Siempre he insistido en que este blog no era un blog de actualidad, y que no me apetecía hacer en él referencias a las noticias más recientes, ni a la política, ni a nada de lo que se suele leer en los diarios o ver en las noticias de la tele o escuchar en los informativos de la radio. Voy a saltarme mi regla, (que como todas tiene su excepción), aunque solo relativamente.
Hace ya muchos meses que cada vez que recibo la información sobre lo que está pasando en el mundo, y más concretamente en mi Comunidad, me sepultan los escombros. Literal y metafóricamente.
Literalmente, porque en las imágenes de la tele veo todos los días la destrucción que causan las guerras, arrasando ciudades, hospitales, escuelas, edificios, países enteros. Cadáveres enterrados entre los escombros grises del cemento y el polvo; esqueletos de edificios en los que nadie ya puede vivir y cobijarse, ni estudiar, ni curarse. Esqueletos, casi, también, de niños hambrientos y pueblos enteros que no tienen con qué alimentarlos. Drones que sueltan fuegos, y no precisamente artificiales, aunque en la oscuridad del cielo nocturno se parezcan un poco a esas fantasías lumínicas tan festivas. Nada más lejos: no traen fiesta ni alegría, sino muerte y dolor. Ejércitos exhaustos desplazándose por campos abandonados a su suerte por sus antiguos pobladores, que han huido intentando escapar de la violencia y el miedo. Desfiles de aparatos de guerra que solo sirven para conculcar los derechos más básicos de la Humanidad, a uno y otro lado de los frentes.
Y esas imágenes pertenecen a las guerras mediáticas, las que interesan a las economías occidentales, a las Bolsas, a los Bancos internacionales. De otros conflictos, como algunos endémicos en África, apenas nos llegan noticias cuando las ONG de turno nos llaman para pedirnos una contribución en metálico que palíe mínimamente los destrozos que están causando. Escombros, escombros...que sepultan la mirada y el corazón con sus capas sucias y tristes.
Pero hay otros escombros, menos evidentes, más metafóricos: los que nos inundan los oídos cuando llegan las noticias "de nuestra Comunidad" en la radio, que se componen básicamente de las pullas y acusaciones (cuando no insultos) que los partidos políticos de gobierno y oposición se tiran a la cara, pretendiendo que de ese modo defienden nuestros intereses. Deben pasarlo muy bien en esos Plenos, Comisiones y Sesiones de control en los que no hablan más que de sus miserias; si no, digo yo que cambiarían el chip y empezarían de verdad a comentar lo que pasa en nuestros pueblos y ciudades, lo que realmente nos importa a los ciudadanos.
¿Dónde queda la realidad, la auténtica actualidad que vivimos las personas de a pie diariamente? Sí, es cierto que a veces se escapa alguna noticia distinta, pero siempre con cierto halo de escándalo; siempre con un buen tomo de carnaza en la que hincar el diente sensacionalista. Hasta el tiempo se ha convertido en un espectáculo. El cambio climático nos trae temperaturas y fenómenos atmosféricos que no son propios de los días en que estamos, al menos no lo eran en las últimas décadas. Ya lo sabemos y estamos casi resignados a soportar cuarenta grados en primavera, si entre todos no ponemos remedios efectivos que palíen estos desarreglos meteorológicos. ¿Realmente es necesario añadir un dramatismo efectista a la constatación de los hechos? No lo sé; a mi me agota.
Sé que no es posible, pero me encantaría que las noticias (sobre todo las locales) relataran lo que sucede a nuestro alrededor, en la calle, en las comunidades de vecinos...por ejemplo: "en la ciudad x ya se ha abierto la temporada de piscinas y da gusto ver a las familias en bañador disfrutando de lo lindo"; o "los alumnos de primaria están celebrando sus funciones de fin de curso con el consiguiente alborozo y la alegría de sus familiares"; o "los paseantes diarios cambian su costumbre y estos días las calles se llenan de matrimonios jóvenes que salen a caminar a última hora de la tarde"; o "una vez terminada la PAU, los chavales invaden los parques y da gusto verlos pasarlo bien"; o "¿Por qué están levantando la acera de mi calle, si estaban las losetas nuevas?"; o "en el barrio han cerrado dos bares pero han abierto tres tiendas de moda, cinco de reformas de cocinas y un restaurante"; o "se nota que el paro ha descendido porque ya no veo por las mañanas en el ascensor a mis vecinos jóvenes con la carpeta de la Uni, sino con un maletín de ordenador"; o "cada vez veo más personas mayores acompañadas de cuidadores paseando por el parque"; o "ya han vuelto las golondrinas a sus nidos en mi edificio"; o "hay que ver cómo cantan los mirlos de madrugada"; o "qué de amapolas han nacido entre los viñedos este año con tanta lluvia"; o "este domingo estaba la iglesia llenita de niños y niñas de Comunión, qué guapos y contentos ellos y sus familiares"; o "se nota que entramos en temporada de bodas, hay que ver los escaparates de las tiendas qué bonitos los han puesto con los trajes de fiesta"; o "se están vendiendo muchos más esmaltes de uñas, se nota que llega la temporada de sandalias"; o "qué bien, llega la temporada de cerezas, qué ricas están este año"; o "vaya lata que tenemos ya todos los fines de semana con el ruido de los conciertos hasta las tantas en el recinto ferial"...
Todas estas cosas son mínimas, nimias y de andar por casa; pero no por ello son menos importantes. Al contrario. Forman parte de nuestra vida, de la vida de todos los días. Es lo que nos afecta, lo que tiene trascendencia para nosotros. Y nadie lo cuenta. Sólo nos echan escombros, ripio, basura, y además a gritos, avasallando, invadiendo nuestro espacio.
Estoy al día de la actualidad, vivo en el mundo y no soy de las que esconden la cabeza como el avestruz, al contrario; pero por pena y por asco, hace ya tiempo que evito leer, escuchar o ver las noticias en directo. Procuro seleccionar el medio, el momento y la cantidad.
Y rebusco entre los escombros, a ver si ha nacido alguna flor.