Ser otro, ser uno, ser...¿quién?
Carnaval. Llegan días de disfrazarse y salir a la calle (en los lugares cálidos, semidesnudos; en los más elegantes, con máscaras de metales ricos adornadas con esmaltes y pedrerías; en los fríos, tapados con ropajes superpuestos, pelucas y sayones, hace unos años; y ahora, con disfraces de tres al cuarto comprados en los chinos). Se organizan desfiles, bailes, charangas, se permite criticar al gobierno, al vecino, burlarse de todo...¿hasta de uno mismo? Pero, ¿Cual es la causa de que queramos escondernos o transformarnos?
Supongo que la primera razón de ocultarse es ganar una libertad que a cara descubierta no se tiene. Este no es el tema del que quiero hablar hoy, pero no puedo dejar de mencionarlo, ya que me parece fundamental si analizamos el porqué de la máscara. El delincuente se esconde para hacer sus fechorías, el amante para hacer el amor, y el que quiere cambiar su identidad sexual para verse por fin como desea, todos ellos libres de quienes los puedan perseguir: las fuerzas del orden o las de la moral.
Pero lo que más me interesa hoy es cómo nos disfrazamos, por qué nos gusta. Me da por pensar en estos días si realmente todos tenemos el deseo de ser lo que no somos, y por eso el disfraz es algo tan arraigado en todas las culturas, pasado por el tamiz de cada una de ellas. (No es lo mismo el lúgubre entierro de la sardina -ay, nuestras viejas costumbres carpetovetónicas...- que la escuela de samba de Río o las plumas y plataformas de las drags canarias). Aquí radica la fuerza del "ser otro", que en realidad es "ser uno".
Cuando yo era adolescente, como ahora y en todas las épocas por más que los psicólogos lo intenten evitar, todos teníamos "etiquetas". La mía me la había ganado a pulso, desde luego. Era la lista de la clase, la responsable, la seria. La persona a la que siempre se podía acudir en busca de consejo o de ayuda académica y personal. No es que no me guste, ni que no me cuadre; pero en esa época me reventaba y hubiera dado cualquier cosa por salir a la calle vestida con unas mallas de leopardo y un escote de vértigo, la melena al viento y pintada como una puerta. Los que me conocéis de entre los que leáis esto os echaréis a reír, porque realmente nunca he ido vestida así ni creo que lo haga, a no ser que sea "disfrazándome". Lo que yo quería cuando pensaba en ponerme esa indumentaria más propia de Alaska que de mí era cambiar mi etiqueta, "ser otra", pero otra que en realidad habitaba dentro de la "una" que yo era. Otra que yo quería sacar a la luz. Una chica sexy, atrevida, superficial, un pibón de los que la gente mira por la calle. Adjetivos que nunca nadie hubiese utilizado para definirme. Una etiqueta nueva. "Otra yo", para poder descansar de ese estereotipo tan duro y difícil de llevar, y que me englobaba en un sector que yo pensaba entonces que tendría menos éxito con los chicos...(craso error, por cierto y por suerte). Pero realmente me hubiera encantado salir un día así vestida y demostrar al mundo entero (o sea, a la gente que me rodeaba a diario) que no sólo me interesaban los libros.
Sin embargo, cuando años después en una fiesta de Carnaval llegó la oportunidad de disfrazarme de verdad, lo hice de otra cosa. Me vestí de chica charlestón, porque es una época que me encanta y porque el traje era precioso y me quedaba como un guante. Y quizá, porque aquella "máscara" que yo quería ponerme años atrás no tenía absolutamente nada que ver conmigo, y en cambio sí esa imagen divertida y desenfadada, un tanto decadente, de la nueva mujer del siglo XX que dejaba sus hombros al aire, se pintaba los labios, se cortaba el pelo y bailaba descoyuntándose con los ritmos "enloquecidos" de la época. Al final, algo tenían ambos estereotipos en común: un aroma a libertad, a alegría, a desinhibición. Una estética atrevida. Un culto al hedonismo. Al final, las dos "otras" nuevas etiquetas eran el reverso de la "una": la seria, la formal, que en realidad estaba tapando ese irresistible torbellino de alegría y ganas de vivir que bullía y bulle dentro de mí.
