Usar y Tirar
¡Ya noviembre, y sin haber escrito nada desde hace un montón de tiempo...! Los pocos lectores que tengo pensarán que me he aburrido de mi blog y lo he arrumbado a un lado como a un trasto viejo y sin interés, abandonando a mis "fieles seguidoras" porque ya no tengo nada que contarles.
Pues no, tengo mucho de que hablar; lo que me falta es un ratito de tranquilidad y una buena infusión al lado que me inspire y me relaje para que las palabras salgan como yo quiero y pueda expresar todo lo que continuamente me va rondando por la cabeza. Porque estos artículos son el resultado de muchas horas de pensamiento, de interioridad, de reflexión y de exploración del mundo y de mi propia visión de las cosas: parcial, parcialísima. Pero que me gusta compartir con todo el que quiera leerlos.
Hay varios asuntos que me tienen dándole al magín todo este tiempo que no he aparecido por el "aire" cibernético. Pero vayamos por partes, como decía Jack el Destripador. Aquí y ahora me ocupa uno de ellos.
Cuando cambian las estaciones (las del tiempo) yo sigo manteniendo la costumbre, anticuada y nostálgica, de las "grandes limpiezas generales". De repente me entra un furor de tornado y me gustaría llevarme en un giro, como el rabo de nube de Silvio Rodríguez, todo lo feo. Así que me pongo en acción. Este otoño tocaba limpiar unos cojines de colores que me costó mucho trabajo encontrar (ya se sabe: cuando buscas algo naranja, se llevará el verde; si buscas marrón, se llevará el morado. Y de vez en cuando, se da la feliz casualidad de que justamente el color que quieres es el que llena las tiendas. Por eso hay que andar ojo avizor...para pescar la ocasión!) No es que sean gran cosa, no son de seda salvaje ni de otomán ni de moaré ni de damasco... son sintéticos y vulgares, pero son perfectos para el lugar que ocupan. Y como no caben en la lavadora, los bajé a la tintorería.
Allí la dependienta, muy amable, me comentó que con lo caro que me iba a salir limpiarlos, bien podía comprar unos nuevos. "No, es que no quiero otros; quiero estos, que tanto trabajo me ha costado encontrar". Ella insistía: "A lo mejor no quedan bien..." Pero ante mi resistencia, accedió a admitírmelos y hacer lo que pudiera. Finalmente, pues, conseguí que los cojines quedaran limpios, preparados para luchar contra los odiosos ácaros y eso sí, un poquito (sólo un poquito) más pálidos que antes. Me salí con la mía: no tiré lo que estaba empeñada en conservar.
Algo similar me ocurre con la ropa. No sé si ya lo he comentado en otra entrada del blog, quizá de pasada; me encanta esa sensación tan agradable de preparar con mimo y cuidado las prendas para guardarlas en el fondo del armario, donde esperarán a que dentro de unos meses llegue de nuevo su turno de lucirse pletóricas y radiantes, como si las estrenáramos de nuevo. Esta labor hace unos años era menos complicada. Ahora se vuelve un trabajo de chinos: todos los instrumentos son pocos para luchar contra la obsolescencia programada del textil. La máquina de quitar bolitas; el cepillo rodante que atrapa en su goma las pelusas; el detergente para los "delicados"; los programas de lana o lencería; la plancha de súper vapor... hay jerseys preciosos que se resisten a quedarse con nosotros y muestran una tendencia suicida e irrefrenable a introducirse en los contenedores de ropa usada (ilegales, por supuesto) que están por todas partes. Hay camisas que inexplicablemente amarillean o se deshacen poco a poco ante nuestros incrédulos ojos. Tengo que reconocer que no compro en las tiendas de alta costura, pero vamos, tampoco lo hago en "los chinos"...y aún así, da igual. (De hecho, a veces alguna prenda muy barata me ha durado eternidades, mientras que otras mucho más caras se estropeaban desde el mismo día de su primera puesta).
