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domingo, 18 de febrero de 2018

..."Conunpoo-coo-deazúcar..."

Eso es lo que cantaba mi adorada Mary Poppins cuando tenía que darles el jarabe a Jane y Michael Banks. "Con un poco de azúcar, esa píldora que os dan pasará mejor". (Y era verdad...)
Toda mi vida he asociado el azúcar al bienestar y el placer. Y no sólo porque sea especialmente golosa, que lo soy además por herencia familiar; creo que es algo que llevamos impreso en nuestro inconsciente.
Como no me gusta hablar por hablar sin saber de qué lo hago, he hecho una incursión por Wikipedia, que aunque está muy denostada hay que reconocer que nos saca de muchos apuros y es una fuente de cultura general nada desdeñable. Y así me encuentro los siguientes datos:
 
La fórmula química del azúcar simple es C12H22O11 ¿Casualidades de la madre Naturaleza, o me da la impresión de que es muy parecida a la del agua, sustancia que compone el mayor porcentaje de la materia orgánica que compone nuestro cuerpo, añadiendo carbono, la otra sustancia mayoritaria de la que estamos hechos?

Si buscamos el origen del uso de la caña de azúcar, parece encontrarse, según indican unos manuscritos chinos del siglo VIII a. C., en la India. Fue allí donde se descubrieron métodos para convertir el jugo de la caña de azúcar en cristales granulados, más fáciles de almacenar y transportar. En la lengua indígena local, estos cristales se llaman khanda (supongo que de ahí la denominación comercial actual de "azúcar candi...") Los marineros indios, que llevaban mantequilla y azúcar como suministros, difundieron el conocimiento del azúcar por las diversas rutas comerciales que frecuentaban. A China llegó su uso gracias a los monjes budistas y a los enviados diplomáticos indios, que introdujeron en ese país los métodos de cultivo de la caña de azúcar en el siglo VII a.C. Así, en el sur de Asia, en Oriente Medio y en China, el azúcar se convirtió en un elemento básico de la cocina y de los postres.
 
Las tropas de Alejandro Magno, en su imparable labor de conquista, se detuvieron por fin a orillas del río Indo, negándose a ir más allá. En ese lugar pudieron ver a la población local cultivando la caña y fabricando un dulce granulado, localmente llamado sharkara (शर्करा, sarkara), pronunciado como saccharum (ζάκχαρι). En el viaje de regreso, los soldados macedonios se llevaron con ellos aquellas "cañas de miel", pero la caña de azúcar se mantuvo como un cultivo poco conocido en Europa durante más de un milenio. El azúcar era un bien escaso y los comerciantes de azúcar eran ricos. ​(Esa riqueza debe indicar que aunque escaso era muy deseado...)

Los cruzados trajeron con ellos el azúcar a Europa después de sus campañas en Tierra Santa, donde se encontraron con caravanas que transportaban esa "sal dulce". A principios del siglo XII, Venecia adquirió algunas aldeas cerca de Tiro y estableció fincas para producir azúcar para exportar a Europa, donde se complementaba con la miel, que anteriormente había sido el único edulcorante disponible. (Es decir, que el ser humano buscaba poder endulzar los alimentos, y lo primero que encontró a mano fue la miel, también compuesta por moléculas de oxígeno, hidrógeno y carbono en distinta proporción que en el azúcar). El cronista de las cruzadas Guillermo de Tiro, en un escrito de finales del siglo XII, describió el azúcar como un producto "muy necesario para el uso y la salud de la humanidad".
 
 
 
No me quiero extender más con mi copia y pega de internet. Lo que está claro es que desde los albores de la Humanidad se ha buscado dotar a los alimentos de este sabor, que forma, junto con el amargo, salado y ácido, el sentido del gusto.  
Debe ser que lo dulce efectivamente ha ido siempre muy ligado al amor y el bienestar, ya que si nos paramos a pensar encontramos mil y una expresiones que utilizan este sabor como sinónimo de lo mejor: Dulce queremos que sea una mirada, una caricia, una sonrisa; queremos que nos hablen con dulzura; en inglés, ¿quién no recuerda esa canción: "sugar, oh honey honey"?, y mil más; nos gusta que la lluvia caiga dulcemente; nos encanta la dulce luz del atardecer o de las velas en una cena romántica; los poetas nos hablan del dulce trinar del ruiseñor, el más bello de todos; el seno de la amada es dulce; hasta el propio "Nombre de María" es llamado Dulce en las oraciones católicas.
Y ¿cómo se han celebrado las fiestas de todo tipo en todas las civilizaciones antiguas y modernas, y contemporáneas? Con dulces. Los árabes utilizaban la miel, pero los católicos nos aficionamos al azúcar por contraste, y enseguida nos pusimos a inventar miles de recetas que se preparaban en las fechas señaladas: rosquillas, flores, buñuelos, mermeladas, almíbares, merengues...todos ellos golosinas que, como algo precioso y exclusivo, suponían un regalo para alguien querido, un agasajo para los allegados, un premio para los niños... Y es que como dice una amiga, el dulce "va directo al corazón".
 
