Un café en el ascensor
Las personas somos animales de costumbres; y si no lo somos, nos lo hacen ser los trabajos o las obligaciones, con sus horarios fijos y sistemáticos. Así que no es nada extraño que casi todas las mañanas me encuentre en el ascensor de casa con la misma gente. Claro, todos tenemos la hora ya cogida...(yo, la verdad, soy muy anárquica hasta en eso, y siempre varío minutos arriba o abajo; desde luego, conmigo no podrían poner los relojes en hora, como hacían con Kant cuando salía a pasear...se volverían locos!) El caso es que desde hace unas semanas coincido con una mujer joven con aspecto agradable y risueño, que aunque no me dice nada más que "hola" me cae bien.
El viernes pasado entramos en el ascensor mi hijo y yo, y como otras veces allí estaba ella. Pero tras el saludo de rigor, me fijé en que llevaba un vaso en la mano, con café con leche; un vaso grande de cristal, no de esos neoyorkinos tan modernos, sino el vaso de su menaje que había llenado con su café con leche casero. Así que le comenté, "vaya rollo madrugar, ¿eh?, no da tiempo ni a desayunar siquiera..." y ella me respondió: "no, a desayunar no; pero a poner una colada, tenderla, preparar la comida y organizar, sí...es lo que tiene tener niños..." y mirando a mi hijo, continúa, "pero claro, qué te voy a contar..." Yo le contesté sonriendo, "si, bueno, es otra etapa..." Y ella terminó diciendo: "Yo no sé quién nos ha engañado, y porqué nos hemos dejado engañar; mucho mejor estábamos cuando no teníamos que hacer doble trabajo". En esto, el ascensor llegó al portal y ella salió corriendo con su café en la mano. Yo me quedé pensando que esa frase (la última) ya la había escuchado de boca de alguna otra mujer...
Por la tarde toca compra. Entro en mi panadería favorita, donde lo que hago fundamentalmente, además de abastecer a los míos de dulces un poco menos insanos y a mí misma de panes integrales que me hago la ilusión de que no engordan, es charlar con la dependienta, con lo cual me tiro media hora para comprar unas rosquillas y una barra de pan. Hablamos de mil cosas, casi siempre de los hijos. La pobre Patricia me cuenta sus penas y la cantidad de cosas por hacer que le esperan cuando llega a casa, cansada de todo el día de pie detrás del mostrador. Y curiosamente, me vuelve a repetir lo mismo que mi vecina del café me dijo por la mañana: "no sé quién nos ha engañado. Mi madre vivía mucho mejor que yo; ella me lo dice continuamente".
Así que como este tema ya me venía rondando desde hace mucho tiempo la cabeza y lo tenía pendiente para comentarlo aquí, me pongo de deberes para el fin de semana reflexionar sobre ello. ¿Hemos salido perdiendo las mujeres al dejar atrás la división tradicional -neolítica- del trabajo y luchar por una distribución equitativa del mismo entre los hombres y nosotras?
Pensemos en cómo eran antes las cosas. Pero antes, hasta "hoy por la mañana"; es decir, hasta hace casi nada de tiempo, unos años escasos. Y desde tiempo inmemorial. Ya sabemos: los hombres iban a cazar en grupo y dejaban a las mujeres en la casa cuidando de los vástagos, recogiendo la mies y moliendo el grano para hacer tortas. Esto evolucionó y vinieron las batidoras, las lavadoras y los frigoríficos, y los hombres ya no salían de casa con una lanza sino con cartera o con el mono y las herramientas, o lo que en cada caso tocara. Esas mujeres de lavadora y nevera fueron nuestras madres, las mismas que nos acompañaban al cole (andando en la mayoría de los casos; vivíamos al lado), se iban luego al mercado, preparaban la comida, nos recogían del cole, volvían a llevarnos a la tarde, arreglaban la casa, nos buscaban de nuevo, se ponían a planchar o a coser, nos ayudaban en lo que podían con nuestras cosas, hacían la cena, saludaban al marido que volvía del trabajo, nos mandaban a la cama bien pronto, y luego seguían preparando cosas para el día siguiente. No parece muy entretenido...más bien parece bastante pesado! Y así todos los días...
Yo tuve ocasión de experimentar este tipo de vida cuando nació mi hijo pequeño. Me concedieron una excedencia de un año en el trabajo para cuidarlo personalmente durante ese tiempo. Al principio lo tomé con mucho entusiasmo, pero tengo que confesar que a los pocos meses estaba harta de que todos los días comenzaran igual: desayuno, lavadora, lavaplatos, paseo, comida...cuando llegaba mi marido tenía la sensación de que nada de lo que le contara podía interesarle. Sí, del niño por supuesto; pero el resto...así que no disfruté el año completo. Volví dos meses antes al rutinario trabajo de mi oficina, que cuando llegué me pareció el más apasionante del mundo, nunca lo hubiera creído!
