Cambio de tendencia
De nuevo aquí, escribiendo una entrada más en este blog que lleva publicándose casi seis años, madre mía quién lo diría...y que de vez en cuando echo en el olvido pero no me resisto a mantener, animada sobre todo por vuestros comentarios (aunque esporádicos, alentadores y entusiastas) y también porque es una forma de reflexionar sobre lo que nos rodea, que para eso fue concebido. Reflexionar, algo siempre tan necesario y a veces tan difícil de conseguir en este mundo de locos que vivimos todos...
En este mundo complicado y caleidoscópico en el que nos tenemos que mover a diario, como peces llevados por distintas corrientes que nos arrastran y nos desorientan. Y en este frenesí de idas y venidas nos cruzamos continuamente con otros seres, atribulados como nosotros, que también llevan los ojos abiertos por el asombro o la duda o el miedo, y quizá desgarros en la piel y pérdidas en el alma. Y en el torrente del acontecer cotidiano vamos recibiendo a unos y despidiendo a otros, coincidiendo con algunos quizá un tiempo breve, en el que apenas nos de lugar a reconocernos; y compartiendo viaje con otros durante largos lapsos de nuestra vida, en los que contemplamos mutuamente cómo sufrimos, gozamos, caemos y nos levantamos.
Así, aunque nos parezca que los pensamientos y las emociones son permanentes, que nos mantenemos firmes en nuestros pareceres, la verdad es que ese devenir nos convierte en seres cambiantes, e introduce en nuestro entorno continuamente aspectos nuevos que nos mueven a ver la realidad de otro modo. Pero el filtro de colores, claros u oscuros, brillantes o apagados, está puesto en nuestra forma de mirar.
Hace muchos años me cruzaba prácticamente a diario con una mujer de mi edad, atractiva, elegante y bajo mi punto de vista displicente y soberbia. Prácticamente no nos saludábamos, aunque compartíamos motivos para hacerlo y nos conocíamos de sobra. Yo la consideraba francamente antipática. Hasta que cambió el filtro y la vi de otro modo. Por una de esas circunstancias de las que hablaba tuve que visitar su casa, y la vuelta a la mía se iba a producir en unas condiciones para mí bastante penosas. Pues bien; tanto ella como su marido me ayudaron de un modo desinteresado y sincero que no olvidaré, y a partir de ese momento se creó entre nuestras familias una relación de amistad sincera y jubilosa. Nada de antipatía ni de soberbia. Más bien prisa, o timidez, o cualquier otro motivo era el que hacía que esa persona no me saludara hasta aquel momento. Pero afortunadamente sucedió algo que cambió la tendencia.
Como este caso he vivido infinidad; muchas veces en nuestras relaciones con la gente que nos rodea surgen malentendidos, resquemores, desconfianzas...aun entre las personas a las que apreciamos sinceramente. Y al contrario, de vez en cuando algo hace que aquellos a los que no miramos con agrado nos presenten una cara distinta, más amable, más cercana, incluso afectuosa...Pero lo más importante es que casi siempre todo está condicionado por la predisposición a favor o en contra que sentimos hacia el interlocutor al que nos dirigimos.
Me explico: si en vez de considerar una estirada a esa mujer con la que me cruzaba a diario yo hubiera hecho la intención de saludarla con una sonrisa, probablemente ella hubiera reaccionado de un modo tan amigable como lo hizo después. Era mi propia actitud la que hacía que esta persona se comportara siguiendo el patrón que yo le había marcado.
Me ha ocurrido a menudo que cuando pienso que alguien está enfadado conmigo o que he herido a alguien con mi forma de actuar, al dirigirme a esa persona voy a la defensiva; me pongo en modo agrio y agresivo y eso provoca el disgusto o el malentendido entre ambos, cuando es posible que no existiera tal enojo ni herida. Y en cambio, si frente a alguien huraño o esquivo he sido capaz de esbozar una sonrisa y decir una palabra amable, muchas veces se ha vuelto la torna y de repente he descubierto un lado risueño y cálido en quien creía lejano y displicente.
No estoy descubriendo nada nuevo, desde luego; cualquiera que haya hecho una mínima incursión en los temas de gestión emocional sabe que esto es así. Pero me quiero parar a reflexionar sobre ello aquí porque aunque la teoría nos suena a todos, lo difícil es ponerla en práctica. Pero a poco que lo intentemos, nos daremos cuenta de que es automático: lo bueno puede volverse malo con un simple gesto torcido, y lo malo puede esfumarse con una simple sonrisa. (Que por otro lado, parece que se venden muy caras; hay que ver qué poco sonreímos con lo fácil y agradable que es).
Últimamente yo misma he experimentado varios "cambios de tendencia".
Uno se ha producido en mi entorno. He dejado de encastillarme en el resquemor y la ira; he procurado ser amable, comprensiva, afectuosa incluso. He cedido y negociado. He sido sincera y reconocido mis errores. Y he recibido, de vuelta, actitudes muy positivas que ya no esperaba encontrar nunca en algunas personas. Un auténtico cambio que espero que se mantenga si de mi actitud depende...!
El otro se ha dado dentro de mí misma. Después de sufrir uno de esos terremotos emocionales (náuseas en el alma, los llamo yo) que provocan en el ánimo las malditas hormonas de la madurez, y estar varios días rumiando mi malestar, de repente, harta ya, decidí que se acabó; a partir de ese momento en que tomé conciencia de que nada iba tan mal como para sentirse así, decidí comenzar a disfrutar de lo que se me estaba brindando y reírme y gozar con la vida y con las pequeñas cosas que tanto me alegran y me satisfacen.
Procuro hacerlo cada vez que me ocurre. Quizá no siempre lo consiga del todo, pero me siento mucho mejor si lo intento.
Así que lanzo un propósito, ahora que se acerca la época de las buenas intenciones: "¡Cambiemos la tendencia!"
Estupendo artículo, tan positivo como difícil de llevar a cabo. Cuando te has pasado media vida pensando que toda la culpa del comportamiento de los demás era tuya y de pronto caes en la cuenta de que no ... desarrollas un escudo protector difícil de arrancar. No más daño, no más heridas y cierto grado de misantropía. Gracias Ana por estas reflexiones tan hermosas, como bien dices, no siempre se consigue pero hay que intentarlo, poner de nuestra parte siempre, eso es estar un poquito más cerca de la felicidad.
ResponderEliminar