Invasión Zombi

Llega el puente del 1 de noviembre. Todos los Santos, Difuntos, ¿Halloween? La polémica está servida. Para todos, menos para los padres que disfrazan entusiasmados a sus hijos y que enseñan sus fotos tan contentos de ver lo bien que se lo están pasando en el cole: para ellos es un día de fiesta.
 
Hace muchos años, en España, estas fechas eran tristísimas. Y sobrecogedoras. Pero con miedo de verdad, no con este de pacotilla que se esconde en los disfraces. Los niños pequeños (a poco que fuéramos un poco miedosos) nos asustábamos con pensar en algo tan lúgubre: la muerte, pero además concretada en nuestros antepasados, a los que se iba a visitar al cementerio, previa compra de flores, siempre las mismas (no sé si es que son propias de esta época o simplemente que por tradición se han utilizado para este fín): crisantemos, pálidos como sus destinatarios; y crestas de gallo, de un intenso rojo sangre y un tacto aterciopelado y mórbido. Y por si fuera poco, la víspera nos ponían en la única cadena de televisión el Tenorio de Zorrilla, auténtica obra maestra en la que los elementos teatrales van incrementando la tensión y el escalofrío hasta llegar al final y que a mi juicio deja a Psicosis en pañales. Vamos, que te acostabas encogido con los fantasmas dando vueltas en la cabeza.
Así que la "fiesta" no tenía nada de tal. La única cosa buena para los golosos era comer buñuelos y huesos de santo, tan dulces y tentadores. Por lo demás, cuanto antes se pasaran estos días, mejor.
 
La primera vez que mi hija se tuvo que disfrazar en el cole para celebrar Halloween se me ocurrió buscar el origen de esa fiesta extranjera que aún no era muy común en nuestro país y que la mayoría de la gente veía con escepticismo y bastante rechazo. Y encontré que proviene de Europa, de los celtas que también poblaron nuestra tierra, y que se celebraba mucho antes de que existiera la Iglesia Católica, como una transición del verano al invierno, en la que los espíritus, las hadas y las brujas pueden ir y venir de su mundo al nuestro y en que se festeja el final de una cosecha y el principio de otra: la de manzanas y castañas, muy presentes también en estas fechas (el magosto que se celebra en el Norte de España) junto con el resto de dulces. (Aún recuerdo las castañas cocidas en anís que hacía por los Santos mi tía Isabel).
Con toda esta información, (hay que ver lo útil que es la Wikipedia), decidí disfrutar de los nuevos tiempos, y ya que esta celebración "importada" procura tanta alegría y diversión entre los críos, (hoy en día también entre los mayores), la acepté de buenísima gana, porque para mi suponía cambiar los malos ratos que pasé en mi infancia por un auténtico festival de color y de risas que vivirían mis hijos.
Si pensamos que casi todas nuestras fiestas, alrededor del mundo y de la Historia, marcan el paso de las estaciones o las labores agrícolas, y que cada civilización ha querido solemnizar estos momentos de una manera distinta pero siempre con una connotación parecida, según lo que viniera fuera la luz o las tinieblas, la cosecha o el barbecho, ¿por qué aborrecer esta nueva forma de dar la bienvenida al invierno, tan pícaramente alegre? Sí, seguimos viviendo unas fechas fantasmagóricas, pero con un tinte made in USA que las dulcifica y las convierte en un juego de niños.
Bendito juego de niños que nos tiene  a los padres tan contentos de verlos felices entre calabazas y colmillos de vampiro.
Eso sí; no renuncio a los buñuelos, a los huesos de santo, ni siquiera a estas alturas al gran Tenorio, que con el paso del tiempo he aprendido a apreciar.
¿por qué no quedarnos con lo mejor de cada cultura? Vivamos lo mejor de cada tradición, y hagámosla nuestra adaptándola a nuestra forma de ser.

Comentarios

  1. Es verdad, ¡todo lo que sea alegría, que sea bien recibido! ¡A divertirse! :)
    P.

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  2. Ana, que buen artículo, yo también tengo esos recuerdos de los que tú hablas. Mi abuela tenía la costumbre de hacer por esas fechas rosquillas de anís y nos llamaba a las nietas para que la ayudáramos. ¿Y sabes lo mejor? teníamos prohibido reir mientras las hacíamos, según mi abuela, porque eran días de estar triste. Era espantoso, porque nos juntábamos las primas y era imposible aguantarse la risa, a pesar del enfado de mi pobre abuela que siempre veía el pecado en todos sitios. Además ponía la radio con música sacra, ¡imagínate!, el acabose. Lo mejor eran las rosquillas de después.
    Así que,esta adopción de la pseudocultura yanqui que sea bienvenida, y si, además, tiene raíces tan antiguas y tan bonitas, mejor que mejor. Besos.

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    Respuestas
    1. Hija mía, qué infancia y qué juventud hemos tenido...no sé cómo hemos salido tan maravillosas...

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