¿Cuál es el problema, entonces, y por qué las mujeres nos sentimos tan agobiadas que miramos con nostalgia hacia atrás y añoramos la vida de nuestras madres? Porque el trabajo no se ha repartido, se ha doblado! Porque aunque parezca mentira, aún hoy, la mayoría de los hombres (no os creáis lo que os cuentan las demás; todos hacen lo mismo -salvo alguna honrosa excepción-) "ayudan" un poco, cada uno a su manera; pero no han asimilado que el trabajo de la casa, los niños, la organización, es tan suyo como nuestro. No comprenden que ya no existe esa "división del trabajo" neolítica: ahora todos hacemos de todo. O mejor dicho, nosotras hacemos de todo. Ellos hacen lo suyo y un poco de lo común. Sí, aún hoy.
Así que las mujeres llegamos a casa agotadas y tenemos que volver a fichar como en el anuncio de la tele, y cuando ellos llegan hacen alguna cosa...a su manera...pero si queda algo al final del día, si se ha olvidado lavar el uniforme, firmar la autorización en la agenda, recoger un abrigo tirado en el sofá, limpiar la cafetera...lo hacemos nosotras. Porque tenemos -deformación de siglos- el cuidado de los demás en los genes, y no podemos arrancárnoslo de repente, por más que nos repitamos: "pues el polvo se va a quedar ahí hasta que salgan champiñones encima del mueble...pues mañana va a ir el niño con el jersey resudado...pues los papeles del banco van a criar porque yo no pienso archivarlos...pues..." pues nada. Al final, vamos y lo hacemos.
Yo pensaba que esto era cosa de mujeres antiguas, vamos, de las de mi edad; pero compruebo con lástima que no, que a las jóvenes les sigue ocurriendo. Y por eso añoran los tiempos en que las mujeres sólo hacían un trabajo: el de casa.
Pero no nos engañemos, chicas. ¿Realmente os cambiaríais por ellas? Estoy segura de que no. Nosotras estamos mucho más aperreadas, eso es cierto; pero es necesario modificar las costumbres de nuestros compañeros para que no suceda y el reparto sea real. Y a cambio, y mientras logramos que les entre en la costumbre y en el pensamiento que tienen que darse cuenta cuando se acaba la leche o no les quedan calzoncillos en el cajón, ¿qué hemos conseguido nosotras? LIBERTAD.
Sí, libertad. Aunque tengamos un trabajo que no nos realiza nada; aunque vayamos todos los días renegando y deseando que ocurra un milagro y la oficina esté cerrada; aunque estemos hasta el gorro de los jefes/as; aunque un día sí y otro también tengamos que lidiar con los que se empeñan en hacernos la puñeta y los graciosillos de turno; aunque estemos mirando el reloj y contando los minutos que faltan para salir; aunque cuando llegan las vacaciones salgamos dando saltos y bailando la lambada. Porque a finales de mes a todas nos llega Santa Nómina, y con ella podemos ser independientes. No necesitamos que nadie nos mantenga. No necesitamos que nadie nos lleve a ningún sitio. Podemos hacer y deshacer porque somos partícipes del mantenimiento de la familia. Ya no tenemos que escuchar a nadie decirnos que no tenemos nada, que vivimos del sueldo del marido. Hemos alcanzado la mayoría de edad y no necesitamos tutela; somos mujeres por nosotras mismas, personas únicas, tenemos identidad propia. Salimos al mundo, damos nuestra opinión, participamos en todo lo que ocurre; formamos parte del devenir de los acontecimientos. Ya no estamos esperando en casa: salimos afuera, tomamos la iniciativa, somos activas y se nos tiene en cuenta.
(Quizá sean ellos los que de verdad están peor...como también he oído decir a alguno...ya no viven como el padre de los niños de Mary Poppins, al que le traían "las zapatillas y el jerez" cuando llegaba del Banco...)
¿Vamos pues a renunciar a todo eso por cansancio? Ni hablar. Lo que hay que hacer es seguir en la brecha, dale que te pego, hasta que consigamos cambiar la tendencia y equilibrar la balanza. Y todas esas cosas que cargamos en la espalda como una mochila pesadísima se repartan de verdad y podamos andar más ligeras, con una enorme sonrisa en la cara, de la mano de nuestros compañeros, libres e iguales frente al mundo.
