogerla cuando nos la encontramos? Pasamos horas leyendo mensajes cargados de buenas intenciones, y decimos "qué bonito..." y le damos a cerrar y leemos el siguiente. Realmente no nos cala, no hacemos propio lo que nos están comunicando. Pero no por ser más sabido y estar más de moda es menos cierto. Hay que hacer un auténtico esfuerzo para seguir amando a los que te hacen daño, y contestarles con una sonrisa en vez de con una mueca. Pero puedo dar fe que es el único modo de tirar para adelante. Sólo el amor repara nuestras heridas, porque es el único escudo contra las flechas del odio y la insidia. Las debilita, las tira por tierra. Les arrebata fuerza y valor. No estoy hablando por hablar, hay que hacer de tripas corazón y ser valientes, como la planta. No dejarse llevar por la ira. Sí, de vez en cuando también viene bien desahogarse y decir cuatro tacos...para soltar adrenalina. Pero luego, nuestro corazón se va a quedar mucho más tranquilo y esponjado si somos capaces de desterrar de él el rencor y guardar en cambio dentro una pequeña llamita que caliente los malos pensamientos y los convierta en pensamientos serenos.
Mi deseo para estas Navidades es que seamos todos capaces de verdad de recoger el Amor que se esparce alrededor y guardarlo en nosotros como el más preciado tesoro, porque nos ayudará a vivir mejor todo lo que nos traiga el nuevo Año. Que esperemos que sea muy bueno...!