Y es que, por mucho que me empeñe y que quiera conservar las cosas que de verdad me gustan, que he comprado convencida y que al llegar a casa aún me parecen más bonitas, tengo que afrontar la realidad: vivimos en un mundo de usar y tirar. (Tampoco es que yo esté al borde del síndrome de Diógenes; al contrario, soy poco dada a acumular trastos inútiles, pero hay ciertos objetos que me gustaría tener para siempre. Recuerdo una camiseta de algodón que me compraron con catorce años y que he tirado hace poco por recomendación de toda mi familia; tenía algún agujerito, pero los colores estaban intactos). Es el mundo del capitalismo feroz, que nos empuja a comprar sin freno y casi inmediatamente tirar lo adquirido, porque se ha estropeado o porque ya no está de moda. Las fábricas asiáticas echan humo produciendo objetos sin reparar en su buena o mala terminación: importa la cantidad, no la calidad. Sobre todo, en las franquicias de ropa juvenil, que cambian continuamente sus colecciones para que los chavales (que además no suelen tener ni un duro) gasten dinero durante todo el año en prendas que les durarán un suspiro, pero qué más da, si las pueden sustituir por otras más actuales. Pensemos en el gran monstruo: Ikea. Todo el mundo hace chistes sobre estos almacenes, pero en la mayoría de las casas que se instalan hoy en día el mobiliario se ha comprado allí. Y los enseres de cocina, y los detalles de decoración... Comprar calidad hoy en día se ha vuelto tremendamente caro. Y poco práctico. Si todo en nuestro mundo es provisional, ¿para qué pensar en objetos duraderos?
Sí, provisional. Todo parece serlo. Algunas cosas, a nuestro pesar, como los trabajos. Otras, parece que por elección voluntaria: las relaciones humanas. Y esto es lo verdaderamente preocupante; lo anterior es una mera anécdota.
Leo en el periódico un artículo sobre una nueva aplicación para móvil, Tinder. Exponen sus pros y sus contras. Afirman que en el futuro las personas buscarán sus relaciones sentimentales no mirando a su alrededor, sino la pantalla del móvil, en la que aparecen las fotos de todo aquel que se postule como "elegible", y ya está: sólo tenemos que seleccionar la que más nos guste. Evidentemente, esta aplicación se usa sobre todo para ligar. Los comentarios de las personas que la habían probado eran ilustrativos: las primeras semanas "no paraban". Tenían citas todos los días. Estaban "usando y tirando" personas. Las relaciones humanas, que aunque se centren solamente en puro sexo no dejan de serlo, se convierten así en un mero acto consumista más. Y como tal, cuanto más cambiemos, mejor. Cuantas más citas, mejor. Cuanto menos duraderas, mejor. (Y además, combinado con el rey del siglo XXI: el dispositivo electrónico. Qué más se puede pedir...)
Esta aplicación es la exacerbación de una realidad más discreta pero que ha calado ya muy profundamente en la sociedad. Los hombres y mujeres de nuestros días no consideran sus relaciones como algo "perdurable", y por lo tanto tampoco "invierten" mucho en ellas. En este caso no hablo de un gasto pecuniario, sino en esfuerzo, en generosidad y en compromiso. Los sentimientos de largo recorrido no tienen cabida; son muy "caros". Y además ocupan un hueco que "apetece" más llenar con esas otras emociones baratas que no nos van a requerir el esfuerzo de cuidarlas. ¿Qué pasa entonces con las personas que no están dispuestas a someterse a esta dictadura consumista de sentimientos? Supongo que en algún momento coincidirán con otras que no hayan querido entrar en la rueda... confío en el ser humano, y estoy segura de que el amor, en toda la extensión de la palabra, no pasará nunca de moda.
Por mi parte, tengo la suerte de poder ir conservando cosas y personas. Para conseguirlo me esfuerzo todo lo que puedo. Las cosas me importan menos, aunque algunas tienen un gran contenido afectivo y por eso pongo gran empeño en mantenerlas conmigo. Las personas son lo que más me importa. Y con ellas me vuelco. Seguramente podría hacer más; sin duda cometo errores y provoco heridas. Pero todavía hay algunas que siguen a mi lado. Las imprescindibles. Las que nunca, nunca, tiraría, por muy usadas que estén.
Sí, provisional. Todo parece serlo. Algunas cosas, a nuestro pesar, como los trabajos. Otras, parece que por elección voluntaria: las relaciones humanas. Y esto es lo verdaderamente preocupante; lo anterior es una mera anécdota.
