Los funcionarios geniales

Soy funcionaria de un gran Ayuntamiento español. Decir esto hoy en día tiene muchas connotaciones negativas para los demás y para nosotros mismos. Para los demás, porque nos ven como unos privilegiados que en épocas de vacas flacas seguimos teniendo horarios y sueldos de otros tiempos (a pesar de los inmensos bocados que nos están pegando). Para nosotros, a causa de esos mismos bocados que trastocan nuestra arcádica monotonía laboral y hacen tambalearse las patas del enorme mastodonte que es la Administración.
Lo soy, y nunca quise haberlo sido. Desde muy pequeña me horrorizaba el trabajo de oficina: me parecía gris y vulgar. En un principio mi intención era ser "escritora y periodista", y así se lo recitaba cursi a quien me preguntaba qué iba a ser de mayor. No sé si se lo creían...yo sí. Cuando llegó el momento de elegir, mi camino se truncó. No estudié periodismo, sino Historia Contemporánea. Me hubiera encantado dedicarme a la investigación, ser un ratón de biblioteca y archivo que fisga en los documentos que nos han dejado otros y buscar explicaciones inéditas para los grandes interrogantes de nuestro tiempo y el pasado. No pudo ser. Así que algo había que hacer para ganarse las lentejas y poder casarse y salir por fin del nido. (Sí, esto suena arcaico pero lo hemos vivido muchos...otra generación). Yo hubiera querido ser dependienta de una tienda de moda, o recepcionista en una clínica...nadie me quiso. Así que no tuve más remedio que enfrentarme a la que Ortega llamó "segunda Fiesta Nacional": las oposiciones.
Me parece tan injusto, tan sinsentido, tan fuera de la realidad este sistema anticuado y absurdo...un modo de encontrar trabajo en el que ni el esfuerzo ni la valía personal garantiza el conseguirlo; en el que no triúnfa el mejor para el puesto, sino el que aguanta más la presión y aprende a aprobar el examen. Hay que competir con miles de personas, todos metidos como borregos en unas naves inmensas en las que se pasa frío, calor, nervios y miedo, sentados en unas estúpidas sillas plegables a unas mesas ridículas que casi siempre cojean. Hay que esperar luego la benevolencia del Tribunal, (palabra que suena a todo lo más temible, como la Inquisición o la Justicia implacable que cae ciega sobre el inocente),  y sobre todo hay que esperar con paciencia las pocas noticias, siempre hurtadas y escondidas, que van llegando sobre cuándo habrá un resultado. Y si al final este es negativo, hay que reparar luego la autoestima destrozada y decidir si seguimos en el empeño o no. En este proceso se van años. He visto personas desencantadas después de dejarse la juventud en una mesa de estudio y no lograr su objetivo, ir probando de Juez a Técnico, a Administrativo, hasta llegar a conseguir un puesto de Auxiliar. La injusticia de no poder encontrar directamente un trabajo sabiendo que se es perfectamente válido para ello sin pasar por este calvario, sólo por haber estudiado una carrera de letras, y no Económicas, o Derecho, es algo que nunca he digerido.
Este sufrimiento es el que enarbolan todos los que dicen a aquellos que nos critican por nuestros privilegios: "que hubiera hecho una oposición..." Como si la injusticia de la selección pudiera justificar nuestras muy especiales (hasta ahora) condiciones laborales. Ni lo uno ni lo otro: no creo en el modo de ingresar en la función pública ni creo que todo ese horror justifique que nos creamos superiores al resto de la población activa española. Tampoco creo en el modo en que funciona la Administración, en su anquilosamiento, en su falta de agilidad, en su excesiva burocracia, en la nula motivación de sus trabajadores, que no pretende en la mayor parte de los casos dar un servicio público, sino cumplir el horario con justeza y salir pitando a casa.