¿De verdad queremos repartir? Por mucho que colaboren, ... ¿hacen las cosas como nos gusta a nosotras? En cierto modo: no. Queremos trabajar fuera de casa porque nos hemos preparado para ello y queremos poner nuestros conocimientos al servicio de la sociedad; queremos ser independientes económicamente, por supuesto (el mayor de los logros de la mujer en estas décadas); pero también queremos que al tender la ropa pongan la pinza donde nosotras la ponemos, ni un centímetro más a la izquierda ni un milímetro más a la derecha, y claro, nos cabreamos y terminamos haciéndolo nosotras. Y así podría contar miles de detalles. Creo que sí colaboran, pero no como nos gusta a nosotras ni en el momento que queremos.
ResponderEliminarMe encanta tu entrada, esto es sólo un pequeño comentario de una persona algo cabreada con la vida, en el paro y con ¡¡marido prejubilado!!.
Exquisito, como todo lo que escribes. Y permíteme reiterar lo que ha dicho Pilar, que ha dado en el clavo: "colaboran, pero no como nos gusta a nosotras ni en el momento que queremos".
ResponderEliminarQueridísimas amigas mías, os contesto a ambas a la vez. Tenéis toda la razón; no nos gusta cómo hacen las cosas. Pero debemos dejarles que las hagan, aunque tengamos que estar renegando por dentro, o esperar a que se hayan marchado de la habitación para dar un último repaso a las arrugas de la colcha. ¡Sin que nos vean! Cuando colaboran lo hacen con esfuerzo, no están acostumbrados, es algo para ellos excepcional; así que si queremos que continúen haciéndolo, más nos vale agradecérselo y decirles que nos ha encantado encontrar la ropa tendida. Eso sí; luego, con tacto, podemos pedirles que la próxima vez pongan la pinza en otro sitio, para no dejar marca en la ropa.
EliminarY que conste que todo esto son enseñanzas de la psicóloga de la familia...que yo me enciendo lo mismo que vosotras...pero de vez en cuando consigo hacer la vista gorda, y no sabéis que buen resultado da!
Muchos besos a ambas, mis fantásticas seguidoras.
Tienes toda la razon asi hago yo.la primera lavadora que puso mi marido salio rosa toda la ropa pero da igual. Besos de tu panadera charlatana XD
ResponderEliminarDe charlatana nada; ¡es un gusto verte cuando nos pasamos por allí!
ResponderEliminarUn beso de la otra chica de la familia. P.
La entrada me ha EN-CAN-TA-DO.
ResponderEliminar¡¡Nada de rendirse!!
Para mí estas son las dos claves (copio y pego):
1 - ¿por qué las mujeres nos sentimos tan agobiadas que miramos con nostalgia hacia atrás y añoramos la vida de nuestras madres? Porque el trabajo no se ha repartido, ¡se ha doblado!
2- ¿Vamos pues a renunciar a todo eso por cansancio? Ni hablar. Lo que hay que hacer es seguir [...] hasta que consigamos cambiar la tendencia y equilibrar la balanza. Y todas esas cosas [...] se repartan de verdad.
El final del texto es emocionante...
" y podamos andar más ligeras, con una enorme sonrisa en la cara, de la mano de nuestros compañeros, libres e iguales frente al mundo".
Maravilloso.
P.
¡Hala, qué de comentarios! Esto si que es comenzar bien el año! Me alegro de que os haya gustado, sobre todo a mi "anónima"...
ResponderEliminarPatricia, me encanta charlar de lo que surja. Es lo mejor de ir de tiendas por el pueblo: hacer amigos.
Bueno.... Un tema complicado lleno de matices en el que no se puede generalizar, ante todo creo que debemos ser felices con la vida que hemos elegido, una mujeres trabajando fuera del hogar y otras trabajando en nuestras casas, yo soy de estas últimas por elección y sé que he sacrificado mi independencia económica por atender a mi familia, nunca me he considerado una mujer que viviera del sueldo de mi marido, yo con mi trabajo me he ganado su sueldo.
ResponderEliminarHay una frase que siempre me ha dado grima...... Qué es eso de que los hombres ayuden en casa?? de eso nada, que los hombres cumplan con sus obligaciones en el hogar como lo hacen las mujeres... Son también sus obligacionnes.... Hablaría más pero ya lo dejo para cuando nos veamos.
Por cierto, nunca olvidemos que la educación de nuestros hijos, para que ese espacio de igualdad se dé, es la base fundamental.
Me encanta tu blog :)
Efectivamente; la clave, como siempre, es la educación, lo que los hijos vean en casa: que el padre colabora, comparte...que los acompaña al médico o a ver al tutor. Tu has elegido, en efecto, libremente. Has cuidado y cuidas a tu familia por tu propia voluntad. Pero además haces otras cosas que llenan también tu tiempo. Ahí está tu libertad y tu independencia, en rellenar tu propio espacio con actividades que te enriquecen y que son solo tuyas. Eres una persona completa que ha decidido dedicarse a los demás. ¡Bravo!
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