Leo en el periódico un artículo sobre una nueva aplicación para móvil, Tinder. Exponen sus pros y sus contras. Afirman que en el futuro las personas buscarán sus relaciones sentimentales no mirando a su alrededor, sino la pantalla del móvil, en la que aparecen las fotos de todo aquel que se postule como "elegible", y ya está: sólo tenemos que seleccionar la que más nos guste. Evidentemente, esta aplicación se usa sobre todo para ligar. Los comentarios de las personas que la habían probado eran ilustrativos: las primeras semanas "no paraban". Tenían citas todos los días. Estaban "usando y tirando" personas. Las relaciones humanas, que aunque se centren solamente en puro sexo no dejan de serlo, se convierten así en un mero acto consumista más. Y como tal, cuanto más cambiemos, mejor. Cuantas más citas, mejor. Cuanto menos duraderas, mejor. (Y además, combinado con el rey del siglo XXI: el dispositivo electrónico. Qué más se puede pedir...)
Esta aplicación es la exacerbación de una realidad más discreta pero que ha calado ya muy profundamente en la sociedad. Los hombres y mujeres de nuestros días no consideran sus relaciones como algo "perdurable", y por lo tanto tampoco "invierten" mucho en ellas. En este caso no hablo de un gasto pecuniario, sino en esfuerzo, en generosidad y en compromiso. Los sentimientos de largo recorrido no tienen cabida; son muy "caros". Y además ocupan un hueco que "apetece" más llenar con esas otras emociones baratas que no nos van a requerir el esfuerzo de cuidarlas. ¿Qué pasa entonces con las personas que no están dispuestas a someterse a esta dictadura consumista de sentimientos? Supongo que en algún momento coincidirán con otras que no hayan querido entrar en la rueda... confío en el ser humano, y estoy segura de que el amor, en toda la extensión de la palabra, no pasará nunca de moda.
Por mi parte, tengo la suerte de poder ir conservando cosas y personas. Para conseguirlo me esfuerzo todo lo que puedo. Las cosas me importan menos, aunque algunas tienen un gran contenido afectivo y por eso pongo gran empeño en mantenerlas conmigo. Las personas son lo que más me importa. Y con ellas me vuelco. Seguramente podría hacer más; sin duda cometo errores y provoco heridas. Pero todavía hay algunas que siguen a mi lado. Las imprescindibles. Las que nunca, nunca, tiraría, por muy usadas que estén.
Acertadísima la comparativa: prendas de usar y tirar con relaciones de usar y tirar, este es el futuro pero también ya el presente. El otro día oí decir que en esos inclasificables almacenes Primark los artículos permanecen sólo una semana, pasada ésta, todo se retira y se trae mercancía nueva. El comentario era más o menos así: "ya sabes, tía, o lo pillas el día que vas o ya no lo pillas". La ropa ni siquiera te va a dar la oportunidad de guardarla para la temporada siguiente, ni siquiera podrás lavarla, se irá solita al contenedor.
ResponderEliminarUna amiga me contó que una compañera de trabajo disponía de una aplicación en el móvil que te avisaba cuando un chico, también inscrito en la base de datos, se cruzaba con ella por la calle. Entonces se miraban y si se gustaban quedaban "en tu casa o en la mía" o en un hotel. El compromiso era de una sola noche y no se solía repetir. La compañera presumía de que no le había faltado "rollito" ninguna semana. Cuando mi amiga le preguntó qué hacía si el chico le gustaba mucho, la otra le dijo que se aguantaba, que ni mucho menos eran citas para comprometerse.
No hay palabras, tú lo has explicado maravillosamente.
Sí, esa es la aplicación a la que me refería...la otra noche pusieron por la tele una película (La Lista) en la que se narraba algo similar. Una pregunta: ¿de dónde sacan los críos el dinero para comprar en Primark?
EliminarCada entrada mejor que la anterior. Espero haber heredado esa capacidad para escribir, junto con tu pensamiento crítico y reflexivo que rara vez defrauda al lector.
ResponderEliminarEl esporádico Canadiense :)
Creo que tienes esas capacidades y otras muchas que yo no poseo. No se si las has heredado o si las has construido tu solo. En cualquier caso, el resultado es maravilloso.
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