domingo, 27 de noviembre de 2016

Un café en el ascensor

Las personas somos animales de costumbres; y si no lo somos, nos lo hacen ser los trabajos o las obligaciones, con sus horarios fijos y sistemáticos. Así que no es nada extraño que casi todas las mañanas me encuentre en el ascensor de casa con la misma gente. Claro, todos tenemos la hora ya cogida...(yo, la verdad, soy muy anárquica hasta en eso, y siempre varío minutos arriba o abajo; desde luego, conmigo no podrían poner los relojes en hora, como hacían con Kant cuando salía a pasear...se volverían locos!) El caso es que desde hace unas semanas coincido con una mujer joven con aspecto agradable y risueño, que aunque no me dice nada más que "hola" me cae bien.
El viernes pasado entramos en el ascensor mi hijo y yo, y como otras veces allí estaba ella. Pero tras el saludo de rigor, me fijé en que llevaba un vaso en la mano, con café con leche; un vaso grande de cristal, no de esos neoyorkinos tan modernos, sino el vaso de su menaje que había llenado con su café con leche casero. Así que le comenté, "vaya rollo madrugar, ¿eh?, no da tiempo ni a desayunar siquiera..." y ella me respondió: "no, a desayunar no; pero a poner una colada, tenderla, preparar la comida y organizar, sí...es lo que tiene tener niños..." y mirando a mi hijo, continúa, "pero claro, qué te voy a contar..." Yo le contesté sonriendo, "si, bueno, es otra etapa..." Y ella terminó diciendo: "Yo no sé quién nos ha engañado, y porqué nos hemos dejado engañar; mucho mejor estábamos cuando no teníamos que hacer doble trabajo". En esto, el ascensor llegó al portal y ella salió corriendo con su café en la mano. Yo me quedé pensando que esa frase (la última) ya la había escuchado de boca de alguna otra mujer...
Por la tarde toca compra. Entro en mi panadería favorita, donde lo que hago fundamentalmente, además de abastecer a los míos de dulces un poco menos insanos y a mí misma de panes integrales que me hago la ilusión de que no engordan, es charlar con la dependienta, con lo cual me tiro media hora para comprar unas rosquillas y una barra de pan. Hablamos de mil cosas, casi siempre de los hijos. La pobre Patricia me cuenta sus penas y la cantidad de cosas por hacer que le esperan cuando llega a casa, cansada de todo el día de pie detrás del mostrador. Y curiosamente, me vuelve a repetir lo mismo que mi vecina del café me dijo por la mañana: "no sé quién nos ha engañado. Mi madre vivía mucho mejor que yo; ella me lo dice continuamente".
Así que como este tema ya me venía rondando desde hace mucho tiempo la cabeza y lo tenía pendiente para comentarlo aquí, me pongo de deberes para el fin de semana reflexionar sobre ello. ¿Hemos salido perdiendo las mujeres al dejar atrás la división tradicional -neolítica- del trabajo y luchar por una distribución equitativa del mismo entre los hombres y nosotras?
Pensemos en cómo eran antes las cosas. Pero antes, hasta "hoy por la mañana"; es decir, hasta hace casi nada de tiempo, unos años escasos. Y desde tiempo inmemorial. Ya sabemos: los hombres iban a cazar en grupo y dejaban a las mujeres en la casa cuidando de los vástagos, recogiendo la mies y moliendo el grano para hacer tortas. Esto evolucionó y vinieron las batidoras, las lavadoras y los frigoríficos, y los hombres ya no salían de casa con una lanza sino con cartera o con el mono y las herramientas, o lo que en cada caso tocara. Esas mujeres de lavadora y nevera fueron nuestras madres, las mismas que nos acompañaban al cole (andando en la mayoría de los casos; vivíamos al lado), se iban luego al mercado, preparaban la comida, nos recogían del cole, volvían a llevarnos a la tarde, arreglaban la casa, nos buscaban de nuevo, se ponían a planchar o a coser, nos ayudaban en lo que podían con nuestras cosas, hacían la cena, saludaban al marido que volvía del trabajo, nos mandaban a la cama bien pronto, y luego seguían preparando cosas para el día siguiente. No parece muy entretenido...más bien parece bastante pesado! Y así todos los días...
Yo tuve ocasión de experimentar este tipo de vida cuando nació mi hijo pequeño. Me concedieron una excedencia de un año en el trabajo para cuidarlo personalmente durante ese tiempo. Al principio lo tomé con mucho entusiasmo, pero tengo que confesar que a los pocos meses estaba harta de que todos los días comenzaran igual: desayuno, lavadora, lavaplatos, paseo, comida...cuando llegaba mi marido tenía la sensación de que nada de lo que le contara podía interesarle. Sí, del niño por supuesto; pero el resto...así que no disfruté el año completo. Volví dos meses antes al rutinario trabajo de mi oficina, que cuando llegué me pareció el más apasionante del mundo, nunca lo hubiera creído!
¿Cuál es el problema, entonces, y por qué las mujeres nos sentimos tan agobiadas que miramos con nostalgia hacia atrás y añoramos la vida de nuestras madres? Porque el trabajo no se ha repartido, se ha doblado! Porque aunque parezca mentira, aún hoy, la mayoría de los hombres (no os creáis lo que os cuentan las demás; todos hacen lo mismo -salvo alguna honrosa excepción-) "ayudan" un poco, cada uno a su manera; pero no han asimilado que el trabajo de la casa, los niños, la organización, es tan suyo como nuestro. No comprenden que ya no existe esa "división del trabajo" neolítica: ahora todos hacemos de todo. O mejor dicho, nosotras hacemos de todo. Ellos hacen lo suyo y un poco de lo común. Sí, aún hoy.
Así que las mujeres llegamos a casa agotadas y tenemos que volver a fichar como en el anuncio de la tele, y cuando ellos llegan hacen alguna cosa...a su manera...pero si queda algo al final del día, si se ha olvidado lavar el uniforme, firmar la autorización en la agenda, recoger un abrigo tirado en el sofá, limpiar la cafetera...lo hacemos nosotras. Porque tenemos -deformación de siglos- el cuidado de los demás en los genes, y no podemos arrancárnoslo de repente, por más que nos repitamos: "pues el polvo se va a quedar ahí hasta que salgan champiñones encima del mueble...pues mañana va a ir el niño con el jersey resudado...pues los papeles del banco van a criar porque yo no pienso archivarlos...pues..." pues nada. Al final, vamos y lo hacemos.
Yo pensaba que esto era cosa de mujeres antiguas, vamos, de las de mi edad; pero compruebo con lástima que no, que a las jóvenes les sigue ocurriendo. Y por eso añoran los tiempos en que las mujeres sólo hacían un trabajo: el de casa.
Pero no nos engañemos, chicas. ¿Realmente os cambiaríais por ellas? Estoy segura de que no. Nosotras estamos mucho más aperreadas, eso es cierto; pero es necesario modificar las costumbres de nuestros compañeros para que no suceda y el reparto sea real. Y a cambio, y mientras logramos que les entre en la costumbre y en el pensamiento que tienen que darse cuenta cuando se acaba la leche o no les quedan calzoncillos en el cajón, ¿qué hemos conseguido nosotras? LIBERTAD.
Sí, libertad. Aunque tengamos un trabajo que no nos realiza nada; aunque vayamos todos los días renegando y deseando que ocurra un milagro y la oficina esté cerrada; aunque estemos hasta el gorro de los jefes/as; aunque un día sí y otro también tengamos que lidiar con los que se empeñan en hacernos la puñeta y los graciosillos de turno; aunque estemos mirando el reloj y contando los minutos que faltan para salir; aunque cuando llegan las vacaciones salgamos dando saltos y bailando la lambada. Porque a finales de mes a todas nos llega Santa Nómina, y con ella podemos ser independientes. No necesitamos que nadie nos mantenga. No necesitamos que nadie nos lleve a ningún sitio. Podemos hacer y deshacer porque somos partícipes del mantenimiento de la familia. Ya no tenemos que escuchar a nadie decirnos que no tenemos nada, que vivimos del sueldo del marido. Hemos alcanzado la mayoría de edad y no necesitamos tutela; somos mujeres por nosotras mismas, personas únicas, tenemos identidad propia. Salimos al mundo, damos nuestra opinión, participamos en todo lo que ocurre; formamos parte del devenir de los acontecimientos. Ya no estamos esperando en casa: salimos afuera, tomamos la iniciativa, somos activas y se nos tiene en cuenta.
(Quizá sean ellos los que de verdad están peor...como también he oído decir a alguno...ya no viven como el padre de los niños de Mary Poppins, al que le traían "las zapatillas y el jerez" cuando llegaba del Banco...)
¿Vamos pues a renunciar a todo eso por cansancio? Ni hablar. Lo que hay que hacer es seguir en la brecha, dale que te pego, hasta que consigamos cambiar la tendencia y equilibrar la balanza. Y todas esas cosas que cargamos en la espalda como una mochila pesadísima se repartan de verdad y podamos andar más ligeras, con una enorme sonrisa en la cara, de la mano de nuestros compañeros, libres e iguales frente al mundo. 
 