Todo esto supone el azúcar en nuestras vidas. Está claro que no es solamente obra de los grandes empresarios azucareros que poseían grandes "ingenios" en Cuba el que "a nadie le amargue un dulce".  Y ahora, todos esos miles de años de Historia, toda esa tradición, todo ese placer inmenso encerrado en unos simples cristalitos de hidrógeno, oxígeno y carbono, colapsa de repente y se da la vuelta: el azúcar es veneno, es cancerígeno, es oxidante (ya sabemos que nos morimos porque nos oxidamos; pero es que desde que nacemos nos estamos oxidando por el solo hecho de respirar...) Nada de azúcar. Y tampoco edulcorantes, ¿eh?, que son productos químicos artificiales mucho peores. ¿Y la miel? Pues lo mismo; aunque la fabriquen las adorables abejas es igualmente perniciosa para la salud. Dulce = muerte. Seamos sanos, no seamos dulces. Ahora nos echan en cara algunos organismos pseudooficiales de los que se dedican a "controlar" nuestra nutrición (o sea, nuestra forma de comer) que en España desayunamos "postres". Pues sí, mire usted: churros, o pan, o bollos que antes hacían las madres y ahora compramos porque no hay tiempo, o la ahora tan vilipendiada Galleta María, (que como todo en nuestra civilización occidental contemporánea tiene por origen la corte Victoriana), que era lo que tomaban los enfermos y les dan a los internos "en los hospitales" para merendar con su descafeinado... La primera vez que yo vi a un nuevo miembro de mi familia desayunar fruta se me pusieron los ojos como platos. Hace años, ¿en qué familia se tomaba uno un melocotón con el desayuno? Eso sí que era un postre.
Reconozco que yo he adoptado la costumbre de la fruta en el desayuno porque me sienta genial, me quita la sed y la disfruto más que después de la comida o la cena. Pero sigo tomando pan, y no tomo bollos porque engordo, que si no...Sin embargo, ahora los gurús de la nutrición y la dietética nos explican que podemos desayunar legumbre (vale, los ingleses lo hacen con sus "beans"), proteína animal (no sólo huevos revueltos: se desayuna salchichas...) y cualquier otro alimento. Y que el desayuno no es la principal comida del día, y que los niños se pueden ir, como hacía uno que yo me sé, con una manzanilla bebida al colegio, que ya tomarán allí el bocadillo o la fruta o lo que les hayan puesto en casa.
 
¿Con qué nos quedamos? ¿Por qué nos tienen sometidos continuamente a este martirio de idas y venidas en torno a nuestra alimentación? ¡Qué hartura de afirmaciones científicas que a los dos días son refutadas por otras mucho más sesudas y experimentadas! Antes, el aceite de oliva era un veneno; ahora es oro. Antes, los aguacates no podían ni probarse porque eran pura grasa; ahora es una grasa, sí, pero magnífica, que untamos con devoción en las tostadas (con fruición no puede ser, ya que no sabe absolutamente a nada). El jamón ibérico es carne procesada, por lo que no se debe ni probar. Los huevos antes producían colesterol; ahora se debe tomar uno diario. El pescado azul hace años era alimento de pobres y malísimo para la salud. Ahora hay que hincharse a caballas y jureles, que tienen mucho omega 3. ¡El pan integral!, recuerdo a mi padre que cuando lo veía, se acordaba de la Guerra Civil y no quería ni olerlo; ahora lo que no queremos comer es el pan blanco, también igual a veneno. Y así podría seguir con una lista interminable...
 
Nos bombardean con las advertencias sobre la necesidad de llevar una vida saludable: ejercicio, dieta sana (o sea, la que en ese momento se crea que es sana) con poca grasa y poca cantidad de pocos tipos de alimentos. Como dice el chiste, desde luego larga vida se va a hacer, de tan aburrida. Aburrida de llevar, y harta de consejos contradictorios que nos manejan y nos adoctrinan para el mayor beneficio de los que mueven los hilos de las industrias alimentarias.
 
