Emoción, nostalgia y goteras
Los niños pequeños amasan las
notas con sus manitas como si fueran trozos de miga sin cocer. Las trabajan,
las moldean, y surgen del piano como panecillos tiernos y blancos. Los chicos
mayores, con las espaldas erguidas, hacen volar sus manos sobre el teclado y
convierten la música en un suave pañuelo que nos envuelve y nos acaricia. La
carita de expectación de los pequeños es contenida y resguardada por el aplomo
de los mayores que los acompañan. El
alma brota del instrumento mientras en el aire se mezclan los sonidos
haciéndonos soñar. Y yo me emociono, una vez tras otra, una vez tras otra.
¿Por qué cuando nos vamos
haciendo mayores nos asalta la emoción y la lágrima tan fácilmente? De pequeña
me sorprendía que a mi padre se le quebrara la voz recordando sucesos pasados,
historias de la familia o sentimientos propios. Casi me daba un poco de
vergüenza ajena. Luego, en las innumerables funciones escolares, fui yo la que
necesitaba del pañuelo para esconder mi sentimiento desbordado. Pero esa era
otra emoción, más visceral, más pura, más inmediata, la llamada de la propia
vida. Ahora me emocionan muchas más cosas, que no me atañen personalmente, que
me son ajenas en un principio, pero que me conmueven profundamente. Como la
belleza, la ternura, la ilusión. Pienso que quizá se deba al recuerdo de otras
emociones anteriores, al sentimiento de algo ya vivido, de algo ya sentido con
intensidad, que ya ha vibrado antes en mi alma. La emoción de hoy me trae la de
ayer y la revive, y por eso se me sube a la cara como un sofoco y me hace
esconderme avergonzada de las miradas de los demás. Es un sentimiento teñido de
nostalgia, la alegría de revivir lo que ya me hizo feliz una vez.
Nostalgia… Ese sentimiento delata
casi siempre la edad de la persona que lo experimenta. Ignacio Elguero, director del programa La
Estación Azul de RNE, poeta y ensayista, debe tener exactamente mi edad (por los
comentarios que ha hecho en alguna ocasión). Y últimamente escribe sobre
pequeñas cosas del pasado, del suyo que, obviando las diferencias, también en
gran medida es el mío. En 2014 publicó una novela sobre una mujer que vuelve a
su hogar de juventud y encuentra en su cuarto lo que fueron “sus” años ochenta,
porque los ochenta resultaron para cada uno de nosotros muy diferentes y
tuvieron muy distintas connotaciones. Ahora ha escrito un ensayo sobre las “Cosas
que ya no” hacemos, decimos, existen…¡Ay, Ignacio! Te declaras mayor recordando,
te puede la nostalgia... Como a mí y a los de nuestra generación, cuando nos
quedamos embobados recordando aquellos objetos, sabores, olores…y sobre todo,
costumbres, de un mundo que fue el nuestro pero que ahora ya no lo es, porque
nuestro mundo debe ser el que habitamos hoy, si es que queremos sentirnos
vivos. Sí, ya sé que la anterior entrada de este blog abogaba por los libros de
papel, y que según parece ese es un objeto en vías de extinción…bueno, aún está
muy presente por todas partes, aún es “de hoy”. Lo mismo desaparece primero el
ebook, quién sabe…Así que debemos guardarnos para nosotros esos recuerdos, esas
ilusiones vividas hace tanto tiempo, como dulces en una pequeña bombonera que
sólo se abre en muy contadas ocasiones y en presencia de personas muy
especiales.
La otra prueba irrefutable de que
estamos en el Ecuador de la existencia son las “goteras”. La nuestra es la “Edad
de la Gotera”. Todos llenos de achaques: problemas pequeños, afortunadamente,
pero latosos, que nos tienen emparchados de cuando en cuando yendo al médico y
haciéndonos montones de pruebas que (oh, nostalgia) hace años hubieran sido
innecesarias: después de escucharnos y a simple vista, el médico habría dictado
un diagnóstico, nos habría mandado unas cuantas pastillas y andando. Ahora
todos estamos enredados en las consultas y los Hospitales, cada cual llevando
su espinita con mejor o peor talante. Eso sí; afortunadamente, aún no hemos
llegado a esa edad en la que los “males” suponen el tema principal de la
conversación. De momento preferimos no estar contándonos nuestras pequeñas
miserias, y así mejor hablamos de los hijos, del trabajo, de cualquier cosa que
nos ataña y nos distraiga.
Tres circunstancias, tres
identificadores de un momento de la vida. Emoción, nostalgia y goteras. Los guardamos
en el bolsillo interior del alma, pero sin que podamos evitarlo asoman un
poquito de vez en cuando, como el pico del pañuelo en el bolsillo de la
americana, y como este, nos hacen decadentemente elegantes…
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