 
 
 

lunes, 17 de octubre de 2016

Mujeres que escriben

Hoy es el día de la mujer escritora. La Biblioteca Nacional de España (BNE), la Federación Española de Mujeres Directivas (FEDEPE) y la Asociación Clásicas y Modernas para la igualdad de género en la cultura han decidido que se celebre siempre, a partir de este año, el primer lunes después del quince de octubre, día dedicado a Santa Teresa de Jesús. Qué bien escogida está la fecha, y qué grandísimo ejemplo en el que mirarse. Una mujer completa; escritora además de muchas otras cosas. Una mujer que escribió.
Y para sumarme a la idea quiero yo homenajear aquí también, no a las escritoras más o menos famosas, antiguas y modernas, que desde luego merecen más visibilidad y reconocimiento universal, y tantos premios de categoría como sus colegas masculinos; sino a todas las mujeres que simplemente escriben. Que han sido y son, a lo largo de los tiempos, la mayoría.
Creo sinceramente que las mujeres hemos estado siempre muy cerca del lápiz y el papel, de las letras, posiblemente porque no se nos daba una forma mejor o más pública de expresarnos, y escribir siempre ha sido una vía de escape para hacer fluir los sentimientos, las ideas, las reflexiones. Además, es una actividad pausada, de introspección y recogimiento, características que siempre se han atribuido al mundo femenino, supuestamente más hogareño y menos dinámico que el masculino, más expansivo y extrovertido. Así, la mayoría de las mujeres de todos los tiempos han plasmado en el papel lo que pensaban, lo que fabricaban o lo que sentían; mientras que los hombres en general se dedicaban a hacer la guerra, conquistar países, cazar...(me refiero, claro, a siglos pasados, en los que la mujer aún tenía reservado un papel doméstico). Por supuesto que había escritores maravillosos, pero eran unos pocos entre una enorme población masculina. En cambio, casi todas las mujeres que sabían hacerlo escribían, aunque prácticamente ninguna era conocida por su actividad literaria.
Nos encontramos así con una paradoja como la de los cocineros y cocineras, sastres y modistas, profesiones en las que los que brillan son unos cuantos hombres, mientras que casi todas las mujeres realizan esas tareas en sus casas pero muy pocas son reconocidas por ello.
¿Y qué escriben las mujeres?
Cartas. Escriben a sus hijos y maridos en la guerra, a sus amantes, a sus amigas, a sus madres o hermanas. En ellas reflejan su miedo, su añoranza, su pasión, o comentan la vida diaria, los cotilleos de su entorno, sus problemas familiares.
Recetas. Desde los libros de conjuros de las brujas, pasando por los consejos de belleza o de organización doméstica, hasta las maravillosas recetas de la Marquesa de Parabere (un auténtico tratado de sociología del siglo XX),
Diarios. ¿A qué niña pequeña no le han regalado uno? Es algo que siempre se hizo y siempre se hará. Es la versión casera de la consulta del psicólogo.
Listas. Hace poco leí en la revista Jot Down un artículo sobre el irresistible deseo de hacer listas, y cómo se pueden convertir en auténtica literatura. ¿Qué mujer no hace listas? La de la compra, la de las tareas pendientes, listas de invitados, listas de artículos domésticos que hay que reponer, listas de libros de las estanterías, listas de deseos inconfesables...!
Cuadernos de viaje. En el momento en que las mujeres comienzan a salir de su casa, aparecen los libros de viajes escritos por ellas. Cómo nos gusta detallar en el papel todo lo que vamos viendo, nuestras impresiones, nuestras anécdotas...!
Canciones. Con humor y alegría, con sentimiento, las mujeres inventan letras para una música pegadiza de fiesta, o para una tonada triste de despedida...
Cuentos. Estos muchas veces son transmitidos por la tradición oral, pero seguro que muchas mujeres los han escrito para sus hijos, para que no se perdieran con los años en el olvido...y se han inventado otras historias, o han cambiado las antiguas, escribiendo en el aire con su voz y sus gestos. 
Oraciones. Plegarias a los Santos, a la Virgen, pequeñas poesías surgidas del corazón y entregadas con la fe del que espera consuelo u ofrece su agradecimiento.
No es cualquier cosa la suma literaria de todos estos ejemplos. ¿Las autoras que los han creado son simplemente mujeres que escriben? Yo las llamaría con toda propiedad escritoras.
Incluso me atrevo a decir que muchas de ellas, si hubieran tenido apoyo, promoción, publicidad, se habrían convertido en famosas literatas, como los hombres de su época. E incluso más, estoy segura de que muchas mujeres desconocidas que hoy en día escriben para ellas o para su entorno son tan buenas escritoras como otras cuyas obras se venden como churros en las estanterías de los grandes almacenes.
Por eso, yo quiero hacer un homenaje hoy a las mujeres que escriben. Porque si aún las escritoras conocidas tienen menos oportunidades que los hombres, qué será de aquellas que lo hacen sin que nadie lo sepa.
Y por supuesto, aunque resulte vanidosa, también estoy hablando de mí. Siempre quise ser escritora, y a estas alturas de la vida me considero como tal, porque la escritura forma parte de mi vida. Aunque no haya publicado nunca nada. Sólo este blog, pero ya es mucho.

sábado, 1 de octubre de 2016

Ser y estar.