Yo personalmente pretendo hacer una vida lo más sana que puedo, que consiste en tomar alimentos de calidad, combinados sabiamente y con amor, adecuados a lo que en cada momento me pide mi organismo, que es muy sabio, y si es posible consumidos en una buena compañía, que es el mejor aderezo de todas las salsas.
 
Y permitidme que acabe este texto con una exclamación propia de Celia Cruz: "Assssúcarrrrr"!!!!! 
 

domingo, 11 de febrero de 2018

La Codicia

“Muchas mujeres se quejan de ser vistas con codicia, lo que llaman hoy “como objeto de satisfacción”, y casi ninguna admite cuán fastidioso resulta, por no decir cuán vejatorio, y deprimente, y desalentador, no ser vista nunca así, o no serlo por quienes determinamos que tienen esa obligación.”
Esta frase de la novela “Berta Isla”, de Javier Marías, se basta por sí sola para describir algo que llevo muchos meses queriendo expresar, y no me atrevo porque es tan complejo, tan poliédrico y tan delicado… y tan subjetivo, que no sé muy bien cómo abordarlo. La verdad es que después de leerla, todo lo que yo pueda aportar será secundario. Ante una sentencia tan esclarecedora y definitiva, lo que yo pueda poner negro sobre blanco no tendrá ninguna importancia. Pero en realidad yo escribo para expresarme; si lo hiciera sólo para conseguir lectores, estaba apañada. Y esa necesidad es la que me mueve a plasmar mis ideas en este humilde blog, que a modo de estrado me sirve para alzar la voz y difundir mis opiniones, evidentemente personales y subjetivas,  y en modo alguno pretendiendo “sentar cátedra” ni pontificar.
Cuando era muy joven, y por edad me tocaba ir a la vanguardia en casi todo, creía que esa rabiosa modernidad me vacunaba para siempre de la sorpresa de lo nuevo por venir. Me veía a mí misma tan audaz, tan avanzada, que daba por sentado que cualquier conducta, cualquier tendencia, ética y estética, que trajeran los tiempos (“los tiempos”, cuando se es tan joven, siempre están muy lejos; esa expresión implica “dentro de mucho tiempo”), encajaría sin problema en mi sistema ideológico, moral, y sería por tanto capaz de hacer propios los modos futuros.

