El álbum de cromos

Cuando era pequeña, entre mi madre y mi abuela me enseñaron a hacer calceta, punto de media. Primero una estrecha y larga tira de lana roja, que se combaba por los bordes, toda del derecho. Luego la cosa se fue complicando: derecho y revés. Y menguando, aumentando, punto de arroz, ochos, y otras filigranas que venían explicadas en unos esquemas que traían las revistas de labores de la época y que yo seguía fielmente para "sacar" el punto de los jerseys más modernos. Hice montones: aún recuerdo uno en tonos teja, sin manga, de verano, con escote de pico por delante  y detrás que estrené en Cuenca; otro azul y blanco de cintas muy cortito...otro rosado que le tejí a mi cuñada, entonces una niña, y hasta un jersey de bebé que hice para una de mis sobrinas y no sé si se llegó a poner, porque salió enorme...pero el punto estaba perfecto, eh?
Bueno; el caso es que me encantaba ponerme a hacer punto por la tarde, después de comer, mientras escuchaba la radio. La radio, siempre conmigo. En aquella época ya no existía el consultorio de Elena Francis, ni los cuentos para niños, pero tampoco era como ahora un continuo runrún de tertulias políticas y noticias repetidas. La verdad es que era la auténtica radio de entretenimiento. A mí me encantaba escucharla porque era variada y siempre se aprendían cosas curiosas. Sobre todo, en los programas de la SER con Carmen Pérez de Lama. Traía cantidad de colaboradores, entre ellos la inefable Simone Ortega con la que aprendí a cocinar, -aquí iría la broma familiar de la siempre presente galleta María; cosas nuestras-; estaba también Aileen Serrano, con sus trucos para cualquier cosa que se necesitara en el hogar (limpieza, bricolaje, de todo); y una psicóloga que no recuerdo como se llamaba: Maribel, Isabel...algo así. Yo escuchaba embobada todo lo que decían. Y una tarde que recuerdo como si fuera ahora mismo, sentada en el sofá del cuarto de estar, esta persona cuyo nombre se me ha borrado me dio una idea maravillosa que siempre he tenido en cuenta: hacer un bonito álbum de cromos para poder ir mirándolo a través del tiempo cuando me hiciera falta.
¿Cromos de qué? ¿Pegados en qué álbum? Cromos de recuerdos, de cosas bellas que hayan ido sucediendo en mi vida, y que pueda rememorar cuando me haga falta. El álbum es mi cabeza, o mi alma o mi corazón, como se quiera. Y cuantos más cromos tenga, mucho mejor. Estos no se cambian en el rastro por otros "repes", ni se compran en la pipera ni vienen con el Bony, el Bucanero, el Tigretón o el "Chicle Niña". Se consiguen viviendo. Y todos los tenemos, cada uno los nuestros. A poco que lo intentemos, enseguida surgirán de nuestra mente numerosas imágenes que podamos ir recopilando en esta colección de lo sublime: olores, sabores, el roce de una piel, una imagen como una foto instantánea, sentimientos, emociones, placeres, palabras. Hay que ir guardándolos bien uno a uno para que no se pierdan, y sacarlos de vez en cuando para que no se enmohezcan y se estropeen, o se nos olviden.
Afortunadamente mi álbum es muy gordo. Pero hacía tiempo que no me acordaba de él. (Para mi perjuicio, porque en las horas negras es muy útil volver sus páginas, aunque a veces provoquen lágrimas de melancolía, pero esas lágrimas son un bálsamo reparador y reconfortante). Hasta esta tarde.
Hoy he vivido una experiencia maravillosa, sublime, nueva, de las que sabes que no se van a repetir en mucho tiempo. Y sin darme cuenta le he pedido a mi marido que me recordara este día cuando me vea triste o mal. Entonces he pensado, no es él quien tiene que recordármelo; soy yo la que debo guardarlo en el álbum y tenerlo siempre presente, junto con otro montón de cosas que lo rellenan desde hace muchísimos años: la toquilla de mi abuela, su sonrisa y sus manos sarmentosas; el brazo tierno y mullido de mi madre sobre el que dormía en los viajes en coche; el olor de la hortelana del Espinar; la colonia Maderas de Oriente que mi madre se ponía con su abrigo negro de piel y que me hacía marear; el perfume Patrichs de mi novio en su jersey verde de pico; los piropos de mi padre; la felicidad inmensa tras el parto de mi hija; los paseos a la orilla del mar; el cielo restallando de azul cualquier domingo por la mañana...y momentos de felicidad como el que he vivido hoy y que hacen que la vida merezca la pena.

 

Comentarios

  1. Todavía me acuerdo de esos posters tan bonitos que hiciste para vuestra fiesta de aniversario y que celebramos en el Cerro. Eran recortes de tu vida, de vuestra vida, y me han venido a la cabeza al leer tu entrada. Muchos besos.

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    1. Sí, aún no sabía hacer presentaciones de ordenador, todo era muy artesanal y sencillo...los conservo todavía. Y Angel y tú fuisteis de los pocos amigos, es decir, los mejores como siempre, que estuvisteis con nosotros a pesar de la niebla densísima de aquel día y de la hora intempestiva. Y encima trajisteis un regalo precioso que luzco en mi salón desde entonces. Gracias por estar siempre ahí, y cuento con vosotros para próximas celebraciones...

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