Ha pasado por mi vida un maravilloso verano en el que he podido disfrutar de nuevo de la alegría de estar con mi gente, de hacer cosas nada prácticas pero muy gratificantes, de dejar pasar el tiempo y dedicarme ratos exclusivos. Y todo este tiempo tenía una tarea pendiente: despedirme de este blog.
La última vez que escribí aquí, hace meses, decidí no volver a hacerlo. Cerrar esta página y quizá abrir otra; crear otro escenario, otra palestra donde poder seguir expresándome a mis anchas. Pero no encontraba ni el momento ni el modo.
Pedí consejo para refundar este espacio pero me dijeron que los blogs ya no están de moda, que nadie los mira, y lo que ahora se lleva, YouTube, no es un lugar adecuado para estas charlas tan particulares. ¿Charlas? En realidad monólogos, me decía yo, puesto que ya nadie me lee, ni siquiera mis incondicionales. Se han aburrido, no les interesa lo que cuento. En definitiva, lo dejo.
Y así estaba, esperando el momento de decir adiós, cuando de repente encuentro en el móvil tres avisos de mensajes en mi cuenta. Y con enorme alegría veo que son tres comentarios en mi ruinoso y viejo espacio. De dos amigas. Y por ellas vengo otra vez y comienzo a escribir. Porque me animan a seguir. Porque me siento escuchada. Porque me dan respuesta. Porque no se merecen que las abandone. Porque son y están.
 
Pero ellas dos me van a perdonar, porque este espacio de hoy quiero dedicárselo a otra amiga, que también me es fiel aunque no ponga comentarios, que una vez me dijo que leer lo que escribo aquí le da paz, y que está pasando por momentos muy difíciles. No sé si leerá esto ahora o si quizá no lo hará en mucho tiempo; da igual, cuando lo haga quiero que sepa que igual que ella es y está, yo también seré y estaré siempre a su lado. Y que aunque a veces esté a punto de rendirse, de tirar la toalla por la desesperación, habrá un aliento, el mío, que le dirá sigue, continúa, todo es posible, no pierdas la esperanza. Lucha, lucha por lo que quieres. No pienses en el resultado, piensa en lo que estás caminando, construyendo. Piensa en que hoy ha comenzado un día más. Vívelo hoy, no esperes a lo que llegará mañana. Te han concedido la Gracia de estar hoy aquí. Se fuerte y agárrate a cada amanecer. Cada día que salga el sol será un día ganado a la tristeza, a la desesperanza. Cada día que salga el sol será un regalo. Cada día que salga el sol yo estaré pensando en vosotros y deseando con todas mis fuerzas que podamos ver juntos muchos, muchos, muchos amaneceres más.
Y quizá, hacer juntos ese viaje por Canadá.
 

sábado, 30 de abril de 2016

Comprar la bicicleta

En el garaje de mi casa hay dos bicicletas. Una fue un regalo de Reyes, y se ha usado razonablemente. La otra fue un premio de fin de curso, y se está usando muy poco. Pero aunque no se utilizara en absoluto, la causa por la que se compró era y es tan importante que lo doy por bien empleado.
 
Cuando un niño comienza su andadura en este mundo tiene dos opciones: hacer las cosas bien o hacerlas mal. Por una u otra razón, algunos eligen la primera de manera natural. Son personitas responsables, buenas, aplicadas, a los que ponen de modelo en su colegio y todo el mundo quiere. Durante los largos años de la infancia esto es suficiente para seguir actuando de esa manera: sentir el cariño de los que lo rodean y la aprobación de todos es un motivo válido para él, y además no ha conocido todavía la abismal diferencia entre los "chicos malos" y los buenos.  Pero cuando crece y entra en la adolescencia la cosa cambia.
Los padres se empeñan en premiar a los estudiantes malos, para ver si de ese modo consiguen que cambien su conducta; cuando ven que no es así es tarde para retroceder, y romper una promesa siempre cuesta trabajo. Los estudiantes mediocres también obtienen su recompensa, y ésta es quizá la más merecida, pues supone premiar en la mayoría de los casos un esfuerzo real y continuado por conseguir un resultado aceptable. Pero ¿qué pasa con los estudiantes brillantes? Pues que terminan el curso, y como las notas son como siempre, estupendas, y no hay nada de extraordinario en ellas, no se valoran como merecen. Entonces, ese chaval que siempre ha hecho las cosas bien se plantea porqué debe seguir haciéndolo así, cuando a sus compañeros los premian y él, a quien todos felicitan y admiran, no recibe ningún regalo. Entonces el chaval se desencanta; su trabajo no tiene un resultado positivo para él. Es demasiado pequeño para comprender que la recompensa llega de otro modo, por la satisfacción y el orgullo de lo bien hecho; necesita una motivación. Necesita aprender que nuestros actos tienen consecuencias, y si son buenos, éstas serán muy positivas.
Por eso, y para que no se rompa el fino hilo de una buena educación, hay que comprar la bicicleta. O lo que sea. En mi caso, fue lo primero que se le ocurrió. Podía haber pedido una Play o un casco de béisbol; hubieran sido objetos tan innecesarios para él como la máquina de pedales. Pero el caso es que pidió una bicicleta. Y el hecho de ir a por ella significaba mucho más que obtenerla, era el reconocimiento de su trabajo, de su valía. Por fin podía decirle a sus sorprendidos amigos que sí, que a él también le iban a dar un premio por las notas. Tuvo su bicicleta y se quedó satisfecho. Ahí está, cogiendo polvo, y alguna vez (cuando el padre se pone ya muy muy pesado) la saca a pasear un ratito.
Después de este episodio no ha habido más regalos. Pero la enseñanza ha calado. Lo que un niño no entendía por mucho que yo intentaba enseñárselo lo ha comprendido perfectamente el adolescente. Ahora no le hace falta ningún regalo, porque advierte que es casi un acto reflejo de su trabajo y su tesón  la consecuencia fantástica del reconocimiento, la admiración y el cariño de todos. El éxito no reside en un objeto, sino en ver cómo su esfuerzo alcanza los mejores resultados. Ya está situado en el carril adecuado. Ahora todo va rodado y no necesita una cosa, porque ya ha llegado la verdadera motivación.
 
