Inventario

Seguramente hay en todas las casas objetos, enseres, que no se utilizan con frecuencia. Suelen estar guardados en cajones poco accesibles o en armarios que casi nunca se abren. Cuando yo era pequeña, pero no tanto como para no poder quedarme sola unos minutos mientras mi madre salía a algún recado, me encantaba descubrir esos tesoros ocultos. Recuerdo cómo abría con cuidado el último cajón del mueble del salón donde ella guardaba manteles y paños de cocina sin estrenar, llenos de dibujos de colores, que a mí me encantaban. Los "reservaba" allí un tanto escondidos mientras los de diario estaban aún en buen uso. Y a mí me gustaba llenarme la vista con esos diseños alegres que parecían para un día de fiesta y deleitarme con el olor de la tela nueva. También disfrutaba revisando los cacharritos que se recogían tras los cristales translúcidos de color miel que cerraban las vitrinas de ese mismo mueble: copas, bandejas, tacitas, vasitos minúsculos y delicados, bomboneras de cristal que nunca se habían utilizado para su verdadero propósito...y que estaban allí encerraditos, ocultos, y parecía que se alegraran de que yo abriera su escondite y les diera por fin la luz. Era como si cada vez que se abría la puerta de cristal fuera la primera vez que contemplaba esos objetos preciosos.
En el salón de mi casa actual también hay un mueble con vitrina en el que guardo copas, tazas,  menaje que no utilizo a diario: el más bonito, el más valioso, el que más me gusta. Solía limpiarlo con cierta asiduidad, pero últimamente se me había ido pasando el tiempo y el polvo se acumulaba en los estantes de cristal. Aprovechando que había que recoger lo que se había utilizado en la última reunión familiar, decidí vaciar todo, limpiarlo y hacer inventario. Repasar esos objetos de uso infrecuente me resulta casi tan delicioso como contemplar los que había en mi casa familiar. Me gusta recordar que están ahí colocados, ordenados y esperando que los rescate y los luzca una vez más. Me gusta ser consciente de que a mi alrededor hay cosas bellas que puedo utilizar en cualquier momento que desee y que me harán disfrutar observando cómo hacen cambiar la mesa en la que he escrito, estudiado...y convertirla en algo especial y bello.
Sin embargo, a veces pienso con cierto remordimiento si el deleite que me produce realizar ese repaso de mis objetos preciados podría compararse a la felicidad de los avaros que salían en los cuentos repasando una y otra vez las monedas que sacaban de una bolsa sobada y mugrienta...Pero no; de ninguna manera el sentimiento es el mismo. A aquellos tipos ruines les movía el egoísmo, y a mí me mueve el afán de rodearme de belleza.
Ya comenté en este blog, creo que en la entrada "lo auténtico", cómo disfruto cuidando las cosas. Y que al hacer el cambio de armarios cada temporada, las prendas que de repente salen de nuevo a la luz adquieren el viso de lo nuevo, lo sorprendente, porque antes de guardarlas las he repasado, arreglado, y están relucientes y hermosas. Cada vez que tengo que guardar lo que no me voy a poner durante los próximos meses  desecho lo ajado, lo deslucido, lo mustio. Es algo un poco "zen", creo yo, ahora que se lleva tanto el interiorismo japonés. Pero es cierto que el desterrar de mi lado las cosas gastadas me hace sentir tranquila y en paz. Y esa sensación aumenta al contemplar lo que guardo: lo bello. (Vamos, dentro de un orden; a ver si va a parecer que me visto de Carolina Herrera...)
Pero hay muchas más cosas a nuestro alrededor, y más importantes y valiosas que los objetos,  que pueden llenar de dicha nuestro espíritu y ensanchar nuestro corazón. Esas son las que debemos buscar a diario para tener un tesoro que nos acompañe y nos haga más fácil el camino. Y podemos encontrarlo en cualquier lugar y momento, cuando menos lo esperemos, siempre que seamos atentos y receptivos. La mayoría nos las proporciona la Naturaleza, que aunque nos empeñemos en alejarla de nosotros siempre insiste en ofrecernos regalos, para la vista, para el oído, para el olfato, para todos los sentidos: también en las ciudades amanece, y las hojas del otoño vuelan, y se forman arcoíris en los charcos de las aceras como piedras brillantes. Y se escucha a los pájaros al borde del alba, y la lluvia martilleando insistente sobre el asfalto. Y se percibe el aroma de flores de manzanilla y anís entre los setos que rodean los edificios de viviendas. Y el viento frío del invierno nos despeja el rostro y borra la tristeza. Pequeñas delicias que decoran nuestra vida y que podemos recordar haciendo inventario, repasando cada momento en que nos han sorprendido por su pureza, su maravilla y lo inesperado de su presencia. 

 
 

Comentarios

  1. Comparto contigo ese disfrute secreto de las pequeñas cosas, ya sean materiales o las que nos ofrece a diario la naturaleza (que puede haber más sublime para los sentidos que respirar el aire de la tierra mojada después de un buen aguacero!!) y me da que pensar esa moda actual de tener las viviendas exentas de todo detalle "cutre" (?). El "menos es más", nada de "cacharritos" que no valen para nada, un par de jarrones zen enormes y ya está, todo esterilizado, como enormes quirófanos impersonales. Yo, cuando veo una casa así me digo: -Qué bonito, qué limpio!- y luego me pregunto: -¿sería feliz en un ambiente tan aséptico?.
    Nuestras casas y las de nuestros padres se fueron haciendo con pequeños retazos de vida, de viajes, de coleccionismo, de curiosidades, ... rodearnos de todo ello, sacarlo, limpiarlo, tocarlo una vez al año, como tú bien dices, nos hace enormemente felices.
    Lo siento por extenderme tanto, me ha gustado muchísimo la delicadeza con que expresas esas pequeñas cosas. Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por estar siempre ahí! :)

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Los Pasos de la Primavera

¿Tristeza del bien ajeno o pudor del propio?

Alimentarse, comer y "la tontería"