No voy a ponerme estupenda y decir que no me alegro de tener un horario cómodo, un montón de días libres (ahora ya no), vacaciones para repartir a lo largo del año, un trabajo "relativamente" relajado...y la seguridad (al menos por ahora) de no perderlo, y además estar bien pagada por todo ello. Pues claro que me parece muy bien. Ya que he llegado hasta aquí asumo el modelo, porque cambiarlo es muy difícil salvo en el propio trabajo de cada día, intentando hacerlo lo mejor posible, eso siempre, y siendo honesta conmigo misma y con los demás, jefes y compañeros. No está en mi mano reformar la estructura de la Administración, eliminar cargos políticos para que la imparcialidad que da sentido y origen a la función pública se mantenga intacto y repartir los medios para optimizar los resultados. Eso depende de otras personas con mucho más poder e influencia que yo.
La especial idiosincrasia del trabajo de los funcionarios, sin embargo, es muy positiva en otros aspectos. Y a esto me quiero referir. Porque precisamente la flexibilidad de horarios y las tardes libres nos permiten, a quienes no nos dedicarmos a este oficio de forma vocacional, aunque lo hagamos dignamente (de todo hay en la viña del señor, y conozco algunos funcionarios que disfrutan con su trabajo y se sienten muy realizados con él; tienen mi respeto) tener otra vida, la real, la que de verdad nos ocupa, nos llena y nos interesa. Es ahí donde a veces surge la genialidad.
Estos últimos días he sido testigo de ello. Una compañera nos ha mostrado su trabajo, un precioso trabajo artesano,  hecho a mano y con todo el amor posible. Unos objetos maravillosos, perfectos, únicos... primorosos, como los que añoraba en otra entrada de este blog ("Lo bien hecho bien parece") Me pregunto, y pregunto a mi compañera, pero ¿tú qué haces aquí, cuando tu sitio está al lado del costurero? Deberías dedicarte sólo a esto...Y luego reflexiono y me doy cuenta de que detrás de muchos de nosotros late otra persona diferente a la que vemos cada mañana: creativa, llena de intereses y de posibilidades...En alguna ocasión, esta vis cobra potencia y rompe el molde rígido de la función pública, y así han surgido portentos como Almodóvar o Muñoz Molina, que seguían ocupando su puesto administrativo mientras desarrollaban esa otra faceta que  al final y definitivamente ha ocupado el lugar que merecía. En estos ejemplos gigantescos pienso mientras robo minutos a mi otra tarea, la de madre, que me ocupa casi toda la tarde y parte de la noche, para escribir en este blog que leen cuatro gatos y mandar correos a todas las editoriales que se me van ocurriendo ofreciéndoles mis trabajos.
Me encantaría que mi amiga pudiera hacer sólo lo que le gusta, que pudiera expresar su fantástico sentido estético, su sensibilidad, todo lo que siente, a través de sus pequeños animalitos decorados. Como me parecería estupendo que otra de nuestras compañeras pudiera dedicarse a grabar discos y dejar que todo el mundo conozca su preciosa y  afinadísima voz. Como me gustaría poderme dedicar yo misma  a lo que toda la vida he querido hacer, abandoné durante un tiempo y ahora he retomado con brío y con ilusión: escribir. Me gustaría que hubiera cada vez más casos de "funcionarios geniales": aquellos que se atreven a romper el molde, que salen del armario de la Administración y se reconocen a ellos mismos como seres especiales, paso previo para que todo el mundo les reconozca también su valía, y por fín puedan mostrar lo que llevan dentro.
Pero aún me gustaría mucho más otra cosa: que no hubiera que dar un paso atrás para luego adelantarse; que no fuera necesario encerrarse con expedientes para luego salir a la vida real; que cada uno pudiera dedicarse a lo que de verdad le importa, y convertir su "afán (con el sentido que Landero da a la palabra en su primera novela y que le persigue en todas) en su profesión, en su medio de vida; ganarse la vida con lo que de verdad es "lo nuestro", lo propio e intrínseco de cada uno.

(Va por tí, Raquel).
 

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