A lo largo del duro camino de la vida aprendemos todo esto a trancas y barrancas. Pero a veces la recompensa no llega. La auténtica recompensa. Nos esforzamos, trabajamos duro, ponemos toda nuestra intención y nuestras esperanzas en hacer bien lo que tenemos entre manos. Y los resultados no son los esperados. Lo que debía venir no viene. Muchas veces, es el silencio, la indiferencia, la invisibilidad lo que se nos devuelve. Y nos desesperamos, porque algo está rompiendo la lógica aplastante que nuestros mayores nos inculcaron y que hemos vivido años antes, en el colegio, la Universidad...somos adultos que nos enfrentamos a un trabajo en la mayoría de los casos puramente alimenticio; a relaciones personales, unas veces buscadas y elegidas y otras impuestas. Y en este mundo de personas mayores la motivación brilla muchas veces por su ausencia. Somos nosotros mismos los que haciendo de tripas corazón volvemos a actuar como pensamos que es nuestro deber, como creemos que es correcto. Aunque todo caiga en saco roto, ante nuestro pasmo y nuestra desolación. Pero estamos en el carril adecuado. Y seguimos circulando por él. Hasta que algún día nos entran unas ganas irrefrenables de pisar línea continua y cambiar de sentido. Yo he sentido muchas veces (y lo he proclamado a voz en grito) la necesidad, el deseo imperioso de portarme mal. De ser ingrata, egoísta y mirar sólo por mi en vez de pensar en los demás. Mis hijos me han desengañado; mamá, no puedes ni debes. Pero yo en esos momentos me quedaba pensando que sí, que ir por el otro carril me traería más beneficios. Con ganas de pegar el volantazo.
Menos mal que en estos casos casi siempre llega, tarde o temprano (a veces muy tarde, pero afortunadamente no demasiado), la bicicleta. Adoptando formas muy diversas. En cada caso, la forma adecuada para cada uno. Puede ser un trabajo, una pareja, un ascenso; el reconocimiento, al fin, de los jefes y los compañeros. Pero sí llega.
 
Hace pocos días he participado en una ceremonia inigualable en la que varias personas que conocimos a otra, recién fallecida, recordábamos cómo era. Las palabras que lo definían eran compromiso, honestidad, pero sobre todo Amor. Era un hombre que vivía en el Amor auténtico y  que no tenía otro objetivo en la vida que amar apasionadamente. Y todos los que le conocieron hallaron en él algo especial, valiosísimo, que les hizo quererlo con intensidad y sin condiciones. Ese fue su premio, su motivación. Seguramente muchas veces sus palabras resonaron en el vacío. Seguramente muchas veces se desesperó y luchó contra la adversidad sin garantías de obtener un resultado positivo. Pero no cejó en el empeño y siguió amando. Y la huella que ha dejado entre todos nosotros es imborrable y su ejemplo nos acompañará toda la vida.
 
Así que aunque la bicicleta no llegue, no desfallezcamos. Hemos aprendido cómo se debe actuar. Sabemos que nuestro camino es el correcto. Sigámoslo; el premio vendrá. Cuando menos lo esperemos. Y si está en nuestra mano premiar a otro, motivar a alguien a nuestro cargo, hagámoslo siempre, sin duda. Toda palabra amable, todo gesto cariñoso, todo aliento y ánimo, son siempre escasos. Derramémoslos con generosidad. Desparramar amor por el mundo no hará sino hacerlo crecer. Hay muchas formas de comprar la bicicleta...

domingo, 20 de marzo de 2016

¿Tristeza del bien ajeno o pudor del propio?