Por eso pienso que el disfraz es el modo de ser ese "otro" que como Jekyll y Hyde todos llevamos dentro: las niñas se quieren vestir de princesa Disney; los niños, de Superhéroes; los chavales, de figuras míticas, subversivas o escatológicas; los adultos, de lo que no podemos ser en nuestro día a día y por una vez querríamos ser. Incluso, como en el cuento de Stevenson, hay veces en la vida, cuando uno está muy harto o muy cansado de aguantar el chaparrón, que uno querría ser malo, pero malo de verdad, y matar o cometer tropelías, ser corrupto, ladrón, vividor, aprovechado, egoísta, pero sin ningún tipo de cargo de conciencia; la conciencia se quedaría escondida tras una puerta deformando nuestro retrato, como el de Dorian Grey, (otro bipolar ilustre); escondida tras el disfraz.
Pero, ¿quiénes somos de verdad, el disfrazado o el de la cara lavada? Posiblemente, ninguno de los dos. Si afirmáramos que el disfraz nos da la oportunidad de ser nosotros mismos estaríamos equivocados, porque esa es sólo una parte del todo. Quizá la más deseada por ser la menos vivida, la menos mostrada e incluso la más prohibida. También por ello, quizá la más atractiva. Pero sólo una parte.
¿Quiénes somos, entonces? Qué fácil lo estoy poniendo, ¿no?, para llegar a la conclusión de que la suma del otro y del uno. Pues no. Ni siquiera eso somos. Realmente, creo que lo más difícil de averiguar a lo largo de nuestra vida es quiénes somos nosotros mismos. Porque somos muchos: el que nos apetece sacar en Carnaval, pero también el que sale cada día a la calle a realizar sus tareas; el que se relaciona con la familia; el que alterna con los amigos; el que se ve a solas y desnudo en el baño y se asusta de sus cambios y piensa en la enfermedad y en la muerte; el que vive con una ilusión que le mueve y le hace llevadero el día a día; y sobre todo, el que ven los demás, que muchas veces ni se parece al que llevamos viendo cada uno una pila de años.
Por eso, aunque nos disfracemos, seguiremos siendo "quién": ni el uno, ni el otro, sino todos juntos. Nos gusten o no.
"Mascarita, ¿me conoces?...."
Uff!! Esta vez sí que lo has puesto difícil!! Demasiado profundo para un jueves algo tristón y melancólico, hoy no ha salido el sol y está como de lluvia. Pero mira que te has puesto enrevesada. Aparte de tu innato compromiso con el estudio, la cultura, la formalidad, etc., etc., etc. yo siempre te recordaré con tus "divertidas" botas amarillas, esas que ninguna de nosotras nos hubiéramos puesto nunca y que tú lucías con gracia y desenfado. Eso también decía mucho de tu "otro yo", que siempre estuvo allí, aunque la gente te viera de determinada manera.
ResponderEliminarUn día tendremos que psicoanalizarnos con Paula detenidamente, se lo pasaría en grande con nosotras. Somos una fuente inagotable de "otros yos", quizá porque cada vez que leemos un libro, vemos una película o visitamos otros lugares, experimentamos al máximo cada nueva sensación, la vivimos a tope y la hacemos nuestra.
Me gusta experimentar cómo la vida nos invita ser quienes nos dicen que somos, quienes creemos que somos, quienes queremos ser.
ResponderEliminarMe gusta experimentar cómo mi ser se relaciona con otros con cada forma de ser que decide ser. Con otros que aprenden también a ser como desean ser, entre las formas cotidianas y extraordinarias en que nos atrevemos a ser.
Ana es para mí un descubrimiento que acompaña cada mañana que compartimos juntas, aprendiendo de nosotras mismas y de los otros, disfrazados todos a veces de un azul muy azul, mucho más que un cielo de primavera.