Luces y villancicos

Las Fiestas tocan a su fin. "Ya vienen los Reyes por los arenales", y yo este año aún no he hecho ningún comentario navideño. Pero no por falta de cosas que contar...he disfrutado tanto de estos días que no veía momento de ponerme al ordenador.
Una de esas actividades que me han tenido ocupada ha sido hacer un recorrido en coche por el centro de la ciudad para que mis padres pudieran ver la iluminación especial de estas fechas.
Es una tradición familiar. Mi padre llevaba a mi abuelo cuando éste no podía caminar. Luego, cuando nacieron mis hijos y eran bebés, yo lo hice también con ellos. Y ahora desde hace unos años lo hago con mis padres, que se han convertido en unos niños grandes a los que de vez en cuando sacamos de paseo. En otras ocasiones la visita turística ha acabado con merendola, pero la salud de mi padre ya no permite esas expansiones. Así que este año la excursión acabó pronto, sobre todo teniendo en cuenta que (será por la dichosa crisis) cada vez hay menos calles iluminadas y las bombillas son las mismas todos los años, solo que cambiadas de lugar. También se nota que cada año hay que hacer más hincapié en mostrarles los adornos y las guirnaldas, porque se van distrayendo y ya no se fijan tanto...aún así merece la pena, sobre todo al comprobar la gratitud con que me despiden cuando volvemos a casa. Para ellos es una pequeña fiesta, y para mi una satisfacción poderles hacer este regalo tan sencillo.
Para ambientar la tarde, suelo poner música de villancicos en el coche mientras vamos circulando entre los atascos. Es otra costumbre. Desde que empieza la Navidad me llevo al coche unos cuantos CD'S y los escucho hasta que me invaden la cabeza...me gusta cantar mientras conduzco. Pero lo que más me gusta es poner en casa una antigua cassette grabada de antiguos vinilos de Raphael, Víctor Manuel, Manolo Escobar y otros coros antiguos y tradicionales que interpretan nuestra música más genuina. Me encanta Bing Crosby y Michael Buble, pero sin mi cassette sonando en la cocina la mañana de Nochebuena es como si estuviera en otra fecha. La cena no va a salir igual de bien si no la cocino al ritmo del tamborilero y los peces en el río. Por eso este año estaba un poco triste, ya que los aparatos de música que hay en casa no tienen reproductor de cassette. Y mira por donde, resulta que Papá Noel decide madrugar y de repente comienzan a sonar mis canciones navideñas de la infancia. Sí, me había traído un regalo especial: un aparato reproductor para que el día de Nochebuena no me faltara la banda sonora. Así que el roastbeef salió en su punto.
Esas canciones las he cantado millones de veces cuando era niña, incluso daba vueltas como en el corro alrededor de los muebles al ritmo de "arre borriquito". A mi madre le sigue gustando cantar. Y no hay nada más bonito que estar a su lado y comprobar que sigue teniendo ganas de pasarlo bien, de disfrutar y de celebrar la Fiesta. El día de Navidad mi cassette vino conmigo de visita a casa de mis padres, y mientras comíamos nos pusimos a cantar en la mesa (pésima educación) esos villancicos que forman parte de nuestras vidas y también de las de mis hijos. Porque yo he cantado con ellos desde bebés esas mismas melodías que se saben de memoria.
Pero, ¿y los niños de hoy en día? ¿Cantan también? En los grandes almacenes repiten una y otra vez versiones de los grandes crooners americanos. En los colegios se preparan funciones y (supongo que aún es así) se canta alguna canción navideña. Pero ¿qué pasa con nuestros villancicos de siempre? Hace años la gente dejó de quererlos; parecía que eran algo anticuado, hortera, hasta un poco grosero. Y se pasaron al Jingle Bells. Me gustaría pensar que en la intimidad de las casas las familias siguen tocando la pandereta (sobre la zambomba me caben ya muchas dudas), y desgañitándose con el borriquito y la lavandera. No sé si esto es así, pero me daría una tremenda pena que esta tradición se perdiera. No quiero desterrar temas maravillosos que vienen de fuera, soy la primera en emocionarse con las modernas canciones americanas que nos hablan del muérdago y los besos. Pero lo más bonito de la Navidad es cantar con mi cassette a todo volumen con mis hijos y mi madre. Y tocar una vieja pandereta roja de plástico de la que ya no queda más que el aro y las sonajas. Por cierto, este año no he podido, no la encuentro...mi vieja pandereta roja que yo hacía sonar con fruición, ¿dónde la habremos metido? Qué pena no tenerla conmigo. Pero al menos en mi cocina ha vuelto a sonar el "portalín de piedra"...la esencia de mi Navidad.

Comentarios

  1. Estos días son una mezcla de felicidad y nostalgia difícil de explicar, al menos para mí. Me encantan, las disfruto como tú, con esos recuerdos del pasado siempre presentes y ese gran amor por todos los nuestros. Sin embargo no puedo evitar estar cada momento con la lágrima a flor de piel pensando en lo que tenemos y en lo que vamos perdiendo año tras año. Muy bonita tu reflexión, me ha encantado leerla.

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    1. Gracias por estar siempre ahí y perdón por no haberte contestado antes. Tengo el blog un poco abandonado, pero seguidoras como tú me animan a no dejarlo. Un beso enorme para ti y los tuyos.

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