Hace unos meses que, afortunadamente, en mi familia todo son buenas noticias. Y yo, que soy una persona por naturaleza expansiva y comunicativa, me lanzo a contárselas a mi círculo más íntimo, suponiendo que se van a alegrar conmigo. Así es en la mayoría de los casos, pero sin embargo he observado reacciones que me mueven a reflexionar ahora sobre cómo nos enfrentamos a las cosas o acontecimientos positivos que suceden a nuestro alrededor.
Siempre se ha dicho que España es el país de la envidia; ese es, o parece ser, nuestro pecado capital. No sé si es cierto, pero la verdad es que la he visto crecer en numerosas ocasiones y he sido testigo del mal que puede causar. La RAE define este defecto como “tristeza del bien ajeno”, y me parece una definición absolutamente precisa. Lo que produce en los envidiosos ver que los demás tienen lo que a ellos les falta es tristeza. No coraje, ni siquiera desesperación, sino una tristeza amarga que reconcome y no deja ser feliz. Muchas veces el envidioso no tendría por qué serlo; hay personas que tienen todas las condiciones para ser felices, tanto económicas como emocionales, pero no lo son porque desean justamente lo que ven en los demás (en los que a lo mejor viven más contentos precisamente porque no andan fijándose en quienes los rodean). Verdaderamente, es una pena que este sentimiento se adueñe del alma y la convierta en una ponzoña que guía los actos del contaminado, envenenando todo lo que toca.
Pero hay una actitud de la que se habla mucho menos, y es tan perjudicial como esta. Y es, en una definición paralela a la anterior, el pudor del bien propio. Algo parecido a la falsa modestia, pero más desasosegante para el que lo experimenta.
Cuando alguien peca de falsa modestia, lo hace precisamente para señalar sus virtudes, sus posesiones, lo que tiene de valioso, destacando este carácter por contraste con lo que refiere de ello. El falso modesto quiere que todos sepan lo maravilloso que es algo que le es propio, pero para no resultar vanidoso recurre a su contrario. Por eso es falsa su modestia, claro, porque le encantaría presumir de todo, pero le da apuro. (El auténtico modesto es el que no considera importante nada de lo que tiene, y así no le parece digno de comentario o de admiración). En cambio, el que tiene pudor de su propio bien sabe que este es real, que existe, pero es incapaz de compartirlo, por pensar que va a caer precisamente en la vanidad, en la presunción. Debido seguramente a la educación recibida, estas personas prefieren guardarse sus sentimientos a expresarlos; craso error, ya que tanto la alegría como la tristeza, si se comparten con la persona adecuada, se viven de un modo más satisfactorio; la primera se atenúa porque el interlocutor nos ayuda a llevar la carga, y la segunda aumenta al sumarse a ella quien nos escucha. Pero este sentimiento de pudor es algo que se vive muy interiormente, y que posiblemente no pueda evitarse una vez que ha arraigado en la forma de ser de un individuo. Lástima, porque le va a producir un sentimiento parecido (en absoluto el mismo) al del envidioso. No tristeza, sino impotencia. Las personas que actúan así se sienten molestas al escuchar a otras que no tienen inconveniente en demostrar su alegría por lo bueno que les sucede; pero no porque lo deseen, sino porque a su vez seguramente tienen un montón de cosas agradables que poder decir de sí mismas, pero no son capaces. No quieren parecer vanidosos, porque eso les parece un gravísimo defecto, o cargantes. Prefieren callar. Es una pena; no comprenden que se puede ser sincero en la alegría, o en la tristeza, sin imposturas ni afán de molestar a los demás, sino todo lo contrario: con el deseo de compartir las cosas importantes de la vida con alguien a quien queremos y deseamos hacer partícipe de la nuestra.
Por mi parte, me encanta que los demás se sinceren conmigo. Si tienen alegrías, disfruto con ellas; si tienen penas, intento consolarlos. ¿Siento envidia alguna vez? No sé, realmente no me considero una persona envidiosa…supongo que en alguna ocasión habré deseado tener algo que otro posee, pero realmente no me ha causado esa tristeza destructiva…tampoco me alegra el mal ajeno. Hay que odiar mucho para que esto suceda. Y el odio es más destructivo aún. Si se me ha pasado por la cabeza este sentimiento, he procurado desterrarlo.
Ya he dicho que soy expansiva y comunicativa. Voy a seguir siéndolo. Y Creo que disfruto mucho más de la vida así. Me apena que haya personas que no lo comprendan, o que puedan sentirse molestas u ofendidas con esta actitud. Pero, sinceramente, prefiero guardarme el pudor para otros ámbitos…

sábado, 12 de marzo de 2016

Cuéntame...si eran así.

Veo poquísima televisión. Las series de las cadenas comerciales me suelen parecer zafias y sin contenido. Los programas de actualidad, un griterío insoportable. Los documentales, repetitivos y aburridos. Al final queda poco: alguna película que pillo por casualidad en esas cadenas minoritarias que casi nadie sintoniza o alguna serie de las cadenas públicas, hechas con un poco más de rigor y de cuidado. En estas últimas, además, existe la ventaja de que no molestan los anuncios...(Aún así, por mi obsesión de estar al día, procuro enterarme de todo lo que se puede ver; de lo que está en el candelero y la gente comenta en el trabajo; y a veces lo pesco de refilón para darme una idea y no parecer extraterrestre cuando surja la conversación.)
 
Sin embargo, soy fiel a algunas series, lo que no significa necesariamente que sean buenas; simplemente, me da pereza dejar de verlas. Un ejemplo es "Cuéntame".
Cuando comenzó me hacía mucha ilusión ver mi vida reflejada en la pantalla. Objetos, moda, costumbres, todo me recordaba mi infancia. Hasta el tipo de familia: tres hijos de los cuales el protagonista es el pequeño, que además se lleva muchos años con los otros dos, como es mi caso. La cosa es que me enganché  y nunca he dejado de verla. Pero tengo que reconocer que cada temporada que pasa me gusta menos. Me parece menos real, más exagerada; los temas, cogidos por los pelos, forzados. Y los personajes, llevados al límite. Creo que esto es lo que más me rechina.
 
En un principio, el padre trabajaba como un negro para sacar a su familia adelante, y la madre también lo hacía, primero en casa y luego como empresaria, con iniciativa y decisión, marcando el cambio de los tiempos. Ahora, después de montones de vicisitudes, de altos y bajos y de sucesivas ruinas y éxitos, se han convertido en unos sujetos sin verdad que no cuadrarían en la época que representan. Porque en vez de evolucionar con los tiempos han involucionado y aparecen como figuras de cartón piedra.
 
La madre es la eterna ausente. Lo único que hace esta mujer en la historia es sufrir. Se nos dijo que había estudiado una carrera, fue dueña de varias empresas...pero ahora, ¿en qué ocupa su tiempo? Se pasa el día angustiada; cuando no por el marido, por los hijos. En vez de hacerles realmente caso y ocuparse de ellos, de sus problemas e intereses, está continuamente suspirando y yendo de acá para allá como un alma en pena que no encuentra sosiego en nada ni en nadie. No es feliz, y parece que le preocupa que lo sean los que la rodean, pero está como paralizada detrás de un muro invisible que le impide interactuar con el resto de miembros de la familia.
El padre no tiene desperdicio como sujeto a analizar. Inestable, ambicioso, rígido, egoísta, prepotente. Piensa que la familia debe girar a su alrededor, y por supuesto, darle la razón y comportarse según sus gustos. Si no es así, monta en cólera y se muestra herido y ofendido.
 