Craso error, que “los tiempos” han puesto al descubierto. Ahora me topo con una realidad que no comparto y apenas comprendo. Supongo que no hay vuelta atrás; que por mucho que otras personas piensen igual que yo, los modos ya nos son ajenos, aunque los tengamos que aceptar y asumir para sentirnos parte del mundo en que vivimos y no quedarnos anclados en el pasado regodeándonos con los buenos recuerdos y rumiando nuestro desacuerdo con la deriva de la actualidad. Acepto, por tanto, lo que viene, pero me reservo el derecho a protestar y como digo, a no compartir. Actitud nada moderna, como se puede ver, y que contradice todo lo que en “aquellos tiempos” creí que ocurriría cuando llegaran estos.  (Ultimamente me estoy contemplando a mí misma en situaciones que siempre afirmé que no protagonizaría; ya no me atrevo a decir “no haré esto” o “no pensare aquello”, aunque a veces la prudencia me falta y sigo afirmando verdades que a la postre se vuelven del revés).
1.      Siempre me he considerado feminista, al menos siempre “en aquel entonces”; hoy, y a la vista de los acontecimientos, comienzo a dudar de la “pureza” de mis ideas… Soy absolutamente partidaria de la igualdad de derechos, de oportunidades, de que hombres y mujeres compartamos tareas, trabajo, obligaciones… (ya expuse todo esto en la entrada “Un café en el ascensor”). De hecho, mi más frecuente motivo de enfado es la impresión (posiblemente sólo es mi impresión) que tengo de llevar a diario sobre mis hombros “femeninos” toda la carga de la rutina doméstica de todos los que me rodean. Soy muy reivindicativa en este tema.
2.      Por supuesto, siempre me ha parecido que un hombre que “levanta la mano” a una mujer es abominable; sólo pensar que algo así era una costumbre aceptada, e incluso bien vista en algún caso, hace no tantos años -pensemos incluso en nuestros propios abuelos; pero también las abuelas utilizaban la zapatilla con nuestros padres, vaya universos domésticos violentos- me pone la carne de gallina. Ya no digamos la violencia verbal, que tanto asusta a cualquiera y más a los niños; los insultos, las palabras sucias, agresivas y vejatorias; el desprecio, la humillación…que sume a los seres indefensos en el terror y el desamparo. Todo ello es lo más oscuro y denigrante que puede suceder en el secreto de un hogar. O a la vista de todo el mundo, si lo hace el marido con su mujer y sus hijos delante de otras personas, familiares o no, despreciándolos y destrozando su autoestima (pero también he visto a mujeres hacer lo mismo con sus maridos delante de sus amigas o sus madres…) La violencia entre personas que supuestamente se quieren y comparten su vida es algo que da asco y pena. Y mucho miedo.
3.      En la época de la transición era muy frecuente escuchar historias sobre violadores y violaciones. ¡Hasta Ana Belén tenía una canción sobre el tema…! Parecía que este tipo de delincuencia era más frecuente que años atrás. A mí, que estaba despertando al mundo, me aterraba la idea, y siempre, cuando se me hacía de noche al volver a casa, iba por medio de la calzada si la calle era estrecha y solitaria, porque me parecía que así tenía más escapatoria ante cualquier ataque; y en las calles concurridas caminaba pegada a la espalda de alguna persona con aspecto respetable,  para poder echar mano de alguien que me ayudara en caso de necesidad. Mi miedo a que pudiera ocurrirme algo así era visceral y tremendo, como el de una indefensa Caperucita que se siente amenazada por la posible presencia del lobo.
4.      En mi colegio hubo durante algunos meses un profesor suplente que a todas las chicas nos gustaba. Algunas decían que era un “sobón” y que se aprovechaba de las circunstancias. Yo me sentía muy halagada cuando me dedicaba más atención… pensaba que lo hacía por mis cualidades intelectuales… y eso me hacía sentir importante.  Hasta que un día me pareció que el “abrazo” que yo consideraba fruto de una “moderna” camaradería tenía más de rijoso que de amistoso… quizá estuviera influida por los comentarios de mis compañeras. Pero si me acuerdo todavía es porque me impresionó (me asqueó) lo suficiente como para a partir de entonces poner mucha más distancia… no volvió a suceder ni oí comentarios que fueran “más allá”. Afortunadamente, nunca hubo ningún caso de abusos en el colegio. 
5.      En la piscina donde los últimos meses he estado haciendo ejercicio hay muchos hombres mayores (casi ancianos, diría yo) que chapotean con sus bañadores playeros, nada adecuados para el ejercicio,  y se dedican únicamente a “monear” y “hacer que hacen”, mientras se fijan descaradamente en las señoras (mayoría) que intentan esforzarse para realizar los movimientos indicados por la monitora; señoras también ya de edad, con ningún interés en pegar la hebra, por no decir otra cosa, con ese tipo de babosos. Una tarde escuché a uno que le decía a otro según salían del agua algo así como: “anda, que será por mujeres…todas las que hay aquí!” Me sentí tan ofendida que he procurado no estar nunca cerca de ese tipo.
Hago estas reflexiones tan personales para “justificarme” de algún modo, y presentarme como una mujer con “principios”, antes de exponer mi opinión sobre los últimos movimientos feministas, tales como el “Me too” y  las tendencias e ideas de moda entre las chicas más jóvenes de nuestro mundo occidental.  A esto es a lo que me refería más arriba cuando hablaba de aquello que hoy por hoy no comparto ni comprendo.
No comprendo que se promueva una “caza del hombre” como en su día se llevó a cabo una “caza de brujas” en el mundo de Hollywood; no admito que simplemente porque una mujer acuse a uno (movida quizá por ánimo de venganza) se le condene en el acto en los medios de comunicación, lo que significa condenarlo a nivel global, demonizarlo universalmente, sin tener en cuenta la presunción de inocencia ni darle la posibilidad de defenderse; no comprendo que se compare la actitud insinuante de un hombre que quiere ligar con una  mujer, con la violencia, el abuso impune o la rijosidad zafia; no puedo entender que una mujer se sienta agredida porque en algún momento un hombre la mire con “codicia”, como dice Marías en su novela, si esa mirada se hace de un modo no ofensivo, invasivo ni denigrante. Tampoco comprendo a aquellas otras mujeres que se pintan como una puerta y se ponen escotazos para luego decir que de ningún modo consentirán que las miren de ese modo. ¿Cuál es la razón entonces de comportarse así? ¡Y que conste que no estoy justificando ninguna actitud violenta con esta frase!, ya lo he dicho bien claro. Simplemente, me parece una actitud hipócrita la de exhibirse pero prohibir que se las mire, como si en un escaparate un orfebre mostrara su obra, joyas maravillosas, y se ofendiera si alguien las contempla con admiración. (Por el contrario, y siguiendo a Marías de nuevo, a ciertas edades -y supongo que eso no podrán comprenderlo muchas chicas jóvenes de hoy en día, seguidoras de las “lideresas” de la nueva mujer-,  sentirse mirada así es todo un baño de autoestima…! )

