Estar en el mundo.
La otra mañana, una amiga me hizo un comentario que me encantó y le prometí que haría una entrada en mi blog sobre él. Surgió a cuenta de unos preciosos pendientes que llevaba otra amiga, y que no le habíamos visto puestos antes. Una tercera comentó cómo era posible que yo siempre me fijara en las cosas nuevas que llevan cada una de ellas, y Merce dijo: "es que Ana está en el mundo".
No se podía imaginar ella la alegría que me dio al confirmar que los demás me ven así, "en el mundo", precisamente porque para mí es importantísimo estarlo.
Y aunque también le prometí que no hablaría mucho de mí misma en esta entrada, creo que voy a incumplir mi promesa. Al fin y al cabo, aunque este blog está dedicado a mis lectores y procuro dar a quien me escucha ese soplo de aire que ofrezco en su título, es fruto de mis propias vivencias, y hoy me apetece explicar qué supone para mí esta expresión que tan acertadamente profirió mi amiga.
Siempre he sentido una inmensa curiosidad y afán por conocer. (Afortunadamente, creo que es algo que han heredado mis hijos, abiertos como esponjas a la novedad y el aprendizaje). Recuerdo que cuando era pequeña y viajaba con mis padres, no podía dejar de leer un solo cartel de los que en las ciudades o en los monumentos explicaban lo que veíamos, de modo que ellos se ponían muy nerviosos porque me quedaba atrás y tenían que andar esperándome a cada paso. Pero yo no podía dejar de recibir esa información que se me brindaba; era como si de haberla soslayado no fuera a comprender bien lo que estaba a mi alrededor. Incluso recuerdo una vez que entré yo sola a un museo (cuando las entradas eran gratuitas) para ver una muestra de arte sacro, advirtiendo a mis padres "ahora mismo salgo", y de hecho salí pitando, porque lo recorrí en un vuelo, debido al miedo que me producían esas figuras tan tétricas, a solas allí conmigo. Hace mucho menos tiempo, en un recorrido por la sierra con mis hermanos y sobrinos, me hicieron ver que era la única del grupo que se paraba continuamente en los carteles que explicaban cada especie vegetal, cada paisaje, cada hecho cultural relacionado con aquellos lugares. (Bueno, era la única porque mi hija iba entreteniendo a los pequeños; ella es aún más exagerada que yo con estas cosas, y de hecho en los viajes en familia es ella la que actúa ahora del mismo modo que yo lo hacía, así que en lugar de enfadarme porque se retrasa, como hacen su padre y su hermano, procuro recordar que esa situación la viví yo múltiples veces, así que la respeto e intento esperarla, o sigo pero sin perderla de vista, sabiendo que nos alcanzará enseguida).
Esta actitud puede parecer engorrosa, poco práctica e incluso estúpida; un obstáculo para vivir de forma natural y disfrutar del discurrir de las cosas. Pero la cuestión es que yo no disfruto si no conozco cada detalle, cada relación que lo que estoy viviendo tiene con todo lo demás que me rodea.
Si estoy en el campo, necesito saber cómo se llama el arbusto que estoy viendo, el pájaro que canta en la rama, dónde están los puntos cardinales y los pueblos del valle. Si viajo a una ciudad, me interesa saber cuáles son los orígenes de sus calles, su trazado urbano, la historia de sus edificios, los personajes que allí vivieron y lucharon, quienes ganaron, quienes perdieron, dónde viven los ricos y los pobres, cómo se ha transformado a lo largo de los años, y por supuesto, cuáles son los sitios de moda, dónde se escucha buena música, se come y se bebe bien, lo de auténtico que pueda tener la ciudad, comprar lo que no podré encontrar en ningún otro sitio en el lugar en que lo compraría un ciudadano de allí. Me fijo en si hay cines, teatros, cómo va vestida la gente, por dónde pasea, dónde compra lo necesario, cómo circulan los coches y si estos son nuevos o más bien anticuados. Qué tipo de gente encuentro en el transporte público: emigrantes, ciudadanos autóctonos, si hay niños, si las chicas van arregladas a trabajar, si parecen cansados. Cómo hablan: si gritan mucho, si gesticulan, si son amables, si son discretos. Y por supuesto, si se trata de ver un monumento, un edificio, recabo información antes y en el propio lugar, recojo folletos, me paro en los carteles y si hace falta, pregunto a los guías si los hay. Intento encontrar cada detalle, cada anécdota, como si estuviera leyendo un libro en vez de ver una vidriera o un conjunto escultórico.
Puede dar la sensación de que es algo muy cansado, pero es para mí tan gratificante...sí, porque me conecta con lo que tengo alrededor, me hace formar parte de ello, integrarme en el lugar en que estoy, sentirme parte de él.
Y esto no es sólo una diversión turística. En mi vida corriente hago lo mismo. Intento estar informada de lo que ocurre, de la última moda, de lo que se lleva y cómo se llama, de quién está en la cresta de la ola de la cultura: cine, teatro...me encanta escuchar programas en la radio en los que aprendo a distinguir distintos tipos de música y a encontrar sus raíces: folk, pop, indie, rap, incluso música electrónica...o programas en los que se habla de literatura, o de cómic, o de poesía...me encanta aprender cosas nuevas, porque me abre un campo inmenso para elegir; ante mí se despliegan mil opciones distintas para disfrutar de aquello que más me apetezca en cada momento.
Y sobre todo, me da sensación de control. Porque si estoy al día en las cosas que me rodean, iré por delante, sabiendo a qué me enfrento, qué me puedo encontrar, qué me pueden contar. No me van a pillar desprevenida, sino que podré responder, participar, integrarme. Es mi forma de sentirme viva, activa, dinámica, con todos mis sentidos abiertos a lo que se me ofrece. Al final, todo se reduce a esto; no es que quiera "estar en el mundo", es que quiero tener el mundo en mis manos.
Una vez, en una entrevista a A. Pérez Reverte, éste dijo que, después de los años, lo que más agradecía era llegar a una ciudad nueva y sentarse horas en una terraza viendo pasar a la gente. Yo, para mi desgracia (porque lo que tú muestras como el auténtico disfrute a mí me ha causado muchos problemas) no estoy todavía en esa fase de goce relajado y tranquilo del que hablaba Pérez Reverte y cuando llego a una ciudad nueva me la como literalmente: quiero verlo todo, tocarlo todo, pisarlo todo, empaparme de todo, fotografiarlo todo, ... y esto me causa problemas mil con mis acompañantes (que no me suelen seguir el ritmo) y conmigo misma (la ansiedad que me crea no abarcarlo todo y culpar a los que me rodean de no querer hacer lo que yo propongo).
ResponderEliminarHace años, por trabajo de Ángel, pasamos una semana entera en Dusseldorf. Yo me pasaba sola la mayor parte del día y en mi afán por ver, me lo ventilé todo en tres días. El resto de la semana me iba temprano a pasear por el Rin y terminaba sentada en alguna de las maravillosas terrazas de sus orillas con un café ... o dos, viendo pasar los barcos, a la gente, ... si ahora me preguntan por esa ciudad, los mejores recuerdos son de esas mañanas.
Querida mía, a mí también me ha sucedido lo que cuentas de los desacuerdos. Creo que la mejor solución es que la próxima vez nos vayamos de vacaciones juntas. ;) En serio, es un problema que no nos deja disfrutar. A ver si de una vez podemos aprender a "no hacer nada"...
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