Toda esta reflexión viene a cuento de un comentario que surgió hace poco en mi trabajo, precisamente hablando sobre series de televisión. Yo decía que me molesta muchísimo que en las de temática adolescente los protagonistas, los "héroes", sean los peores: los más bandarras, los que menos estudian, los que están al borde del precipicio. A los chavales les dan un ejemplo pésimo: sé malo, así triunfarás. Y cuando al siguiente jueves vi de nuevo un capítulo de Cuéntame, comprendí que también esta historia nos da un ejemplo horroroso. Queriendo reflejar una época nos da un modelo de educación nefasto, seguramente peor que el que en realidad existía entonces.
 
Me baso para explicar esto en el personaje de la hija pequeña, que llegó sin querer y a la que nadie parece hacer ningún caso. Esta cría ha crecido sola y a su aire, sin que los hermanos la apoyen y le cuenten sus experiencias, y sin que los padres sepan más sobre su vida que lo poco que puede decir en la mesa, donde continuamente le mandan callar a gritos, desprecian su opinión y ponen los ojos en blanco echándose las manos a la cabeza ("Ay Señor, Señor") al ver que es una persona con criterio propio. Me ofende muchísimo ver a ese padre, que se relaciona chillando con sus hijos y que nunca les pregunta por sus cosas, por sus intereses. No se sienta a escuchar lo que puedan querer decirle. El contacto más cercano que tiene con ellos se limita a la bofetada o el zarandeo. A la pobre niña nadie le echa una mano con los deberes, nadie le toma la lección ni le pregunta si está de exámenes o le prepara la merienda. Va por libre. ¡Cuántos abrazos faltan en esta serie, cuántos besos de madre necesitaría esta niña en plena pubertad! No hemos visto una conversación "de chicas" entre madre e hija comentando las faenas que le hacen las amigas o lo guapo que es tal o cual chico; la hija no le pide prestado a la  madre alguna prenda... a la pobre le han puesto gafas (por cierto, no deberían ser de pasta, sino metálicas) y nadie parece entender en qué mal momento ha sucedido...¿de verdad eran así nuestros padres, ese era el modelo educativo y de relación que existía en los años 80?
 
Desde luego, no nos educaron como nosotros hemos educado a nuestros hijos (me refiero a los padres de mi generación). No estaban tan pendientes de cada aspecto de nuestras vidas, de cada sentimiento. No nos facilitaban tanto las cosas como hacemos ahora, nos dejaban más sueltos, nos teníamos que valer por nosotros mismos, buscarnos las vueltas. Eramos más independientes y más autosuficientes.
Pero yo he tenido dos hermanos que me han ayudado muchísimo con los estudios, con los que he compartido aficiones y charlas, con los que he bromeado y discutido, que se han preocupado por mis cosas y han estado pendientes de mis amistades. Y he tenido unos padres que siempre me han demostrado que me querían por encima de todo. Que no me han chillado ni me han pegado (nunca jamás), aunque no me dieran demasiada "vela en el entierro".  En los que siempre ha triunfado el respeto y el amor.
El modelo era distinto al nuestro, pero eso no quiere decir que cada miembro de la familia fuera a su bola sin preocuparse de los demás, ni que los padres solo estuvieran ahí para regañar, castigar o recriminar. Los jóvenes de los ochenta no teníamos confianza con nuestros padres como tienen ahora nuestros hijos con nosotros, pero nos sabíamos queridos. La familia era un lugar en el que se encontraba apoyo. En el que todos se preocupaban por los problemas de los demás.
 
No me cuentes cómo lo imaginas. Yo te cuento cómo fue.

domingo, 14 de febrero de 2016

Belleza, Orden y Revolución.

Aquí de nuevo, otra vez tras un montón de tiempo sin hablar de nada. Como siga así, los pocos "fieles" que tiene este blog van a desaparecer, creyendo que ya no quiero compartir con nadie mis pensamientos...a los que persisten, mi agradecimiento; a los que están a punto de marcharse, les ruego que permanezcan, que sean pacientes, porque no me olvido de ninguno. ¡Aquí está la prueba!
 
Ya he comentado en otras ocasiones que no me gusta hablar de actualidad, sino de cosas que permanecen, al margen de modas o circunstancias. Una vez contravine mi regla, y hoy lo voy a hacer de nuevo en parte, aunque para reflexionar más allá de lo momentáneo.
 
Estamos viendo desde hace un tiempo que ciertas personas con determinada responsabilidad pública insisten en aparecer ante los medios con una estética muy distinta de la que hasta ahora era la "normal" en determinadas situaciones muy marcadas por unas normas protocolarias o de etiqueta. Lo hacen al desgaire, intentando aparentar naturalidad; como si no fuera una actitud intencionada.  Aparentan normalidad, pero claramente esa normalidad es impostada. Pretendo aquí reflexionar sobre esto, sobre porqué se conducen así estas personas y qué trascendencia tiene el aspecto externo, la apariencia, en las relaciones sociales e incluso en la evolución de la propia sociedad. 
 