Tampoco comparto la actitud de la “nueva mujer liberada” que parece no preocuparse de su aspecto, que defiende un cuerpo “natural” y sin aderezos y que desprecia aquello cuyo fin sea “ayudar a gustar”, estar más atractiva. No lo comparto porque a mí como mujer sí me gusta sentirme atractiva, me hace estar segura de mí misma y pisar más fuerte por el mundo (aunque a veces vaya hecha un desastre, que una cosa no quita la otra). A mí me ha encantado y me encanta “vestirme” para mi pareja, ponerme lo que sé que le gusta más, como parte importante del juego erótico que tiene que darse en toda relación amorosa. Una cita a la que se acude especialmente vestida es una cita especial.
No comparto que se entienda el coqueteo como un ataque o una invasión. ¿Qué hay más divertido y más estimulante que  ese tira y afloja entre un hombre y una mujer, insinuándose y poniendo freno a la vez?
Estoy de parte de Catherine Deneuve y las otras mujeres francesas que han escrito el controvertido manifiesto. Estoy de parte de Simone de Beauvoir, reconocida feminista a la cual ahora las activistas estadounidenses tachan de todo lo contrario, simplemente por defender el juego amoroso, o erótico, en el cual el hombre  y la mujer se buscan y se alejan, se ofrecen y se rechazan, para al final, si ambos lo desean, acabar encontrándose.  
Y ¿qué pasa con nuestros jóvenes, perdidos y angustiados porque piensan que en cualquier momento su actitud puede considerarse equívoca, puede atemorizar a alguna chica que llevada por un extremo de corrección feminista los considere acosadores?
En este sentido, destaco algunas frases leídas en el manifiesto francés:

“Del otro lado, se convoca a los hombres a encontrar, en lo más profundo de su conciencia retrospectiva, un "comportamiento fuera de lugar" que podrían haber tenido hace diez, veinte o treinta años, y del cual deberían arrepentirse. (…) Al borde del ridículo, un proyecto de ley en Suecia quiere imponer un consentimiento explícitamente notificado a cualquier candidato para tener relaciones sexuales…”

En la época del empoderamiento femenino, ¿por qué renunciar a uno de nuestros poderes, el poder de gustar a los hombres -y en general a todo el mundo-?
En fin; no me voy a extender más, que ya lo he hecho bastante. Supongo que algunos de mis lectores más jóvenes tendrán muchos reparos que hacerme; pero después de llevar meses pensando en escribir esta parrafada, me siento mucho más liberada como persona y como mujer. Esto es lo que yo creo. Si el mundo que viene convierte las relaciones amorosas en una simple transacción, aséptica, tasada, firmada y convenida a través del móvil, no tendré más remedio que aceptarlo como una realidad. Por suerte, yo ya tengo al lado alguien con quien puedo jugar a ser quien quiera.

P.D. Añado unas últimas líneas a esta entrada el día 8 de mayo, después de que el filósofo Slavoj Zizek, en un discurso pronunciado el día anterior en el Círculo de Bellas Artes, con motivo de la entrega de su Medalla de Oro, dijera esto: (Me halaga y reconforta ver que hay personas de altísima talla intelectual que opinan exactamente lo mismo que yo...)

"Cuando las mujeres se visten provocativas, se objetualizan para atraer al hombre, están jugando activamente. Y esto es lo que molesta a nuestro chovinismo masculino que se indigna contra una chica que provoca y luego no quiere acostarse con nosotros. Rechazo la crítica a la objetualización que hace el feminismo; estoy a favor, es uno de los mayores logros de la liberación sexual. Las mujeres tienen derecho a objetualizarse; deberían tener el control del juego de la seducción”.

Pues eso, juguemos!! 

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