Leer
Hace unos días escuché en la radio que iban a celebrarse en Madrid unos conciertos en los que se mezclarían lecturas de varias obras de Thomas Mann con música que a él le gustaba especialmente, ya que por lo visto era un gran melómano. Como llevo desde el verano leyendo La Montaña Mágica, me interesó la noticia y presté atención. El primero de ellos consistía en una lectura dramatizada (la iba a interpretar José Luis Gómez, que me encanta) de la declaración de amor que hace Hans Castorp a Madame Chauchat, justamente en esta novela. Precisamente acababa de terminar ese pasaje, que en mi edición afortunadamente viene tal cual en el original, o sea en francés, por lo que tuve que leerlo varias veces: la primera, entendiendo el sentido y la intención del texto; las siguientes, arrebatada por su hermosura y su poética pasión, ayudada por el diccionario. Hubiera dado cualquier cosa por poder acudir y escucharlo en boca de uno de mis actores preferidos. Pero cuando estaba imaginando lo maravilloso que resultaría ese concierto, de repente el locutor del programa siguió hablando de la novela en cuestión y comentó que alguna de las músicas que se incluirían sería la canción que el protagonista va cantando camino del frente, ¡de la batalla en la que morirá! Ya me ha destrozado el final, pensé.
Pero inmediatamente, me di cuenta de que no. Precisamente por mi forma de leer.
Me encanta leer desde que era muy pequeña. Recuerdo perfectamente el primer texto que fui capaz de leer yo sola: un comic de 101 Dálmatas de Disney, en esos libros gruesos de "Películas" que algunos recordarán. Cuando me di cuenta de que encontraba sentido en esas letras organizadas en grupos, salí corriendo tan contenta para contárselo a mi hermana. Después seguí con los siguientes tomos (aún los conservo), y con mi querido libro de párvulos, "Piñón", que años después leí yo a mis hijos. A partir de ahí siguió una carrera imparable con los clásicos de la época y con lo que me iban regalando o yo iba eligiendo entre los libros de mis hermanos. Era auténticamente voraz; caían uno tras otro a una velocidad de vértigo, siempre ansiosa por comenzar el siguiente.
Este modo de leer me ha durado muchos años, y he disfrutado enormemente de todas mis lecturas durante este tiempo. Generalmente leía durante la siesta, una costumbre que arrastro desde que tenía que sustituir el obligatorio sueño que me horrorizaba por algo igual de tranquilo pero más gratificante. En vacaciones, también durante la mañana, horas y horas, hasta que sentía que el dolor de cabeza estaba al acecho. Y en ese momento en que ya no podía más, pero me picaba enormemente la curiosidad por saber cómo seguía la historia, solía mirar páginas adelante, e incluso a veces el final. Todo el mundo me criticaba esta costumbre. Pero yo seguía haciéndolo. Y después de muchos años he comprendido por qué.
Para disfrutar de verdad de un buen libro es necesario invertir un tiempo, y saborearlo con tranquilidad. Si se navega a su través con la ansiedad de conocer el final, se pierde la magia, el sentido y el ritmo de la literatura, todas las horas de lucha que su autor ha invertido en ponerlo de pié. Nos quedaremos con una idea general, con el "retrogusto", pero no saborearemos cada línea como se merece. Muchas veces yo he sido una "alcohólica" de la lectura, tragando hojas y hojas como Gargantúa para avanzar más rápido. Ahora he aprendido a ser una gourmet y detenerme en cada detalle como en las notas de un buen vino.
Y en realidad, todo esto se debe a que los años...no perdonan! Cuando uno se hace mayor, el momento de la siesta es terrible, y muy probablemente la cabeza se caerá sobre las páginas si tratamos de leer a esa hora. Por la noche, más de lo mismo. Estamos tan cansados que la tranquilidad que aporta un buen libro hace que caigamos en el letargo...Así que yo leo una y otra vez, una y otra vez, cada capítulo, hasta extraer el último filón de magia, de poesía, de emoción...Por supuesto, ahora tardo mucho más que cuando era adolescente. Disfruto el doble, pero para eso necesito tener la "tranquilidad" que me aporta saber hacia dónde voy!
De todos modos, quien tuvo retuvo, y si se presenta uno de esos novelones llenos de interés y con una trama absorbente, tengo que hacer verdaderos esfuerzos para ir despacio...y a veces no lo consigo...¡y corro hacia el final! Pero luego vuelvo sobre mis pasos, a las páginas que me han parecido más llenas de carácter, y las releo para apreciar lo que de verdad ha querido regalarme el autor.
A veces comparo esa forma de "engullir" como tú dices, y que a mí también me ocurría hace años, con visitar lugares. Cuando iba a un sitio nuevo tenía un afán tremendo por ver y ver y ver, ... y que no se escapase nada, ningún museo, ninguna calle típica, ningún rincón. Con el tiempo, he aprendido a "ver" de otra forma, a disfrutar más, a dejar pasar las horas en la terraza de una plaza coqueta, a ver pasar la gente y sentir el latido de la ciudad, aunque me perdiese algún museo, ... Creo que, como tú, estoy empezando a "ver" de otra manera.
ResponderEliminarUfff.... qué difícil me resulta a mí viajar de esa manera...reconozco que sigo siendo devoradora de ciudades, y lo malo es que Paula me acompaña y me refuerza...en esa obsesión. Nuestro próximo viaje espero tener la calma para sentarme y disfrutar del ambiente. Por lo menos, lo intentaré...pero nadie me quitará luego el "cargo de conciencia" de no haber visto este o aquel museo o monumento...claro que siempre queda la esperanza de verlo "la próxima vez"...
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