Me pregunto si la belleza y el orden son conceptos relacionados. Y acudo a la Naturaleza. Prácticamente todas las manifestaciones del planeta que habitamos siguen una sistemática según la cual se desarrollan, y ésta suele guardar unas proporciones matemáticas, geométricas, proporcionales. Pensemos en los pétalos de las flores, las alas de los insectos, los cristales de nieve, la piel de los felinos, las escamas de los peces...todos los elementos guardan una relación armónica entre sí, de modo que si falta uno nos parecerá imperfecto, extraño. El hombre en sí, como cualquier otra parte de la Tierra, está compuesto por células que si se reproducen de forma ordenada dan lugar a la maravilla de la vida humana, mientras que si por cualquier causa se apartan de esa norma, dan lugar a la enfermedad y la muerte. Hasta las expresiones más terribles del planeta tienen un orden intrínseco: las ondas concéntricas de los terremotos, las gotas de agua de las inundaciones, las moléculas de oxígeno que se agotan en la combustión de la llama. Tenemos aquí pues la explicación de porqué lo "ordenado" nos parece bello: porque sigue la manera en la que todo lo que nos rodea se manifiesta. Porque no nos supone un esfuerzo comprenderlo: simplemente con mirarlo lo entendemos, lo aprehendemos. Lo asumimos como algo natural.
Si cualquier elemento de la Tierra se aparta de las reglas comunes a su especie aparece como algo extraño, raro, fuera de la norma, inexplicable, indeseable para sus congéneres, que si son seres vivos lo desprecian y lo condenan al ostracismo y a la muerte.
Por lo tanto, lo "distinto" implica sorpresa, desagrado, y en la mayoría de las ocasiones es detestado y apartado.
 
Sin embargo, esta diferencia ha sido utilizada muchas veces a lo largo de la Historia por el hombre como modo de protesta y de revulsión. En la antigüedad clásica Diógenes escandalizaba a sus conciudadanos con su austeridad extrema y su conducta antisocial para hacerles reflexionar sobre sus errores; los eremitas de la primera cristiandad abandonaban la norma de los claustros y se perdían en los montes junto a los animales para llevar una vida fuera de la civilización que les ahogaba el espíritu; las brujas de los aquelarres se desaliñaban y desgreñaban mientras las cortesanas se pintaban como cuadros y se prendían lazos y flores para atraer a sus clientes; los piratas  vestían con ropas exageradas y vivían como proscritos al margen de sus coetáneos;  los bandoleros de Sierra Morena se envolvían en mantas de lana y se ataban pañuelos a la cabeza. "Beau" Brummel y Lord Byron pusieron de moda una forma de vestir masculina que sus antepasados habrían tachado de irrespetuosa, como poco.
En tiempos más cercanos, Mary Quant acortó la falda femenina de un modo hoy totalmente habitual pero entonces escandaloso. Las chicas reivindicaban así su presencia, la importancia de su voz entre la opresora sociedad británica de los años 60. Más tarde, el fenómeno punk supuso también un modo de contestar la norma establecida, agresivo, incomodo y cercano a lo marginal. Estas manifestaciones se fueron luego domesticando, hasta el punto de que la moda las ha asumido, incorporando muchas de sus imágenes (calaveras, cadenas...) y dándoles un cariz de normalidad.
¿Y qué podemos decir del Arte? Es la manifestación humana en la que más claramente vemos que la diferencia ha sido utilizada como forma de cambio de lo establecido. Los motivos que hoy nos parecen más amables o cordiales fueron en su tiempo revolucionarios: cada nuevo movimiento respondía al anterior, renegaba de él y lo subvertía. No digamos ya el arte contemporáneo, cuya principal razón de ser es la de remover las conciencias. Para ello precisamente lo que utiliza es la sorpresa, el desorden, la repulsión, la náusea.
 
Por tanto, hemos de admitir que ninguna apariencia externa es inocente; todos nos expresamos de alguna manera en la forma en la que aparecemos ante los demás. Y como vemos, muchas veces nos sirve para cambiar aspectos del mundo que no nos gustan, para hacer que las normas sociales avancen y mejoren.
 
¿Por qué entonces estos nuevos personajes públicos nos intentan "vender la moto" de que ellos simplemente se visten como la gente "normal", la clase más popular de nuestra sociedad? Quieren hacer ver que así se acercan a las personas menos favorecidas, que les dan visibilidad en círculos a los que nunca antes se habían asomado. Pero ¿quién se cree que una de esas personas a los que ellos dicen representar acudiría a un evento de importancia vestido como va por su casa o a trabajar? Me rodeo a diario de personas "normales", y cualquiera de ellas escoge su aspecto con mucho cuidado si tiene que asistir a un acontecimiento especial. Es más; al final hemos podido ver cómo en una situación en la que se exige etiqueta, uno de estos paladines de lo popular ha aceptado la norma y se ha calzado el smoking como todo hijo de vecino.
 
¿Cuál es, pues, la verdadera intención de esa falta de "formalidad" en el modo de vestir? La de llamar la atención hacia las personas que la encarnan; recabar los elogios de aquellos que se suponen representados por ellos y separarse de aquellos a los que intentan escandalizar. Es algo totalmente premeditado y con un objetivo claro. No es casual, no es que sean "así de naturales". No hay nada de naturalidad en esta actitud.
Pero, lamentablemente, tampoco hay nada nuevo, creativo, que aporte algo positivo a nuestra civilización. No va a cambiar formas sustanciales de comportamiento. No va a traer mejoras sociales. No creo en absoluto que vaya a hacer Historia.
Me parece mucho más revolucionaria la minifalda que las mangas remangadas de Pablo Iglesias...
 
 

Entrada destacada

Mujeres que escriben

Hoy es el día de la mujer escritora. La Biblioteca Nacional de España (BNE), la Federación Española de Mujeres Directivas (FEDEPE) y la Aso...